
Hoy se acaba de publicar un artículo de opinión muy importante en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), de la Asociación Nacional de las Ciencias de Estados Unidos. He aquí la ficha:
Wu, F., Wesseler, J., Zilberman, Russell, R. M., Chen, C., & Dubock, A. C. (2021, 21 de diciembre). Opinion: Allow golden rice to save lives. PNAS 118(51), Opinión e2120901118. https://doi.org/10.1073/pnas.2120901118.
En este artículo, los autores resaltan la importancia de la legalización del arroz dorado en algunos países claves del mercado asiático para subsanar el problema de las enfermedades y muertes causadas por la malnutrición. Para aquellos que sean nuevos lectores, sepan en qué consiste este alimento, se trata de un tipo de arroz artificialmente modificado mediante transgénesis. Esta variante genética le permite al arroz expresar betacaroteno, que en nuestro organismo es el antecesor de la vitamina A. El arroz dorado es el primer caso de un alimento transgénico biofortificado, es decir, que mediante transgénesis ha aumentado su capacidad (densidad) nutritiva. Esto le da un color amarillento, por ende su nombre. Este factor de la provisión de vitamina A por este medio está fuertemente respaldada experimentalmente y se espera que tenga éxito en el mercado.
No obstante esto, el arroz dorado se ha enfrentado a muchas adversidades, especialmente por parte de grupos ambientalistas como Greenpeace que lo ven como una amenaza. Para ellos, el arroz dorado es un “caballo de Troya” disfrazado de buenas intenciones, pero su fin es el de normalizar el mercadeo de transgénicos a nivel global. El problema es que desde un punto de vista ético social (y ético global), no existe problema alguno con un arroz al que las empresas han renunciado el cobro de regalías por concepto de patentes a agricultores que en general son muy pobres. Además, estas empresas han acordado que se les permita guardar las semillas para la próxima generación y que puedan vender el producto sin paga alguna por concepto de regalías.
Se pierde de perspectiva que el mercadeo de transgénicos es normal a nivel global, por lo que la lucha contra el arroz dorado es fútil para esos propósitos. La única atadura que se ha podido identificar es que el pago de patentes solamente es válido para aquellos agricultores o empresas que ganen de US$ 10,000 al año en adelante. Si usted es una persona que gana esa cantidad de dólares estadounidenses en muchos de los países de Asia, entonces vive muy bien porque el dólar tiene un poder adquisitivo enorme en ese mercado. Según cifras del 2017, en Filipinas, un agricultor promedio gana alrededor de US$ 2,003.57 al año. En Bangladés, el ingreso promedio es de US$ 2,364.72 al año. En Indonesia, es de US$ 3,255.83 al año. En Tailandia, es de cerca de US$ 3,102.50 al año. Cuando se trata de Myanmar, en el mejor de los casos (durante la época seca) un agricultor tiene un ingreso promedio de US$ 1,277.50 al año. Desde esta perspectiva, es antiético el prevenir el acceso de personas malnutridas a este producto que sin duda lo necesitan en el mercado asiático. Esto no es distinto a las denuncias que se les hicieron a las farmacéuticas a finales de los años 90 por cabildear en Estados Unidos contra de Sudáfrica por comprarle a India medicamentos mucho más baratos para lidiar con su epidemia de sida.
Desgraciadamente, con la notable excepción de Filipinas, los gobiernos de países asiáticos que más necesitan acceso a vitamina A no han aprobado todavía la producción y comercialización del arroz dorado. Nuestros autores destacan los logros notables de los mecanismos convencionales para reducir la mortandad por deficiencia de vitamina A en Asia oriental y sudoriental, de un 39 % a un 29 %. Aun con ese logro, varios consumidores de arroz en Asia no tienen acceso a variedad de alimentos y no les es posible tener acceso a los nutrientes que necesitan para sobrevivir. El arroz es un alimento básico en Asia. Gracias a su sobreabundancia, es bien barato y llena los estómagos, pero no nutren debidamente. Según un estudio, la sustitución del arroz convencional por el dorado en las escuelas podría haber un aumento de nutrición de vitamina A de 89 a 113 % en el caso de Bangladés y 57 a 99 % en el caso de Filipinas. El artículo de opinión también destaca los problemas de costos que hay con la fortificación convencional del arroz con vitamina A y zinc. El problema es que esa medida ineficiente encarece el alimento en relación con el arroz dorado. Este reduciría considerablemente esos costos, facilitando así su acceso a los más pobres. Dados estos hechos, los retrasos en la aprobación comercial del arroz dorado ha conllevado enfermedades y muertes innecesarias.
Los autores atacan otro argumento esgrimido por Greenpeace es que la comercialización del arroz dorado haría que estos mercados asiáticos dependan de un solo alimento básico y se impida una futura diversificación de fuentes nutritivas. El problema es que el arroz ya es (desde hace muchos años) el alimento básico de la inmensa mayoría de los pobres asiáticos. No existe ninguna condición estipulada por las corporaciones dueñas de las patentes que únicamente se mercadee el arroz dorado para remediar el problema de la carencia de vitamina A. La diversificación alimentaria siempre es posible, y es algo que probablemente ocurra en el futuro. Tampoco hay razón alguna para su comercialización con base en no cumplir con las debidas regulaciones. Al contrario, los estudios están hechos y no hay obstáculo alguno en cuanto al cumplimiento con las normas de regulación. Se ha demostrado a cabalidad que el arroz dorado es seguro para el consumo humano.
Finalmente, el artículo de opinión sugiere que este impedimento para la aprobación del arroz dorado se debe a actitudes anticientíficas, no muy distintas a los movimientos antivacunas. Sencillamente, no existe justificación ética o científica alguna para que se provea gratis esta nueva tecnología que se diseña para salvar vidas.
Este es el parecer de la mayoría de la comunidad científica actual. Recordemos que actualmente hay una carta firmada por 158 ganadores del Premio Nobel pidiéndole a Greenpeace abandonar su estrategia de obstaculizar el uso de transgénicos y muy especialmente del arroz dorado.
Algunos comentarios adicionales
Algunos opositores al arroz dorado plantean que ya existen programas de remedios mediante suplementos. Algunos de ellos –un poco descabellados– plantean que la oposición no es que están en contra de la tecnología, sino de las medidas corporativas y neocoloniales para impulsarlos en el mercado asiático. A este último planteamiento hay que recordar que suplementar nutrientes a una población no es menos “intervención de las grandes potencias” que el arroz dorado creado por corporaciones occidentales (olvidándose que hubo científicos y negocios asiáticos que trabajaron en él). Al contrario, ninguno de esos agricultores tiene la capacidad de fabricar suplementos o dárselos a organizaciones sin fines de lucro. Solo enriquecen a las grandes farmacéuticas que los fabrican. Por otro lado, según vimos, acceder al arroz dorado les brinda a los agricultores el poder de producirlo mientras que mejora sustancialmente salud a un público que requiere nutrirse de vitamina A. Como señalamos, las estrategias convencionales de suplementos y fortificación son ineficientes y elevan los costos de estos alimentos, aun cuando se obtengan resultados muy positivos. El público asiático se ha vuelto dependiente en ese aspecto tanto de las grandes potencias como de las corporaciones vía las organizaciones sin fines de lucro. El arroz dorado les da a los agricultores el poder de su producción y mercadeo, brindándoles una dimensión de escala mucho mayor, además de beneficiarlos económicamente.
También uno debe preguntarse cuántas muertes más son aceptables en lo que “esperamos” a que el globo entero cambie radicalmente a un sistema más justo. Podemos críticas válidas al sistema global neoliberal y los molleros de las grandes potencias mundiales, pero tales puntos negativos no deben ser razón para obstaculizar la provisión de una medida que salve vidas.
Nota personal: Vivo en Puerto Rico, una colonia de Estados Unidos. Desde hace años abogo por la independencia de mi patria y denuncio la relación colonial que pone a mi nación en una condición de subordinación con los Estados Unidos. Eso no significa que debemos sentarnos a esperar a que Puerto Rico sea independiente para entonces fabricar vacunas contra el COVID-19 o importarlas de Estados Unidos. Aun bajo la desgracia del coloniaje, si Estados Unidos nos puede proveer vacunas libre de costo, eso es algo que los puertorriqueños debemos aprovechar. Multiplicar nuestros males, incluyendo muertes, porque cierta relación política o económica es injusta no remediaría para nada dicho problema. Igual razonamiento debe aplicar aun en el mercado global en relación con varios de los países asiáticos pobres.
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