
Este ha sido un año muy difícil para el mundo especialista en el Nuevo Testamento. No solo se nos fue John P. Meier, una de las más grandes lumbreras en torno al Jesús histórico, sino que ahora nos deja E. P. Sanders, tal vez el más grande erudito del Nuevo Testamento de los últimos cien años. No es exagerado indicar que su labor ha sido revolucionaria en este campo, tal como dice Ian Mills, candidato al doctorado y uno de los creadores del podcast NT Review.
Quiero notar que mis lectores se darán cuenta de que no es usual que en el blog describa una obra o una persona como “revolucionaria” en un campo. Me parece que la palabra ha sido abusada, especialmente en el mundo comercial, o como una especie de hipérbole para resaltar productos o personas que pueden ser grandes, pero que realmente no han contribuido a cambiar significativamente la perspectiva de un campo. En el caso de Sanders, la palabra “revolucionaria” —en el sentido no político económico del término— es perfecta para describir su contribución.
Nació el 18 de abril de 1937. Estudió en la Texas Wesleyan University, Perkins School of Theology de la Southern Methodist University, la Oxford University, la Universidad de Helsinki la Union Theological Seminary, New York City, entre otras instituciones. Fue precisamente aquí, bajo la dirección de W. D. Davies, que comenzó con sus contribuciones revolucionarias y, hasta cierto punto, iconoclastas.
En aquel momento, prevalecía en la investigación del Nuevo Testamento una corriente que se conoció como “crítica de las formas”. De acuerdo a esta perspectiva, el Nuevo Testamento debía ser un lugar donde se pudiera hacer un tipo de análisis literario que nos revelara la situación vivencial de las iglesias del siglo I. La premisa, a prima facie nada objetable, es que las diversas congregaciones tomaron tradiciones previas y las alteraban para adaptarlas a sus circunstancias del momento. Mediante el análisis redaccional y otros criterios literarios e históricos, la crítica de las formas buscaba rastrear la manera en que las tradiciones originalmente habían circulado oralmente.
Todo esto parecería sencillo. Sin embargo, lo que mostró E. P. Sanders en su tesis doctoral, luego publicada en 1969 bajo el título The Tendencies of the Synoptic Tradition (Las tendencias de la tradición sinóptica), es que las aspiraciones de los críticos de las formas eran esencialmente imposibles. Podemos identificar perícopas (fragmentos de textos que comparten estructuras semejantes) y categorizarlas en varias clases de redacción. Pero no así descubrir capas de la “vida de las iglesias” mediante el análisis redaccional o encontrar la “tradición oral que originalmente circulaba”. Aunque no era la primera vez que se criticaba esta aproximación a los evangelios, no exageramos al decir que el libro de Sanders le puso punto final al acercamiento propuesto por los críticos de las formas. Por esta razón, hoy día, virtualmente nadie en el campo del Nuevo Testamento intenta recuperar las hipotéticas fuentes orales originales detrás de los textos.
Sanders enseñó en McMaster University, la Universidad de Oxford, la Queen’s College y la Universidad de Duke, South Carolina. En sus investigaciones intentó avanzar una nueva visión del Jesús histórico que no era compartida por las corrientes principales del momento. Pudo publicar un libro titulado Jesus and Judaism (Jesús y el judaísmo) para el año 1985. Actualmente, se considera un clásico que revolucionó la perspectiva académica sobre el Jesús histórico. En esta obra, Sanders retó literalmente milenios de pensadores que concibieron a Jesús como una persona que rechazaba el judaísmo de su tiempo, especialmente el aparente desprecio que mostraba hacia la Torah según se nos muestra en algunos evangelios. Se solían esgrimir argumentos tales como el ataque de Jesús al Templo, entre otros hechos y dichos que se concebían como actividades antijudías. Al contrario, nos dijo Sanders, las acciones de Jesús se comprenden mucho mejor si se piensan que son parte del judaísmo de la época. Es más, los evangelios nos proveen suficiente evidencia para afirmar que Jesús observaba la Torah. Su rechazo a algunas enseñanzas fariseas que vemos en algunos pasajes era típico de los debates en torno a la ley mosaica que se daban en aquel tiempo y que continúan entre los judíos hoy día. En fin, Jesús era un profeta apocalíptico que estaba predicando la futura restauración de Israel, jamás estuvo en contra del judaísmo. Hoy día, esta es la perspectiva que domina la academia.
La tercera revolución, tal vez una de las más significativas de todo el campo la llevaron a cabo Sanders, quien concluyó el proceso comenzado por Johannes Munck y Kirster Stendahl. En 1954, Munck, especialista en Nuevo Testamento, publicó el libro Pablo y la salvación de la humanidad, donde reinterpretaba Romanos 9-11. Planteaba que el enfoque de Pablo no era la salvación de los gentiles, sino más bien la salvación de Israel. Más adelante, en 1963, Stendahl había publicado un artículo titulado “The Apostle Paul and the Introspective Conscience of the West” (“El Apóstol Pablo y la conciencia introspectiva de Occidente”). Recordando que llegó a ser obispo luterano (¡ironías de la vida!), afirmaba que la visión que prevalecía en la academia —particularmente la protestante— en relación con Pablo era históricamente equivocada y que estaba fuertemente influenciada por Martín Lutero, que a su vez se basaba en la lectura de Agustín de Hipona. Sencillamente, Lutero se equivocó. Que en realidad Pablo no había rechazado el judaísmo ni la Ley, que su requerimiento de la fe no excluía las obras, y que su objetivo no era la salvación de los gentiles, sino la restauración de Israel. Años más tarde, esa perspectiva tuvo un impulso muy importante gracias a Sanders, específicamente su obra publicada en 1977 titulada Paul and Palestinian Judaism (Pablo y el judaísmo palestinense). No solo fundamenta documentalmente lo dicho por Munck y Stendahl, sino que recalca el hecho de que Pablo jamás abandonó el judaísmo, ni les aconsejó a los judíos que abandonaran la normativa mosaica. Lo que sí afirmaba es que Dios había hecho una nueva alianza —vía Jesucristo— con los paganos (paralela a la alianza mosaica), que no les requería la observancia de ciertas disposiciones de la Torah, tales como la circuncisión o la observancia de la dieta kashrut o del sábado (lo que Pablo llamaba “obras de la Ley”). Es más, era equivocada la visión moderna y cristiana dominante sobre el judaísmo del siglo I, que les requería a sus seguidores el cumplimiento de la Ley al detalle como requerimiento para la salvación. Estos tres autores afianzaron una nueva corriente la llamada “Nueva Perspectiva” (hoy día, no tan “nueva”) y su versión más radical conocida como “Pablo dentro del judaísmo” (que yo suscribo). Actualmente, son las dos que imperan en los estudios paulinos.
Demás está decir que en estas dos últimas obras, Sanders cambió por completo nuestra comprensión del rabinismo judío de la época. Es más, su obra Judaism: Practice and Belief, 63 BCE-66 CE (Judaísmo: Práctica y Credo, 63 a.e.c.-66 e.c.) es una referencia imprescindible a la hora de estudiar el judaísmo del Segundo Templo, especialmente durante la época de Jesús.
Para todos los efectos, como diríamos los puertorriqueños, Sanders “viró patas arriba” las perspectivas dominantes de su tiempo en relación con el Nuevo Testamento: propició el abandono definitivo del acercamiento de la crítica de las formas a los evangelios, aclaró el contexto de la realidad judía del tiempo de Jesús y reinsertó a los dos personajes fundacionales del cristianismo dentro de esa realidad.
Estas no han sido sus únicas obras. Escribió algunos libros de carácter divulgativo y otros académicos tales como The Historical Figure of Jesus (La figura del Jesús histórico), Paul. A Very Short Introduction (Pablo: Una corta introducción), Paul: The Apostle’s Life, Letters, and Thought (Pablo. La vida del Apóstol, cartas y pensamiento), Comparing Judaism and Christianity (Comparando el judaísmo y el cristianismo), Paul, the Law, and the Jewish People (Pablo, la Ley, y el pueblo judío), entre otros textos importantes.
En cuanto a sus convicciones religiosas, se consideraba “un protestante liberal, moderno y secularizado”. Según noticias recientes (de las que no tenemos suficiente información), murió el 21 de noviembre de este año, aunque la noticia se divulgó aparentemente el 26 de noviembre.
Que descanse en paz, porque durante su vida mostró lo que es ser un verdadero profesional académico, produciendo un hermoso legado para futuras generaciones.
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