La ciencia de los OGMs – 3: La pobrísima calidad de la ciencia antiOGM

Serie – “La ciencia de los OGMs” — Partes: 1 y 2

Declaración de conflicto de intereses: Ningún artículo de esta serie fue financiado por empresa pública o privada alguna. A tono con lo que decimos en la sección del “Propósito del portal“, no hay conflictos de intereses asociados a estos artículos.

ADVERTENCIA: Este artículo contiene las imágenes fuertes de estómagos de cerdos. También incluye la mención de una palabra que algunos pueden considerar ofensiva. El lector o la lectora ya lo sabe de antemano.

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Campaña Marcha Contra Mitos. http://www.mamyths.org/

Este será nuestro último artículo de esta serie que se dedique a los alegatos negativos que se hacen contra los transgénicos a nivel de nutrición. La razón es que ya aquí estableceremos con claridad que las alegadas inseguridades de los transgénicos no tienen base alguna y porque, como dijimos en la primera parte, su grado de seguridad está muy bien establecido. En los demás artículos de la serie, aunque hablemos de otros asuntos negativos, haremos un mayor esfuerzo de enfatizar en las contribuciones positivas y valiosas de los transgénicos en general.

A fin de cuentas, los animales de granja y los seres humanos hemos estado consumiendo transgénicos por aproximadamente treinta años sin señal alguna de reducción de esperanza de vida. Es decir, Monsanto (ni ninguna otra compañía de semillas) está “matándonos”.  Aun con todo lo mal que nos estamos alimentando (no por transgénicos, sino por el incremento del consumo de comidas grasosas, altas colesterol y azucaradas), esto sigue siendo válido para Estados Unidos y Puerto Rico, ya que en ambos casos, el promedio de expectativa de vida es cada vez más alto que el de cualquier otra época del pasado. Es más, mientras muchos puertorriqueños recurren a las teorías conspiratorias más descabelladas en torno a cómo Estados Unidos y todas las compañías semilleras y farmacéuticas “nos están matando”, irónicamente gozamos de mayor expectativa de vida que nuestra metrópoli. ¿No lo creen? ¡Véanlo!

Promedio de Expectativa de Vida - Estados Unidos (Imagen cortesía del Banco Mundial)

Promedio de Expectativa de Vida – Estados Unidos (Imagen cortesía del Banco Mundial)

Promedio de Expectativa de Vida - Puerto Rico (Imagen cortesía del Banco Mundial)

Promedio de Expectativa de Vida – Puerto Rico (Imagen cortesía del Banco Mundial)

Los tipos de estudios que prevalecen en el ámbito antiOGM

Si bien el experimento de Séralini no demuestra daño alguno de los transgénicos a los animales y los seres humanos, los demás estudios antitransgénicos no mejoran para nada la situación científica del movimiento antitransgénico. Al contrario, demuestran más allá de toda duda de que la evidencia contra los transgénicos converge a cero, es decir, es casi ninguna.

La preponderancia de artículos de revistas predadoras y desprestigiadas

Séralini no es un caso único del movimiento antitransgénico, al contrario, es típico del movimiento. Hace casi un año se presentó en este blog un artículo en que una nutricionista popular (en un sentido no partidista del término) recomendaba como evidencia la lectura de una serie de artículos “científicos” en torno al tema de Monsanto y los transgénicos. En una parte de nuestro artículo diferimos de ella y señalamos que una gran porción de esos listados provienen de revistas predadoras y de dudosa reputación (véase la sección donde se habla del glifosato). La nutricionista en cuestión parece no haber hecho una evaluación crítica alguna de las fuentes que utilizaba para fundamentar su opinión al respecto.

Open_Access_logo_PLoS_white.svgEl problema de las revistas predadoras es uno que hemos trabajado en el blog desde nuestro primer artículo, porque se ha convertido ya en una plaga en la investigación científica y como forjadoras de opinión pública. Como partidario de la cultura libre y de la información abierta, siempre he favorecido aquellos esquemas de solidaridad que mantengan la información accesible a todo el público. Sin embargo, lo que caracteriza a las editoriales predadoras no es solo que son de “acceso abierto”, sino que diseñan esquemas cuestionables en los que solicitan a los científicos (en ocasiones mediante spam o solicitudes de publicación engañosas) hasta un máximo de $3,800 para la publicación de un artículo científico. El solicitar la cantidad en cuestión no es realmente el problema, sino los mecanismos diseñados para adquirir ese dinero. El otro factor que las distingue es que usualmente no tienen mecanismos de arbitraje por pares (peer-review) efectivo: o no lo hacen en lo absoluto o tienen a personas totalmente incompetentes para ello. En muchas ocasiones, la American Association for the Advancement of Science (AAAS) ha llevado a cabo operativos para identificar aquellas revistas con pobres prácticas de arbitraje y el mayor porcetaje de ellas es de predadoras.

Para ilustrar cuan profundo es este problema, utilicemos el ejemplo de dos científicos de computación que se hartaron de recibir tanto spam en sus cuentas de correo electrónico. Ellos dos enviaron un artículo a la revista predadoras International Journal of Advanced Computer Technology y, ni corta ni peresoza, solicitó una cantidad de $150 para su publicación. El árbitro anónimo dijo que “lo leyó” y que era “excelente”. Para sorpresa de los distinguidos científicos, la revista decidió publicarla. ¿En qué consistía el artículo? Bien sencillo, en páginas y páginas y páginas y páginas que decían una sola frase, “Get Me Off Your F****ng Mailing List“. El artículo en cuestión también contenía imágenes que ilustraban bien su punto.

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Claro, todo esto es jocoso y para morirse de la risa.  Sin embargo, como ya hemos visto en otra entrada de este blog, el problema se vuelve sumamente grave cuando los gobiernos se sostienen sobre  estos tipos de artículos publicados en este tipo de revistas fraudulentas para fines de política pública.

John P. A. Ioannidis

John P. A. Ioannidis. Investigaciones Oncológicas de Madrid el 15 de junio de 2012. Foto cortesía de SINC.

En casos en que no se publican estudios en revistas predadoras, sino en unas genuinamente académicas, la tendencia general de los científicos antiOGMs es la de publicarlos en revistas de muy bajo impacto y, por lo general, con carácter de estudios preliminares. Esto lo discutimos cuando pusimos en duda un famoso “estudio” de Stephanie Seneff, científica computacional de MIT, que prácticamente le atribuía al incremento de gran parte de las enfermedades contemporáneas al consumo del glifosato. No lo traeremos a colación aquí de nuevo, pero es una muy buena síntesis de por qué debemos poner entre signos de interrogación los estudios preliminares en general. Recordemos los hallazgos del científico griego John Ioannidis y Steve Greenberg en torno al hecho de que cerca del 85 % de todos los estudios preliminares suelen llegar a la conclusión equivocada.

Como dijimos en nuestra entrada previa, en vez de darle más peso a estudios debidamente controlados, revisiones científicas rigurosas y metaanálisis, la prensa le presta atención (y a veces demasiada atención) a estudios preliminares. Para desgracia de un público que no sabe mejor, le quiere dar más crédito a estos estudios equivocados que al consenso científico. Esto constituye en desastre de relaciones públicas.

Tan graves son también los publicados por revistas auspiciadas por industrias sin arbitraje por académicos porque raras veces (o ninguna) hay algún filtro para la publicación de cualquier artículo que se le envíe.

Son estos artículos de revistas predadoras y los de distintas industrias los que en este momento sustancian la política pública de muchos países cuyos gobiernos rehúsan prestarle atención a los expertos que pueden distinguir el grano de la paja en la esfera de la discusión y el debate académico. Como dirían en Estados Unidos, a la hora de ofrecer ejemplos de esto, “the sky is the limit!”  Sin embargo, nos limitaremos a presentar dos artículos como ejemplo de este fenómeno: uno publicado en una revista predadoras y otro en una revista auspiciada por una industria, que tuvieron efectos importantes en cuanto a política pública a nivel internacional.

El caso de los cerditos malformados

Un “estudio” que intentó establecer un vínculo entre el glifosato y deformaciones en los animales de granja fue este:

Krüger, M., Schrödl, W., Pedersen, I. & Shehata, A. A. (2014). Detection of Glyphosate in Malformed Piglets. Environmental & Analytical Toxicology, 4, 230. doi: 10.4172/2161-0525.1000230.

Este añadió otros datos más al arsenal contra los transgénicos en general y el glifosato en especial (véanse algunas de sus páginas aquí, aquí, y aquí). Si la imagen de las ratas de Séralini era algo grotesca, las imágenes de este artículo lo son muchas veces más. He rehusado reproducirlas aquí, pero se encuentran en la segunda página de la publicación. Si usted es sensible a ese tipo de imágenes, por favor, asegúrese de no haber comido nada hace poco.

Obviamente, utiliza exactamente la misma estrategia del estudio de Séralini: usar imágenes impactantes y explotarlas más con el objetivo de espantar al público. Como dijimos en nuestro artículo previo, esto ya refleja una crasa falta de profesionalidad por parte de los autores y su propósito para ello es obvio:  una vez más impresionar a los lectores.  Sin embargo, el nivel tan grotesco de las fotos junto a la falta de datos, de análisis y de contrastación, etc. hacen de este, un “estudio” notablemente incompleto.  Todo lo que hace es decirnos que se han encontrado rastros de glifosato en cerditos malformados. ¡Ya! ¡Eso es todo!

Claro, no hemos nacido ayer ni nos chupamos el dedo. Lo que los autores intentan decirnos es que el glifosato puede ser una posible causa de las malformaciones.  Sin embargo, tres cosas nos hacen dudar de este alegato:

  • Si se estudian cerditos que no son malformados, pero que han ingerido pienso con transgénicos con glifosato, también se pueden encontrar en ellos rastros de esta sustancia. Y como ya dejamos claro, no hay evidencia alguna de que el consumo de pienso transgénico se halle vinculado con enfermades o muertes de animales de granja (Van Eenennaam et al., 2014).
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  • Recordemos que cerca del 90 % de los animales de granja consumen pienso transgénico. Si el glifosato y los transgénicos crearan un número de malformaciones en animales de granja (digamos, algo tan bajo como un 25 %) habría un problema muy serio con la industria de la carne. ¡Alas! No existe tal crisis. Es más, si fuera cierto que afecta adversamente a los animales de granja, entonces todo sería tan elemental como que los granjeros dejaran de comprar pienso con transgénicos. Cualquier problema actual en torno a la producción industrial de ese sector probablemente proviene de la decisión de personas a un estilo de vida vegetariano, algo que influencia su demanda efectiva.
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  • Aun antes de los transgénicos, se reportaban muchísimos casos de malfomaciones en animales de granja. Esto no es nada nuevo y encontrar rastros de glifosato en animales malformados no contribuye a conocer las causas reales de dichas enfermedades si no se lleva a cabo un análisis estadístico y experimentos clínicos al respecto, algo que los autores de Krüger et al (2014) jamás llevaron a cabo.

Las malformaciones en animales de granja se han mantenido extremadamente bajas antes (Rousseaux, 2008; Rousseaux & Ribble, 2008) y después de la introducción de transgénicos al mercado (Williams, 2010).

Logotipo de OMICS International

Logotipo de OMICS International

Es evidente, pues, que el estudio es de mucho peor calidad que el de Séralini. Obviamente revistas que se respetan a sí mismas como Food and Chemical Toxicology jamás publicarían algo así ¿Quién habría permitido semejante monstruosidad? Damas y caballeros, les presento a OMICS International. De todas las editoriales predadoras, esta es tal vez una de las más oscuras que existen en el mercado y completamente inmersa en escándalos. Esto no lo dice este servidor, hay toda una sección de Wikipedia dedicada a sus artimañas: elaborar falsas citas de científicos recomendando sus revistas “académicas”, incluir en su junta editorial a científicos que ni sabían que formaban parte de esta, facturar $2,700 a autores que ni sabían que sus artículos se publicarían en alguna de sus revistas, ser acusada de engañar en sus anuncios, publicar material plagiado, etc., etc., etc. Pueden ir a la sección de Wikipedia en cuestión, ¿quién soy yo para arruinarles su curiosidad?

Para un desmentido del artículo de Krüger et al. (2004), véase esta entrada en el blog de Kevin Folta, horticulturista reconocido de la Universidad de Florida.

El caso de Judy Carman: los estómagos de cerdos

Otro de los estudios que tuvieron impacto en la opinión pública, esta vez con mucho mayor alcance que el anterior, es el siguiente:

Carman, J. A.,  Vlieger, H. R.,  Ver Steeg, L. J., Sneller, V. E., Robinson, G. W., Clinch-Jones, C. A., Julie I. Haynes, J. I., & Edwards, J. W. (2013). A long-term toxicology study on pigs fed a combined genetically modified (GM) soy and GM maize diet. Journal of Organic Systems, 8, 1, 38-54.

Este equipo timoneado por Judy Carman, una bióloga con un grado honorario en química orgánica, exploró el efecto del consumo de pienso transgénicos en los cerdos.

El experimento (“en arroz y habichuelas”)

El artículo afirma que se utilizaron para el experimento “múltiples variedades” de maíz y soya genéticamente modificados para producir Bt, un insecticida (Carman et al, 2013, pp. 38, 41). Se separaron el total de cerdos a ser experimentados en dos grupos:

  • A un grupo se le dio pienso con mucha menor cantidad transgénicos (0.4% maíz transgénico y 1.6% de soya transgénica, pág. 40) que, de acuerdo con el estudio, es lo que uno encuentra típicamente en el maíz y la soya disponibles comercialmente según los ingieren los seres humanos.
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  • El otro grupo ingería maíz y soya mucho mayor de transgénicos.

Después de 22.7 semanas, se exploraron los estómagos de dichos animales y publicaron una ilustración al respecto.

Estómagos de los cerdos según Carman et al, 2013, p. 45.

Estómagos de los cerdos según Carman et al, 2013, p. 45.

Es decir, la ilustración muestra que los que comieron pienso con mayor cantidad de transgénicos tuvieron mayor irritación estomacal que aquellos que los que comieron pienso con menores cantidades de OGMs.

Los problemas con el “estudio”: la revista y conflictos de intereses

Aunque este artículo no se publicó en una revista predadora, para muchos sí era sospechosa. En primer lugar, aun con lo flexible que es PubMed para incluir en su índice a revistas arbitradas, The Journal of Organic Systems no se halla en su lista. Es más, es auspiciada principalmente por la Federación orgánica de Australia, una organización vinculada con la industria orgánica.

Quiero indicar que el hecho de que un estudio sea publicado por alguna industria o compañía no lo hace automáticamente descartable. Al contrario, muchas compañías han aportado mucho a las ciencias con sus estudios. Sin embargo, si los resultados no son verificados por alguna organización verdaderamente independiente (es decir, que no tenga ataduras con industria alguna) hay que tomar cualquiera de sus aserciones con pinzas y debe corroborarse mediante la reproducción dichos experimentos. Esto vale para la industria orgánica, para “Gran Farma”, para Monsanto, para quien sea. Este no fue el caso del artículo que estamos discutiendo. Es más, como veremos en breve, parecería que su práctica de arbitraje por pares o su control de calidad es extremadamente pobre.

El segundo problema que encontramos con el estudio es su declaración de conflictos de intereses, el equipo de Carman dice que no tiene ninguno. Una ojeada al texto revela que es mucho más grande que el que parece. Por ejemplo, ¿fue el estudio financiado? Sí. ¿Por cuál organización? Dice que por el  Institute of Health and Environmental Research (IHER) y Verity Farms. Como señala Myles Power, allí empezamos a tener serios problemas.

  • Institute of Health Environmental Research (IHER): La directora de esa organización era la misma Judy Carman. En otras palabras, ella utilizó la organización que ella misma dirige para financiar su propio experimento. ¡Wow! ¿Y aun así, ella nos dice que no hay conflictos de intereses? Y como pueden ver, el portal de esta organización ha estado bastante inactivo por años hasta el punto de que ya ni existe.
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  • Verity Farms: Es una granja que crece animales de corral y forma parte de la industria orgánica. El problema es que el segundo autor mencionado en el estudio (Howard R. Vlieger) era cofundador de la empresa en el momento de publicación. Una vez más, el hecho de que participe la industria no hace inútil el estudio, pero dado que la industria orgánica es militantemente antitransgénica y el bienestar económico de la compañía depende de su lucha contra los transgénicos, llama la atención que esto no represente conflicto de intereses alguno.

Si la revista hubiera tenido un buen control de calidad, no hubiera dejado pasar la alegada falta de conflictos de intereses.

Más problemas con el experimento

Parece que el estudio estuvo mal cotrolado, ya que no hubo grupo alguno de cerdos a los que se les hubiera provisto maíz y soya no transgénicos (que hubiera sido lo más sensato como “grupo control”). Todos los cerdos comieron pienso con transgénicos. Solamente que ajustó a uno de los grupos (el “control” supuestamente) a una cantidad que, según Carman y compañía, era equivalente a la que consumen los seres humanos (¡¿?!)

Otro problema es que ella alteraba las cantidades de maíz y soya transgénicos a medida que pasaba el tiempo. Una vez más, esto hace difícil analizar adecuadamente los datos en relación con los resultados del experimento.

Si no fuera poco, aun suponiendo que fuera cierto que los transgénicos causaron la inflamación de los estómagos, el hecho de que haya utilizado distintas variedades de maíz Bt y distintas variedades de soya transgénica, hace difícil (¡o imposible!) encontrar aquellas variables pertinentes que causaron las enfermedades en cuestión (Carman et al., 2013, pp. 38, 41).

Cristales de la toxina Bt

Cristales de la toxina Bt (2006). Foto cortesía de Jim Buckman.

Nota aclaratoria: ¿Qué es maíz Bt? Es un maíz transgénico que produce un pesticida conocido como “Bt”. Esta es una toxina producida por una bacteria llamada Bacillus thuringiensis y que es ampliamente usada por la agricultura, incluso la orgánica.  La ventaja del uso de este insecticida es que tiene la peculiaridad de afectar solamente a algunos insectos (particularmente aquellos cuyas orugas se alimentan de los cultivos) sin afectar en lo absoluto a los polinizadores ni a los animales en general, incluyendo a los seres humanos. Del uso de transgénicos Bt hablaremos en nuestra próxima entrada de esta serie.

Otro problema serio con el estudio es que solo presentó los números de estómagos relativamente sanos, los levemente irritados y los muy inflamados.  La evidencia era puramente visual sin haber hecho un análisis de las inflamaciones. El profesor de la Universidad de Guelph, Robert Friendship se expresó en torno a ello de la siguiente manera:

… it was incorrect for the researchers to conclude that one group had more stomach inflammation than the other group because the researchers did not examine stomach inflammation. They did a visual scoring of the colour of the lining of the stomach of pigs at the abattoir and misinterpreted redness to indicate evidence of inflammation. It does not. They would have had to take a tissue sample and prepare histological slides and examine these samples for evidence of inflammatory response such as white blood cell infiltration and other changes to determine if there was inflammation. There is no relationship between the colour of the stomach in the dead, bled-out pig at a slaughter plant and inflammation. The researchers should have included a veterinary pathologist on their team and this mistake would not have happened. They found no difference between the two experimental groups in pathology that can be determined by gross inspection.

Finalmente, y más importante todavía, no había correlación alguna entre la cantidad de transgénicos ingeridos y la cantidad de estómagos irritados, ya que en ambos grupos hubo estómagos inflamados. Es más, aquellos que comieron una menor porción de transgénicos tuvieron mayores incidencias de irritaciones (69 cerdos), mientras que aquellos que comieron una mayor porción tuvieron un número menor de inflamaciones (64 cerdos). Si acaso, como diría Mark Lynas, si nos dejamos guiar por los resultados, parecería que comer transgénicos es la manera más efectiva de evitar úlceras.

En otras palabras, el experimento estaba pobremente diseñado y no era concluyente.

¿Hay experimentos mejor controlados en relación con los cerdos y transgénicos Bt?

Hay muchísimos, pero he aquí un puñado mencionado por David Tribe para la misma época que Judy Carman publicaba el suyo.  Hubo un equipo que investigó muy minuciosamente y exhaustivamente los efectos de maíz transgénico Bt sobre los cerdos y los publicó en una serie de artículos: en ningún caso los transgénicos tuvieron efecto alguno en la salud de los cerdos y todos estos fueron independientes y financiados con fondos públicos. Por lo tanto, en este caso no se puede recurrir al trillado Reductio ad Monsantum:

  • 23 de noviembre de 2011: Fate of transgenic DNA from orally administered Bt MON810 maize and effects on immune response and growth in pigs (Walsh et al., 2011).
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  • febrero de 2012: Effects of short-term feeding of Bt MON810 maize on growth performance, organ morphology and function in pigs (Walsh et al., 2012a).
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  • 4 de mayo de 2012: The effect of feeding Bt MON810 maize to pigs for 110 Days on intestinal microbiota (Buzoianu et al., 2012a).
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  • 12 de mayo de 2012: Effects of feeding Bt MON810 maize to pigs for 110 Days on peripheral immune response and digestive fate of the cry1Ab gene and truncated Bt toxin (Walsh et al, 2012b).
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  • junio de 2012: High-throughput sequence-based analysis of the intestinal microbiota of weanling pigs fed genetically modified MON810 maize expressing Bacillus thuringiensis cry1Ab (Bt maize) for 31 Days (Buzoianu et al., 2012b).
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  • octubre de 2012: Effect of feeding genetically modified Bt MON810 maize to ∼40-day-old pigs for 110 days on growth and health indicators (Buzoianu et al., 2012c).
  • 16 de octubre de 2012: Effects of feeding Bt maize to sows during gestation and lactation on maternal and offspring immunity and fate of transgenic material (Buzoianu et al., 2012d).
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  • marzo de 2013: Effects of feeding Bt MON810 maize to sows during first gestation and lactation on maternal and offspring health indicators (Walsh et al., 2013).
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  • 3 de diciembre de 2014: Transgenerational effects of feeding genetically modified maize to nulliparous sows and offspring on offspring growth and health (Buzoianu et. al, 2014).

¡Ah! Casi se me olvidaba … ninguno de estos artículos contiene fotografías para darle shock a sus lectores. Estos son estudios serios y que  se publicaron en revistas de buena reputación.

Efectos a nivel público

Al igual que el experimento de G. E. Séralini y los artículos fatulos publicados por Seneff, estos dos estudios (y otros más de igual o peor calidad) han repercutido en la opinión pública con efectos devastadores. Debido al cúmulo del ruido en torno a los transgénicos y el glifosato, los grupos “verdes” han logrado poner en moratoria (prácticamente a perpetuidad) la siembra de transgénicos en Europa, tal vez con la excepción de España, que siembra maíz MON810 (Bt) para los animales de granja.

Consistentemente la prohibición del glifosato ha conllevado a los estados de la Unión Europea y de algunos estados de los Estados Unidos la compra de yerbicidas mucho más tóxicos, menos efectivos y significativamente más costosos. A manera de ejemplo, debido a estos estudios y al ruidoso alegato (carente de evidencia) de que el glifosato es cancerígeno, en algunos lugares de California se ha dejado de utilizar Roundup® y productos similares con glifosato y, simultáneamente, se han dedicado a usar pesticidas orgánicos (supuestamente “mejores”). El resultado ha sido costoso tanto económicamente como en salud. En Petaluma se solía gastar solo $ 62 en 140 galones de Roundup®, pero ahora tienen que gastar $ 1,136 por exactamente la misma cantidad, no solo porque este pesticida orgánico es significativamente más caro, sino porque por ser menos efectivo tienen que rociar mucho más del pesticida. Otro producto orgánico bajo su consideración también cuesta sobre los $1,000. En cuanto a la salud se refiere, los administradores del yerbicida como la población han experimentado un empeoramiento, especialmente en cuanto a problemas respiratorios. En resumen, fue un total fracaso.  Australia también pasó por un proceso semejante.

No nos olvidemos del hecho de que legisladores del Partido Independentista Puertorriqueño (PIP) en el pasado cuatrienio y este también radicaron proyectos para ponerle una moratoria o prohibición al uso de glifosato por parte de los municipios. El PIP lo hizo utilizando precisamente estos estudios fatulos (sobresaliendo el de Stephanie Seneff, plagado de p-hacking y del que hablamos en otra entrada de este blog). En un momento de crisis económica y de salud es lo menos que necesitamos en este momento. (Solamente rogamos al cosmos que al PIP no se le ocurra prestarle atención a la sugerencia de Seneff de que las vacunas están vinculadas al autismo, porque ese sí sería un sendero muy oscuro para ese partido).

En resumen, construir política pública sobre los cimientos inexistentes de estudios en revistas fraudulentas nos parece desacertado.

Referencias

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