Una mirada crítica a Lo siento mucho, pero … Jesús nunca existió de Ricardo Alonso Zavala Toia – 1

Portada
Portada del libro, Lo siento mucho, pero … Jesús nunca existió de Ricardo Alonso Zavala Toia.

Algunas amistades del ámbito ateo y humanista de Puerto Rico me pidieron que escribiera una reseña sobre este libro. Esta no es propiamente una reseña, sino una mirada crítica a la obra. En general, una reseña intenta ser crítica, pero breve. Creo que lo que los peticionarios desean ver es una versión más elaborada y detallada de por qué este libro realmente no le hace ningún favor a la causa del libre pensamiento, del ateísmo militante y el humanismo.

No debe entenderse este escrito como un ataque personal al autor, sino más bien un examen concienzudo y respetuoso de su contenido, con el mejor ánimo de corregir los distintos problemas históricos y factuales de este escrito. Debido a la naturaleza de las equivocaciones y errores de distinto tipo, he decidido escribir una serie de dos partes. Esta es la primera.

Finalmente, como se me ha pedido, esta entrada se compartirá en el foro de Facebook de Ateístas de Puerto Rico. También lo haré con el de Humanistas Seculares de Puerto Rico.

En estas últimas décadas, no ha habido tema que despierte más pasiones entre creyentes cristianos y grupos de no creyentes que el de la existencia de Jesús. En la disciplina de la Historia Antigua y de la erudición bíblica, a la postura que la niega se le conoce como el mitismo y mientras la que lo afirma, historicismo. El mitismo es una corriente predominante en grupos militantes de libre pensamiento, agnosticismo y ateísmo que emergió hace algunos siglos y, a pesar de que ha sido rechazada por la inmensa mayoría de los académicos a través del tiempo hasta la actualidad, consistentemente vuelve a asomarse en los círculos ateos, agnósticos, humanistas, escépticos y librepensadores.

A pesar de que hay una ínfima minoría de académicos que defiende el mitismo, una muy buena parte de este movimiento se deja guiar por personas que no son autoridades en el tema, que carecen de las destrezas intelectuales de rigor historiográfico y del trasfondo histórico crítico para evaluar qué es histórico y qué no. Algunos de estos son de carácter conspiracionista y que proponen unas versiones totalmente inverosímiles, en general movidas por un sentimiento anticristiano. En otros casos, se siguen a unos pocos formados en el campo, pero que son considerados “marginales” (fringe) por el resto de los expertos.

En este caso, examinaremos la visión de una persona no formada en la disciplina, Ricardo Alonso Zavala Toia, cuya obra se titula, Lo siento mucho, pero … Jesús nunca existió.

Antes de tocar el tema, quisiera hacer las siguientes aclaraciones a los lectores sobre mí y poner las cartas sobre la mesa:

  • No soy erudito bíblico ni historiador de la Antigüedad. No pretendo serlo. Lo mejor que puedo decir es que escribí un libro sobre este tipo de temas, titulado Pablo el Emisario: Odiado e incomprendido, que considero uno de carácter divulgativo. Un erudito eminente del Nuevo Testamento (Dr. Ediberto López) y otros académicos me han dicho que, a pesar de unos errores (que en el presente estoy corrigiendo), el libro ha sido una valiosa contribución al estudio de Pablo de Tarso en Puerto Rico. El Dr. López lo asignó una vez a sus estudiantes del Seminario Evangélico para su evaluación crítica, algo que considero un verdadero honor. Fuera de eso, mi labor principal es filosófica y concierne a la filosofía de las ciencias y la ética.
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  • Soy naturalista religioso y pertenezco a una congregación Unitaria Universalista. Como naturalista, niego lo sobrenatural. Además, los principios de mi iglesia no requieren en absoluto la creencia en Jesús o en Dios, aun cuando sus raíces sean cristianas. Como unitario universalista, constantemente me relaciono con personas de distintos ideales espirituales y religiosos. En mi vida personal, soy un humanista religioso y me relaciono con los demás desde esa posición espiritual.
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  • Aunque soy historicista, es decir, pienso que es altamente probable que Jesús sí existió, no creo que fuera Dios ni ningún ser divino de índole alguna. Tampoco pienso que sea, en general, un modelo ético a seguir. Sostengo que muchos de sus valores morales conflijen con principios ilustrados y humanistas por los que abogo.

Ahora bien, en el prólogo de su libro, Zavala nos dice lo siguiente:

Tengo la formación de Abogado y, por tanto, voy a presentar el caso como si lo estuviera presentando a un tribunal. Analizaré todos los argumentos y evaluaré la prueba buscando convencer al jurado. No pretendo agotar el tema y establecer una única verdad; mucho se ha dicho y escrito sobre este asunto, mucho se seguirá diciendo y escribiendo, lo realmente importante es que tú también participes del diálogo.

Zavala Toia prólogo (mi énfasis)

Es en esta nota de humildad que escribo esta crítica, para fomentar el diálogo del cual pienso participar. No tengo el placer de conocer al Sr. Zavala Toia, pero lo que aquí sigue no tiene la intención de ser un ataque personal, sino una invitación a considerar la evidencia de la manera que los historiadores lo hacen. En fin, por más que se quiera presentar esta discusión como un tribunal, los historiadores en general no se aproximan a los documentos como se hace en un juicio por jurado.

En lo que estamos de acuerdo

Dos hombres dándose la mano en acuerdo
Dos hombres dándose la mano en acuerdo. (Dominio público).

Zavala parece ser un autor ateo reconocido por movimientos librepensadores y humanistas. Este no es el primer libro que ha escrito, hubo uno anterior que se llama Cristianismo. La estafa más grande. Dudo que haya sido la “estafa más grande”, aunque eso puede ser debatible. Los errores de la obra que estamos examinando son las mismas de aquella.

De entrada, vamos a estar de acuerdo con él en cuanto a algunas aserciones que hace en su obra. Lo siguiente no es una lista exhaustiva de nuestros puntos de convergencia:

  • De Jesús no tenemos ninguna evidencia arqueológica directa que corrobore que haya existido.
  • Los evangelios no son biografías en el sentido histórico más riguroso del término, sino instrumentos de diseminación del mensaje de sus respectivos autores y congregaciones. Con toda razón, se puede decir que son de carácter propagandístico.
  • El evangelista que escribió el Evangelio de Marcos, definitivamente tenía problemas con la geografía de Galilea y sus alrededores. También es pertinente el hecho de que ese escritor no haya dicho nada en torno al nacimiento milagroso y virginal de Jesús ni tampoco de su ascensión a los cielos.
  • Si Jesús existió, aquellos que postulan esta posición son los que deberían demostrarlo, no tanto aquellos que lo niegan.
  • Los errores de transmisión han afectado el contenido y la comprensión de los textos neotestamentarios y, por eso, no se puede decir que representan a los originales fidedignamente. La mayoría de los errores que encontramos en los manuscritos, el 90% son inofensivos, pero otros son deliberados o que, aunque no intencionados, son de tal naturaleza que es imposible decidir cuál fue el contenido original. El proceso de edición, omisión, compilación, interpolación, entre otros, ha distorsionado los textos, a veces alterando su sentido original.
  • Las traducciones en inglés, español y otros idiomas, añaden otros niveles de malinterpretación de lo que los textos neotestamentarios significan.
  • Hay falsificaciones en el Nuevo Testamento, por ejemplo, unas cartas o relatos que pretenden haber sido escritos por ciertos autores que realmente no lo fueron: Hechos de los Apóstoles (alega ser escrito por un compañero de misión de Pablo), Colosenses, Efesios, 2 Tesalonicenses, 1 y 2 Timoteo, Tito, 1 y 2 Pedro, Santiago y Judas. Muchos apologistas utilizan el término “pseudoepigráfico” para designarlos, debido a la carga moral que implica el de “falsificación”. Sin embargo, como demuestra Bart Ehrman en su obra Forgery and Counterforgery, la intención de estos autores era la de engañar a sus lectores para que adoptaran la perspectiva teológica y eclesiástica de sus respectivos autores. Además, contrario a lo que afirman los apologistas y algunos expertos, en la Antigüedad, esta práctica de falsificación era condenada en cada instancia que se descubría.
  • En general, los pastores y sacerdotes que se instruyen sobre el tema y que lo conocen, no lo discuten con su feligresía, cuya mayoría cree (dependiendo en varios grados de literalidad o interpretación bíblica) que es Palabra de Dios.
  • Coincido con Zavala de que la Biblia dista mucho de ser producto de un ser bondadoso, sino que es un libro muy humano.
  • El Antiguo Testamento no aporta nada para descubrir si Jesús no existió. Sin embargo, esta aserción la sostengo con cierto cuidado, ya que cuando se excluyen ciertos pasajes de los evangelios que parafrasean la Septuaginta, podríamos obtener algunos dichos de Jesús que podrían ser auténticos. Además, esa versión griega de la Biblia Hebrea ayuda a poner en perspectiva histórica y literaria, el posible origen de ciertos relatos.

Problemas fundamentales de la obra

Questioning

Amicus Plato, sed magis amica veritas
~ Aristóteles

Ya habiendo establecido los asuntos en los que estamos de acuerdo, tenemos que entrar ahora a los problemas fundamentales del autor. De hecho, estos son los mismos que tiene su otro escrito, Cristianismo. La estafa más grande. Reitero, lo siguiente no es un ataque personal, sino que se infiere de lo que se desprende del texto.

El denominador común de todos los errores es su “metodología”, algo por el que todo escéptico debe velar. ¿Cuál es la metodología adoptada por el autor? En cuanto a la selección de su evidencia, espero no exagerar cuando digo que el único criterio de Zavala es el que hable del pasado en los términos más anticristianos posibles y que llegue a conclusiones inconvenientes para el cristianismo en general. Fuera de eso no hay ningún otro criterio metodológico.

Aun en el caso de los tribunales, la selección de evidencia a favor o en contra de un acusado, requiere un alto nivel de rigor. No puede ser cualquier “evidencia”. Por ende, tanto el abogado que las presente como el juez deben cualificarla bien con base en los hechos constatados por todas las partes. En este libro, hay solo cualificación cuando le conviene a la perspectiva presentada por el autor. De otra manera, no hay intento de cualificación alguna. Esto es, en resumen el problema del libro.

Para describir cómo se manifiesta el problema, veamos los siguientes hábitos del autor, con al menos un ejemplo de cada uno (de muchos que uno podría mencionar de cada caso):

  • Instancias en que exagera la solidez de su caso y no conoce la literatura académica en torno a los asuntos que discute.

Aunque nos concentraremos en la evaluación de Zavala del Nuevo Testamento, hay un ejemplo muy claro de esto (¡entre muchos!) en cuanto a su manera de aproximarse al contenido del Antiguo Testamento. Él afirma que en este momento (o al menos hasta el 2016), los arqueólogos Israel Finkelstein y Neil Albert Silberman, en su libro La Biblia desenterrada (Finkelstein y Silberman), aseguran que no existió un reino unificado bajo los reyes Saúl, David y Salomón. Esto es correcto. El problema es lo que dice Zavala en un momento dado:

La Biblia desenterrada, publicada en el año 2001, que constituye una obra extraordinariamente importante y en mi criterio definitiva sobre el tema demuestra que …

Ha transcurrido ya 15 años de la divulgación de la obra de Finkelstein y Silberman y hasta este momento ningún apologista de la historicidad de los relatos de la Biblia se ha atrevido a refutar sus conclusiones.

Zavala 86, 92 (mi énfasis)

Siendo justos con Zavala, él mismo confiesa que su juicio sobre esta obra como “definitiva” es según su “criterio” (aunque no especifica cuál). Sin embargo, en arqueología y en historia, raras veces nos encontramos con “obras definitivas” sobre un tema. Más frecuentemente, obras que se consideran “definitivas” se desmontan con nueva evidencia o con la rigorización de la metodología científica o historiográfica.

El segundo pasaje que hemos citado refleja una notable ignorancia de la literatura y del debate en torno a este tema. Amihai Mazar y William G. Dever han cuestionado muy seriamente la interpretación que hace Finkelstein de la evidencia arqueológica. (Finkelstein y Mazar) De hecho, la mayoría de los arqueólogos del Antiguo Israel piensa que Finkelstein está muy equivocado. (Meyers) La colección más actualizada de los hallazgos arqueológicos hasta el 2017 fue publicada en ese año por Dever en Beyond the Texts, en la que, utilizando la misma evidencia arqueológica debidamente cualificada, intenta mostrar por qué la visión de Finkelstein sobre la antigüedad de Israel y Judá es errada. Claro, debemos ser justos con Zavala, el libro que estamos examinando se publicó un año antes que el de Dever. Sin embargo, estas observaciones y discrepancias aparecen desde hacía mucho antes, en un libro que detalla el debate, (Finkelstein y Mazar) y en otras obras de Dever. (What Did the Biblical; Who Were) Antes de tildar a Dever de “apologista” judío o cristiano, recuerdo que él es humanista secular. Debemos señalar que también ha habido un aumento de cúmulo de evidencia arqueológica reciente que muestra una urbanización de áreas claves del Antiguo Israel precisamente en la época en que la Biblia Hebrea afirma que hubo un reino davídico unificado. No hay lugar a dudas de que esta literatura bíblica, como propaganda, exagera mucho la “gloria” de la época de David y Salomón, pero, por otro lado, tampoco es que no ocurrió nada de lo que dice.

¿Qué significa todo esto? Que a la hora de intentar refutar a religiosos, tenemos que adoptar una posición mucho más humilde ante la evidencia. No hay nada en la academia que no haya sido retada en algún nivel. Sin lugar a dudas, todo lo anterior está siendo debatido acaloradamente —hasta el punto de ataques ad hominem— y las políticas relacionadas a las excavaciones siriofenicias y siriopalestinenses están contaminadas de tensiones políticas de ambos lados, asimismo el tipo de discusión en la exégesis bíblica. Puede ser que Zavala, por las razones que sea, no esté de acuerdo con Dever, Mazar u otros. Por otro lado, no vale decir que una obra sea la autoridad “definitiva” sobre el tema que sea. Tampoco se puede alegar que la interpretación arqueológica que hacen Finkelstein y Silberman no ha sido respondida por “apologistas” (whatever that means).

  • Parece que para Zavala hay solo dos grupos de especialistas: los “apologistas” y los negacionistas de la historicidad de Jesús o de algunos eventos de la Biblia. La designación de quién es quién en estas dos categorías es arbitraria y confusa.

El asunto de cuál investigador o biblista sea apologeta o no es un asunto muy complejo y delicado en la academia. Es claro que el extremo fundamentalista, que toma la Biblia lo más literal posible, es rechazado por el grueso de especialistas en la investigación neotestamentaria. En el ámbito académico mismo, hay un espectro de posiciones en torno a los diversos libros del Nuevo Testamento. Esto es, sin dudas, saludable. Mientras más diversas sean las perspectivas —dentro de lo razonable— más se pueden observar elementos que posteriormente se integran a la conversación y al debate académico, que permiten comprender mejor estos textos bíblicos y sus implicaciones históricas.

Claro está, hay una parte de ese espectro que es conservadora y busca maximizar la veracidad factual del contenido de estos textos con el objetivo de reafirmar la fe de las personas. A estos expertos se les puede llamar propiamente apologistas cristianos. De estos, hay de todas las denominaciones cristianas, desde la católica hasta la evangélica: César Vidal Manzanares, Dan Wallace, Craig Evans, Larry Hurtado, Joseph O’Callaghan, José Bover, entre muchos otros. En el ámbito hispano y católico, me parece que Vidal Manzanares es el mejor conocido de este grupo. Es interesante que Zavala le incluye como una de las referencias a consultar. Esto de por sí, no es nada malo. Con todas las discrepancias que se pueda tener de sus perspectivas religiosas o políticas, Vidal tiene el calibre de experto de Nuevo Testamento y ha hecho valiosas contribuciones a discusiones y debates en torno al tema. También recomiendo la lectura de su libro Los evangelios gnósticos. Sin embargo, es llamativo que en ningún momento, Zavala interactúa con el material de Vidal, sea esa u otras obras. En fin, muchos de estos genuinos apologistas cristianos han contribuido mucho a nivel académico y sus posiciones no deben ser a priori despreciadas. Por otro lado, sus posiciones que huelan a apología deben ser miradas con sumo cuidado. A veces, este mismo celo por la fe, en ocasiones, les ha cegado lo suficiente como para que ocurran momentos desafortunados o malinterpretaciones de la evidencia arqueológica o bíblica.

Por otro lado, para mi sorpresa, Zavala afirma que Antonio Piñero Sáenz es un “apologista cristiano” o “apologista católico”. (153, 194) ¡¿En serio?! En numerosas ocasiones, Piñero se ha autodefinido públicamente como un escéptico crítico, agnóstico y racionalista. Además, no solo ha sido un filólogo y un escritor muy prolífico, sino que es uno de los comunicadores no apologéticos más importantes de España y del mundo hispanoparlante. De hecho, él forma parte de un grupo de expertos del Nuevo Testamento que está trabajando arduamente en una versión no confesional de este conjunto de textos. Con todas las diferencias que personalmente tengo con algunas interpretaciones de Piñero en torno a Jesús, Pablo de Tarso y el cristianismo primitivo, si Zavala se hubiera basado en sus libros, hubiera evitado una enorme cantidad de errores.

Por otro lado, él reconoce la autoridad de personas bien respetadas en el campo, como Bart D. Ehrman, al que describe en ocasiones como “gran conocedor” del tema, pero también sorprendentemente lo describe como “apologista del cristianismo”. (28, 144) Todo el mundo sabe que él es ateo, agnóstico y humanista secular. (Ehrman, Did Jesus 266-267) Por supuesto, el defender la existencia de Jesús le hace historicista, pero no lo hace ni remotamente un “apologista cristiano”.

Parece ser que Zavala trata el término “apologista” como sinónimo de historicista. En realidad, el término “apologista” se refiere a aquellos que tienen un sesgo notable en su tendencia erudita para afirmar una perspectiva o quieren ir más allá del ámbito académico e histórico y abogan por una doctrina particular. César Vidal es otro apologista protestante. Scott Hahn es un apologista católico. Piñero no lo es. Craig Evans es un apologista cristiano. Ehrman no lo es.

Es más, hay muchos expertos católicos y protestantes que, aunque sean pastores o sacerdotes, llevan a cabo una obra crítica ejemplar en torno a la historicidad de Jesús que no es apologética y que, en ocasiones, ha representado un choque con las autoridades de sus respectivas iglesias. Este ha sido el caso de John Meier, Raymond Brown, E. P. Sanders o John Dominic Crossan. Por supuesto, no todos tienen el mismo grado de desprendimiento de los textos bíblicos, pero se puede notar un alto nivel de seriedad a la hora de evaluar los textos del Nuevo Testamento. Por ejemplo, Senén Vidal fue un gran erudito que adoptó posiciones que no necesariamente eran afines al catolicismo, pero, por otro lado, hizo algunas interpretaciones del Nuevo Testamento que huelen a intentos de legitimar el papado. En el caso de Ehrman, uno encuentra una postura casi minimalista de la historicidad de Jesús. De la interacción de todo el espectro de opiniones, tenemos una visión mucho más dinámica de la conversación y debate entre las autoridades en el tema.

También vale señalar que una buena parte de los historicistas no es cristiana. Algunos estudiosos son judíos (e.g. Géza Vermes, Paula Fredriksen, Hyam Maccoby, Amy-Jill Levine) y otros son ateos (e.g. Gonzalo Puente Ojea, Bart Ehrman, Antonio Piñero, Fernando Bermejo, José Montserrat, R. J. Hoffman, Gerd Lüdemann, Maurice Casey). Ninguno de ellos se considera “apologista” cristiano. Ninguno de ellos fuerza cierta interpretación de los textos con el objetivo de confirmar la fe de feligresía alguna.

Esto nos lleva, a su vez a otro problema.

  • Zavala no hace la debida distinción entre expertos genuinos e inexpertos en el tema. Esto hace que le otorgue mayor peso a opiniones de inexpertos y a un puñado de académicos que sostienen posiciones extremadamente marginales y los valora por encima de opiniones muy bien establecidas por académicos respetados.

Al igual que este servidor, Zavala es un no experto en el tema del Nuevo Testamento. Esto invita a los que no somos eruditos a tener una muy buena dosis de humildad ante las autoridades académicas que, contrario a nosotros, dedicaron toda una vida a estudiar hebreo, arameo, griego, copto, latín, entre otros idiomas antiguos y a adiestrarse intelectualmente para cualificar debida y críticamente a los textos bíblicos, entre otros.

Como Zavala es abogado, voy a presentar mi argumento de la siguiente manera. Imagínese que usted es un abogado o abogada que tiene un cliente que es inocente de una acusación que se le imputa. Casi todos los abogados que conozco han tenido la penosa experiencia de toparse con clientes que creen saber más que su defensor. A veces, ellos pueden tomar acciones que para ellos les parece razonable, pero para el abogado —sabiendo cómo se bate el cobre en el sistema— empeoraría la situación. Por ejemplo, en Estados Unidos y Puerto Rico, todo acusado tiene derecho a permanecer callado y de que ese silencio no se le cuente en su contra. Un cliente se sentiría que guardar una información que demuestra su inocencia sería una señal de culpabilidad dentro de su contexto social. Se preguntaría: “Si no he hecho nada malo, ¿por qué me tengo que callar? ¿Qué pensarán los demás de mi silencio?”. Sin embargo, como el cliente no estudió leyes, no conoce las consecuencias de lo que eso implicaría: especialmente cuando nada de lo que diga a favor suyo cuenta para los tribunales, pero lo haría si dijera algo en contra suya. De ahí que: “… todo lo que diga puede contarse en su contra”. (La advertencia Miranda)

Lo mismo ocurre con el problema de la historicidad de Jesús. Si el 99.99% de los expertos en Nuevo Testamento, Historia de la Antigüedad, Cristianismo, etc. de las universidades más prestigiosas del mundo dicen que Jesús existió —es decir, el historicismo es el consenso abrumador de los expertos en general— esto debería ser un motivo para que el mitista vuelva a pensar su posición. Hay veces que algunas propuestas mitistas pueden parecer, a la primera, razonables. Sin embargo, si esos criterios se llevaran a cabo a todo lo que dicen nuestros libros de texto, en algunos casos eliminaría una enorme porción de lo que consideramos historia —volúmenes de historia antigua se volverían folletos de unas cuantas páginas. En otros casos, lo que abogaría sería violentar la evidencia disponible. Todavía en otros, sería establecer interpretaciones a conveniencia.

Para ser justos, es preciso distinguir entre dos tipos de mitistas:

  1. Mitistas expertos: Por ahora, los mitistas que podemos decir que son expertos con el debido título en los campos pertinentes o áreas afines y que interactúan con la literatura pertinente son, por ahora, Robert Price, Richard Carrier y Thomas Thomson. De estos tres, el que ha sido formado en erudición bíblica propiamente es Robert Price. Richard Carrier es especialista en historia y literatura grecorromana, pero no propiamente especialista en el Nuevo Testamento. Esto no invalida a priori sus contribuciones al tema, pero los problemas que los académicos tienen en su contra consisten principalmente en que adopta unas interpretaciones controversiales y, en ocasiones, muy marginales de unos textos claves para su caso. Procede también a exagerar la solidez de sus argumentos hasta el punto de hiperbolizar la importancia de sus estudios. Esto tampoco es un problema grande en el mundo académico, si no fuera por que las críticas que ha recibido en el ciberespacio y en otros lugares, han sido respondidas por él con una inusual estridencia. Este factor, algunas de sus acciones y su actitud mordaz han torpedeado (a mi juicio, para siempre) cualquier chance de que ingrese a enseñar en alguna universidad. En el caso de Thomas L. Thomson, su dominio es la Biblia Hebrea. Usualmente, ha sostenido una posición extremadamente minimalista que ha sido muy criticada por los biblistas en general. También sostiene el mismo grado de minimalismo cuando discute el Nuevo Testamento. Aun con todo, si hay algo común entre estos mitistas académicos es que, al menos, intentan utilizar autoridades del Nuevo Testamento pertinentes para sus discusiones y tienen un grado mucho mayor de cuidado a la hora de opinar sobre algunos asuntos. Lo más seguro hayan más mitistas académicos en Historia Antigua, Nuevo Testamento y áreas investigativas afines. Sin embargo, el hecho de que estos tres sean los únicos que hayan sobresalido, de los miles de expertos a nivel mundial, nos dice algo de cómo los especialistas, en general, piensan de los argumentos que ellos presentan.
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  2. Mitistas no expertos: Estas son personas que no tienen ni el adiestramiento intelectual ni el bagaje académico en cuanto a la literatura neotestamentaria y que se han dedicado a diseminar propuestas mitistas notablemente más inverosímiles desde el punto de vista histórico. En algunos casos tienen el grado, pero adoptan posiciones extremas de sus respectivos campos, para entonces aplicarlos al mitismo. Este es el caso de D. M. Murdock o Acharya S. (especialista en Antigüedad griega, pero no interactúa efectivamente con expertos del Nuevo Testamento), Earl Doherty (bachillerato en Historia Antigua, no sabemos de cuál institución educativa), G. A. Wells (profesor de alemán), Michel Onfray (filósofo), Barbara G. Walker (tejedora y militante escéptica), Frank Zindler (geólogo, editor y publicador), René Salm (pianista), Timothy Freke (charlista motivador espiritual), Peter Gandy (maestro en clásicos), David Fitzgerald (periodista), entre otros. Aunque, en particular Doherty y Wells intentan hacer un buen trabajo al presentar sus posiciones, los expertos en Nuevo Testamento señalan los serios problemas de sus acercamientos a textos antiguos y del Nuevo Testamento. En otros casos, los problemas son más profundos y hasta descabellados, usualmente cuando recurren a tesis conspiracionistas históricamente inverosímiles.

Si Zavala se hubiera restringido a los mitistas formados, creo que no hubiera caído en tantos errores. Sin embargo, los problemas de su comprensión histórica se deben en gran parte a que él no sabe distinguir o establecer una debida valoración entre la opinión consensuada de expertos y los representantes de posiciones marginales.

El problema es aun peor. En vez de atenerse a autores más contemporáneos o la literatura investigativa reciente en torno al tema, él cita como autoritativas ciertas obras escritas en el siglo XIX o de principios y mediados del siglo XX, casi como si no hubiera habido algún tipo de evolución significativa de la investigación historiográfica en torno a Jesús o que esta literatura ya sea obsoleta a la luz de nuevas investigaciones. Por ejemplo, cita a John Remsberg, quien escribió en 1909, o Gerald Massey, que escribió en 1911. (Zavala Toia 135, 162)

Esto nos lleva al otro problema.

  • Zavala desconoce los géneros religiosos y literarios que forman parte de su crítica.

En un momento dado, Zavala dice que no hay solo cuatro evangelio, sino cincuentaitrés. (47) Sin embargo, allí incluye unos textos que no son evangelios, tales como los diversos apocalipsis, ciertas cartas (epístolas), hechos de apóstoles y libros tales como El Libro de Enoc, el Pastor de Hermas (ambos del género literario apocalíptico), entre otros. Además, incluye en la lista el Canon Muratori, pero este no es un evangelio como tal, sino un listado escrito del siglo II que establece los libros que su congregación de proveniencia aceptaba como autoritativo para propósitos litúrgicos.

¿Qué es un evangelio? Un evangelio, como se entiende en la actualidad, es un género literario de textos que se centran en un tipo de biografía teologizada expositiva de Jesús o de aspectos de su vida y en los que propagandiza su buena nueva. Este género literario puede incluir cartas, pero no cualquier alegada epístola escrita por algún apóstol, sino alguna que tenga que ver con algún suceso de la vida o muerte de Jesús, por ejemplo, la Carta de Jesús al Rey Abgaro o las Actas de Pilato. ¿Quería Zavala una lista completa de los evangelios? El mismo Piñero ha editado un libro que se llama precisamente Todos los evangelios, en el que presenta en castellano todos los evangelios que nos han llegado hasta hoy. Obviamente, no incluye otros que se han perdido. En este proyecto participaron un número significativo de especialistas: Gonzalo del Cerro, Eugenio Gómez Segura, Fernando Bermejo, Antonio Piñero, Francisco García Bazán, José Montserrat y Antonio Martínez Castro. ¿Cuántos documentos evangélicos tenemos disponibles hasta el día de hoy?:

  1. Cuatro evangélicos canónicos (excluimos a Hechos de los Apóstoles, aunque sea una continuación del Evangelio de Lucas)
  2. Cuarentaiocho apócrifos
  3. Dos que no son propiamente evangelios, sino solo de nombre (Evangelio de los Egipcios y Evangelio de la Verdad)
  4. Veintiún fragmentos de textos perdidos
  5. El texto hipotético “Q”

Por tanto, excluyendo los dos que no son propiamente evangelios, tenemos aproximadamente 53 evangelios y 21 fragmentos que aparentemente fueron de textos evangélicos que no podemos identificar. Además, los mismos Padres de la Iglesia aluden a muchos otros escritos cristianos, algunos de los que fueron evangelios. Se piensa que hubo más de ochenta evangelios.

La entremezcla de evangelios con otros textos apócrifos, algunos que no tienen nada que ver con el cristianismo (e.g. El Libro de Enoc), no es la única confusión que vemos en el libro de Zavala. También notamos la de fundir dos tipos de pensamiento religioso distintos. Por ejemplo, el capítulo séptimo de la Segunda Parte, “¿Qué valor probatorio tienen las epístolas de Pablo?” constantemente confunde dos vertientes religiosas, una helenística y otra judeohelenística, a saber, los cultos mistéricos y el gnosticismo. En la segunda parte de esta serie, mostraré que las conclusiones a las que llega, de que Pablo se refería a un Cristo gnóstico y no uno histórico, ignora por completo la antropología judía y judeohelenística de la época. Por ahora, me limitaré a indicar que en la época de Pablo solo había unas nociones en el ámbito judeohelenístico que nutrieron lo que llegó a ser el pensamiento gnóstico cristiano. Algunos han llegado a hablar de un gnosis judía ya formada en el siglo I EC. Pablo no era gnóstico, sino que pudo haber respondido a algunas ideas gnostizantes judías proponiendo al cristianismo apocalipticista como una alternativa a estas.

Algunas de las cartas atribuidas a él, del último tercio del siglo I EC, sí tienen algunas nociones gnostizantes (Colosenses y Efesios), aunque distinguibles de otros tipos de ideas de la gnosis judía. Sin embargo, esta corriente religiosa dentro del cristianismo es más bien un fenómeno de finales del siglo I y del siglo II y III. Sí, en los años sesenta y ochenta se solía argumentar que el gnosticismo cristiano había nacido temprano en el siglo I, tal vez antes. (Maccoby caps. 1 y 2) Este asunto todavía se debate, porque depende de lo que se quiera decir con el término “gnosticismo”, noción que, dicen algunos expertos, debe ser reformada para que sea historiográficamente útil o, de lo contrario, deba abandonarse. (Brakke 19-28) Sin embargo, viendo la evidencia disponible de lo que hoy día consideramos “gnósticos” distintivamente cristianos, esta nos indica fuertemente que esta corriente era más un fenómeno del siglo II, tal vez del último tercio del siglo I EC como más temprano. Ninguno de los evangelios gnósticos cristianos aludidos por los documentos patrísticos ni los encontrados en Nag Hammadi datan más temprano del siglo II. (Barnstone y Meyer 3, 6-7; Montserrat-Torrents I:intro. gen.; C. Vidal, intro.)

Sin embargo, Zavala no solo no tiene esto en cuenta, sino que lo combina de manera confusa con los cultos mistéricos y los mitos de los dioses que “mueren y se levantan”. (Zavala Toia 69-78) El problema es que el gnosticismo y los misterios son dos corrientes muy distintas que se dieron en el ámbito helenístico. Pablo mismo parece haber conocido corrientes mistéricas, pero su pensamiento se dirigía a establecer su cristianismo y evangelio como alternativa a estos cultos. Más adelante, nos concentraremos más en los problemas de la categoría de los dioses que “mueren y resucitan”.

  • Hay inconsistencias graves en el texto de Zavala.

Zavala no presenta su caso de manera consistente ni de forma coherentr. Tomemos de nuevo el del séptimo capítulo de la segunda parte de su obra. El texto comienza ofreciéndonos una información correcta, que, actualmente, hoy se piensa que del Apóstol Pablo solo contamos con siete cartas auténticas: Romanos, Gálatas, 1 y 2 de Corintios, Filipenses, 1 Tesalonicenses y Filemón. Las demás cartas del corpus paulinum son falsificaciones (2 Tesalonicenses, Colosenses, Efesios, 1 y 2 Timoteo y Tito) o son falsamente atribuidas a él (Hebreos). (Zavala Toia 63) Sin embargo, más adelante, para probar el carácter “gnóstico” y “mistérico” de Pablo, Zavala cita a Colosenses y a Efesios como evidencia. (74, 75) ¿Son las cartas de Colosenses y Efesios auténticas para Zavala o no? No se nos dice.

Una nota aparte: Nótese la falta de atención de Zavala a la hora de escribir en torno a estos temas. Tras haber aceptado implícitamente que 2 Tesalonicenses es una falsificación, argumenta en una nota al calce que conocemos sobre la circulación de falsas cartas paulinas debido al pasaje 2 Tes. 2:2. (63) Sin embargo, hoy muchos eruditos aceptan que el falsificador de 2 Tesalonicenses se estaba refiriendo a la carta auténtica de Pablo, 1 Tesalonicenses. En otras palabras, un falsificador que se estaba haciendo pasar por Pablo —y que, por cierto, trata de imitar el estilo de 1 Tesalonicenses—, desautorizaba una carta auténtica paulina. (Ehrman, Forgery 250-271; Piñero, Guía 414-416; S. Vidal 25-26)

Lo mismo pasa con la manera que tiene Zavala de fechar los evangelios. No solo es inconsistente, sino que algunas de sus propuestas de fechas son insostenibles. Por ejemplo, él dice que los Evangelios fueron redactados entre el 70 y el 150 (¡!) EC, basándose en una obra que (confieso) no he visto ni leído, cuyo título es realmente The Original Jesus de Elmar Gruber y Holger Kersten y que cuestiono como fuente —asevera ciertas improbables influencias del budismo en el cristianismo. No obstante nuestra objeción, si Zavala nos está citando este libro correctamente, Gruber y Kersten tienen razón cuando dicen que el Evangelio de Juan puede datar de un momento temprano del siglo II. Sin embargo, Zavala, en repetidas ocasiones, indica el año 150 EC como su fecha de composición, algo que contradice a Grube, Kersten y a la inmensa mayoría de los expertos. ¿Qué le hace pensar que fue escrito tan tarde?

Por lo menos, voy a dar tres argumentos para pensar que el Evangelio de Juan fue escrito mucho más temprano (95-110 EC). El primero es que las epístolas de Ignacio de Antioquía (100-110 EC) parecen lidiar por problemas causados por los mismos grupos que parece atacar el redactor de la epístola 1 Juan. Los grupos en cuestión parecen haber tomado el Evangelio de Juan como autoritativo, pero brindándole una interpretación que el autor de 1 Juan ve como heterodoxa. Esto colocaría la redacción de la carta hacia el 100 al 110 EC, por ende, el Evangelio sería más temprano. Además, Ignacio discute ideas juánicas que andaban flotando en las congregaciones y que él las utilizaba, aunque no hay evidencia contundente de que él hubiera leído el Evangelio de Juan. Esto significa que Ignacio y el autor de 1 Juan pudieron haber sido contemporáneos y, en ambos casos, hay indicación de que el Evangelio fue escrito a finales del siglo I o principios del II. (Brown 94, 101-102, 147-154; Metzger cap. 3) El segundo argumento es de evidencia interna, que muestra que los últimos redactores del Evangelio de Juan intentaban responder a controversias que habían florecido a finales del siglo I y principios del II EC. Por ejemplo, el evangelio hace alusión a que los cristianos eran expulsados de las sinagogas a nombre de Jesús. (Jn. 16:2-4) Esto nos indica que estos versos se escribieron, mínimo, en los años 80-90 EC, durante o después del llamado “Concilio” de Jamnia (70-90 EC). La teología del Logos, ya adoptada explícitamente por el último redactor evangélico lo colocaría a finales del siglo I o principios del II. El tercer argumento es nuestro fragmento más temprano de cualquier texto cristiano que ha sobrevivido hasta hoy día, ℘⁵². Aunque se debate la fecha todavía, una buena parte de los papirólogos y paleógrafos lo datan a alrededor del 125-150 EC. Hoy día se concede por la buena parte de los eruditos que esta pieza no permite que hablemos de una redacción del evangelio más allá del 130 EC. (Piñero, Guía 398-400)

Por cierto, el asunto de las fechas no es exactamente un dogma de fe. Antes, la mayoría de los eruditos pensaba que Hechos de los Apóstoles fue escrito en la década del 90 EC. Sin embargo, en años recientes, se está volviendo paulatinamente mayoritaria una opinión de que fue escrito más tarde, alrededor del 115 EC. (Pervo) No basta postular una fecha, hay que saber justificarla. ¿De dónde sacó Zavala la fecha de 150 EC? No sabemos.

  • Hay otros tipos de problemas menores en el texto de Zavala.

En el libro de Zavala hay otros tipos de confusiones en las que, confieso, también yo caigo, especialmente si leo de prisa sin deternerme a entender lo que estoy mirando. Por ejemplo, en un momento dado, Zavala le atribuye a Piñero el negar la existencia de Nazaret hasta el siglo IV. Como referencia, solo nos pone la dirección donde se encuentra el blog del filólogo, pero no la dirección exacta donde lo afirma. (153) Intrigado por esta sugerencia que me parecía implausible —habiendo yo leído a Piñero y habiendo visto que en ningún lugar él negaba la existencia de esa aldea— busqué la información en su blog. Aquí se encuentra la página a la que se refiere Zavala. Como se puede ver, Piñero no afirma que Nazaret no existía previo al siglo IV. La aserción forma parte de una pregunta de un lector a Piñero, esto lo indica la etiqueta “Pr.” (pregunta). Cuando llegamos al área de su respuesta (“R.”), Piñero nos dice categóricamente:

Nazaret se impone, pues, como un dato de la tradición que los evangelistas no pudieron obviar a pesar de las dificultades “¿De Nazaret puede salir algo bueno?”, Jn 1,46.

Nazaret estuvo habitada desde el neolítico. Hasta hace poco, del siglo I sólo había restos arqueológicos de una suerte de alquería con un lagar o una prensa de vino, de aproximadamente el 50 a.C. o d.C. Últimamente, como ha hecho notar la prensa se ha descubierto una casa tallada parte en la roca y parte al aire libre, del siglo I d.C. Que fuera la casa de Jesús es otra cosa, e improbable. Pero parece haber restos, pues, del siglo I d.C.
En síntesis: es más que difícil que los evangelistas (los cuatro) hubieran inventado a todas luces molesto para un mesías.

https://www.tendencias21.es/crist/Nazaret-no-empezo-a-existir-hasta-el-siglo-IV-Consumia-Jesus-drogas-Compartir-90-19-de-abril-de-2015-Preguntas-y_a1798.html

Hay otros errores textuales, tales como citas de archivos de su computadora personal, algo que debió haber corregido la editorial (e.g. nota al calce 48, pp. 75-76). Esta es más responsabilidad de la editorial que del autor.

Otros errores conciernen al no conocer el verdadero significado de ciertos términos. Zavala cae en el muy frecuente y muy popular, pero incorrecto, error de equivaler el término “inmaculada concepción” a la “concepción virginal de Jesús”. (29, 170, 215, 235) La doctrina de la inmaculada concepción de María, formulada ex cathedra por el Papa Pío IX en su bula titulada Ineffabilis Deus (1854), afirma que María fue concebida sin mancha de pecado original. Los evangelistas no pudieron haber conocido este dogma contemporáneo del catolicismo, porque no se había formulado para el siglo I EC. El dogma de la concepción virginal de Jesús es otra cosa y sí se funda en los relatos de los evangelios de Mateo y Lucas. Irónicamente, Zavala confunde las dos nociones en numerosas ocasiones, aun cuando tiene el significado del término “inmaculada concepción” ante sus ojos. (213-215) Dejo para el próximo artículo de esta serie la discusión de la frecuentísima confusión mitista entre la concepción virginal de Jesús como fue presentada en los evangelios y la concepción extraordinaria (mágica o milagrosa) de ciertas deidades o semideidades, cuyas madres no fueron vírgenes.

Algunas equivocaciones parecen desprenderse de no captar bien algunas aserciones de los eruditos. Por ejemplo, en el capítulo sexto de la parte dos, nos dice:

Los Evangelios de Mateo y Lucas, además de no haber sido escritos por testigos directos de los hechos que relatan, en un 90% son una copia del Evangelio de Marcos.

Zavala 57

Cuando leí este pasaje, me extrañé mucho. No indica fuente alguna, por lo que no pude corroborar de dónde sacó tan bizarra información. Ciertamente, los evangelios de Mateo y Lucas incorporan a Marcos, pero este no compone el 90% de los respectivos textos. Sin embargo, tras pensarlo un poco, parece que Zavala malinterpretó el dato que leyó. Probablemente, su fuente indicaba que el 90% del texto marcano se puede encontrar en los de Mateo y Lucas, que es otra cosa.

Lo que tenemos hasta ahora …

Notemos que todavía no hemos entrado en los planteamientos del texto, que, según nuestra perspectiva, están equivocados. Por ahora, hemos visto los errores metodológicos, de confusión de términos, de confusión de corrientes religiosas, de autoridades y no autoridades en estos temas, de géneros literarios, entre otros. Recuerdo que los casos que presento de su texto son solo unos cuantos de muchos ejemplos que se podrían sacar.

Como se podrá imaginar usted, la suma de estos problemas llevarán inevitablemente a afectar sustancialmente el planteamiento de Zavala. En nuestro próximo artículo de la serie, veremos cómo y por qué esto no favorece a la causa del ateísmo, del libre pensamiento ni del humanismo.

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Muchas gracias.

Referencias

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