La ciencia de la redistribución de riquezas: 2 – Las externalidades como problema

justicia

Serie: 1ra. parte

La economía tiene dos componentes básicos que hay que tener en cuenta: la física y la conducta humana. En el primer caso, recordemos que economía involucra esencialmente el establecimiento particular de ciertas relaciones humanas con el objetivo de distribuir riquezas de manera inteligente. Las riquezas mismas son en su mayoría recursos escasos: materia y energía.  La única excepción a ello es la distribución de información (expresiones e ideas), que son esencialmente reproducibles indefinidamente sin que ello agote sus reservas. Aun así, estos recursos no escasos sí necesitan de recursos escasos para poder subsistir, por ejemplo ácido desoxirribonucleico (ADN), el cerebro, las computadoras, los servidores. La abundancia o carencia de dichos recursos físicos le asigna valor de acuerdo a unas relaciones humanas en particular en un contexto ambiental.

En el segundo caso, tenemos la conducta humana, que depende en lo más básico de predisposiciones genéticas heredadas de nuestros antepasados y la respuesta a los estímulos del entorno. Ambos factores juegan un rol a la hora de contemplar una realidad, entenderla y determinar cuáles son los problema que confronta un individuo o sociedad y cuáles son sus soluciones más eficientes.
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Los problemas físicos de la economía

No tener ninguno de estos factores en cuenta es fuente inagotable de equívocos y malas políticas públicas. Por ejemplo, la insistencia de cierto sector del público en fomentar el cultivo de alimentos orgánicos (en Europa “ecológicos”) pasa por alto la mayor ineficiencia de inversión y distribución de energía cuando se le compara con la mayor eficiencia de los cultivos convencionales u otros que utilizan alimentos modificados por ingeniería genética. Esta ineficiencia de inversión y generación de energía se refleja en los precios de los productos orgánicos. Por eso, la Revolución Verde está alimentando cada vez más a gente más pobre precisamente porque la producción derivada de dicha estrategia de producción ha llevado a los costos más bajos posibles de los alimentos porque se produce mucho más cantidad por acre de terreno. Además, el mayor consumo de energía por ineficiencia productiva significa mucha mayor emisión de gases de invernadero.

La agricultura orgánica ha contribuido en muchos aspectos a la mayor atención a la salud ecológica de los suelos y su ecosistema. En el ámbito convencional han prestado atención y están adoptando algunas de estas estrategias. Sin embargo, los precios de los alimentos orgánicos en promedio permanecerán más altos, ya que su rendimiento en general es muy bajo, algo que confirman los datos del Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA). Esto tiene el efecto de económico de reducir la oferta ante una demanda efectiva que es cada vez más alta (en general resultado de la mercadotecnia). Es por eso que la Organización de las Naciones Unidas (ONU), particularmente la Organización de Alimentos y Agricultura (FAO), no recomienda la agricultura orgánica para resolver el problema de la malnutrición del mundo. Es más, contrario a lo que se espera, si quiere mantenerse el nivel de alimentación actual y se generalizaran los cultivos orgánicos, se necesitaría mucho más terreno que en la actualidad. En tal caso, habría que eliminar una muy buena parte de las reservas naturales del mundo que tanto bien le ha hecho a la naturaleza.

Una vez más, esto es física, específicamente se trata de termodinámica. Como señalan los datos de la USDA, donde la agricultura orgánica rinde más es en alimentos que son bajos en calórico (menos energía), mientras que donde menos rinde es en alimentos de alto contenido calórico (mayor energía). Es por ello que la gente que proponen exclusivamente los alimentos orgánicos como manera agroecológica de crear una “economía alternativa al capitalismo” (whatever that means) no tienen la menor idea de lo que hablan. Aun si esto se transformara en socialismo democrático, o sociedad comunista o anarcosindicalista o anarcocapitalista (el que usted prefiera), siempre existirán los mismos problemas termondinámicos. No hay de otra.

Por ende, cualquier genuino programa económico de justicia social tiene que aspirar a la mayor producción de alimentos altos en calóricos, que rindan cada vez más y que sean lo más amigables al medio ambiente que se pueda. Si se quiere justicia y sacar de la pobreza a aquellos que viven en miseria, se debería proveer cada vez más alto nivel de energía a aquellos que carecen de ella (dicho “en arroz y habichuelas”: proveamos mejor alimento a aquellos que sufren más hambre). La insistencia en buscar “alternativas” que desafían las leyes de la física están destinadas al fracaso no importa lo mucho que intenten cuadrar el círculo postulando sistemas económicos “alternativos”.

La realidad de la física también es un problema para la justicia social en otro sentido muy importante. Como estamos hablando de recursos escasos (materia y energía), esto significa necesariamente que cuando se gana un bien escaso se internaliza unas ganancias y se externalizan ciertos costos.  Los economistas llaman “externalidades” a aquel efecto que una transacción tiene sobre un tercero. Las externalidades negativas son aquellas en las que tal efecto es un costo. De aquí en adelante, cuando hablemos de “externalidades” nos referiremos a las negativas.

Como toda forma de riqueza y carencia de ella a nivel social es medible en dólares y centavos, podemos identificar actividades externalizantes:

  • Contaminación del ambiente
  • Salarios a nivel de miseria (sweatshops)
  • Muertes debido al alto nivel de letalidad de una labor
  • Engaños de anuncios
  • Exenciones contributivas que no generan bienestar para el estado o la población
  • Maltrato a los animales no humanos
  • Erosión de los suelos cultivables
  • Emanaciones de gases de invernadero, etc.

Muchos de estos males están seriamente asociados a las grandes corporaciones. Como bien señala el documental The Corporation (malinformado en algunos casos que discute, pero en esto no), las corporaciones en general son máquinas eficientes de creación de ganancias que generan simultáneamente numerosas externalidades.

El nivel de riqueza que producen ayuda a satisfacer y beneficiar a la humanidad de muchas maneras. Una de las más notables es que su labor de producción se ha vuelto tan eficiente y ha logrado producir tantos bienes baratos que ha permitido su acceso a los más desfavorecidos y así ha consguido (sin proponérselo) a aliviar la pobreza extrema a nivel mundial.

Tasa de población mundial bajo los niveles de pobreza

Tasa de población mundial bajo los niveles absoolutos de pobreza, 1820-2015 (Roser & Ortiz-Ospina, 2017; CC-BY-SA 4.0).

La población mundial que vive en pobreza extrema

La población mundial que vive en pobreza extrema, 1820-2015 (Roser & Ortiz-Ospina, 2017; CC-BY-SA 4.0).

¿Qué explica este misterio? ¿Por qué las corporaciones y otras organizaciones son tan efectivas en crear este fenómeno a nivel mundial? La respuesta particular en torno a la estructura corporativa se dejará para otra entrada de esta serie. Baste decir que esto no debe interpretarse como una base para un “laissez-fair” corporativo. Precisamente debido a su forma de generación de riqueza, se producen externalidades que neutralizan en gran parte dichas ganancias sociales. Por ende, siempre hará falta una entidad externa a las corporaciones que les limiten su daño social y maximicen su bienestar. Ahí está una gran parte de la respuesta a nuestras interrogantes.
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La conducta humana

El error de Marx

Karl Marx

Karl Marx

En su obra cumbre, El capital, Karl Marx describió la economía capitalista en sus dos facetas: una dinámica esencialmente física que involucra materia, energía y termodinámica; la otra es la de relaciones humanas. Los seres humanos establecen un tipo de relaciones de producción particulares (en este caso, capitalista) que mediante la actividad laboral (entrada de energía) transforma la materia prima en mercancía. Lo interesante es que esta cantidad de labor (energía) depositada en la mercancía, medible por el tiempo de trabajo socialmente necesario, toma la forma de valor, una abstracción plenamente objetiva aunque sea forjada en el enjambre de este tipo de relaciones humanas.

En ese juego dialéctico entre lo físico (materia y energía) y lo espiritual (relaciones abstractas) hay todo un proceso metabólico en el que el cuerpo organizado del colectivo humano transforma su entorno. Para Marx la transformación procesual de la materia prima con la que los seres humanos entran en contacto de acuerdo a unas relaciones de producción determinadas (las que sean) es un atributo esencial de la humanidad. Añadimos que la transformación del entorno es atributo esencial de cualquier organismo, ya que procesualmente hablando ninguno vive aislado; todo ser vivo busca sobrevivir transformando materia y energía con las que debe continuar su autopóiesis. Vía una teoría semiótica en la que la moneda es el signo de dinero y el dinero es mercancía que sirve de equivalente, Marx saca a relucir las dos dinámicas “contradictorias” del capital entre circulación por un lado y reproducción de capital por el otro: el capitalismo es un proceso de atesoramiento. Este es valor producido por el proletariado del cual una gran parte es el plusvalor que es apropiado por la burguesía (en el ámbito corporativo actual, los accionistas).

El diagnóstico hecho en El capital es fabuloso, pero la solución al problema de la injusticia inherente al capitalismo deja mucho que desear. Fuera del hecho de que el socialismo marxista practicado en diversos países no pudo erradicar ciertos problemas de externalidad (algunos que existirán en lo mínimo por física, independientemente del sistema económico), algunas fuentes de su fracaso se hallan en no tener en cuenta algunos aspectos de la conducta humana. Aunque en dichos países “desapareció” la relación dialéctica entre la burguesía y el proletariado, no hubo proceso alguno hacia el comunismo como lo pensaba Marx: una sociedad sin clases sociales y sin estado. Al contrario, se crearon nuevos estratos sociales con élites que favorecían a los suyos  mientras que fueron menos favorecidos (y otros más que desfavorecidos, como las víctimas de los gulags soviéticos). En dichos sistemas, los partidos de poder aspiran a privatizar las mentes del pueblo ya que lo moral es lo que estipulen los llamados “representantes” del proletariado. No me extenderé sobre el muy conocido y monumental fallo predictivo marxiano de que los países capitalistas eminentes iban a transformarse vía una revolución en socialistas. Los acercamientos keynesianos no previstos por él troncharon tal aspiración. Ni tan siquiera me referiré a la virazón de ciertos países llamados “comunistas” de nombre que han vuelto o están regresando sigilosamente al redil capitalista como lo son China, Vietnam y, paulatinamente, Cuba. Estos países tienen como base el libre mercado, pero con economías mixtas. Otros países han abandonado el modelo socialista marxista (inclusive el nombre) y han dado el viraje a una base de libre mercado pero con economía mixta, tales como Eslovenia y Estonia (Collado Schwarz, 2010, pp. 69-90, 160-180).

En casi ninguna de esas sociedades socialistas marxistas se disfrutó genuinamente de un grado de sociedad abierta como en ciertos países democrático capitalistas. Esto puede tener una explicación. De acuerdo al filósofo francés André Comte-Sponville, Marx carecía de una antropología adecuada para comprender bien las consecuencias de la solución que proponía. En La ideología alemana, Marx y Engels alegaban que por naturaleza el ser humano es egoísta y vela solo por su interés que nunca coincide con el de la sociedad (Comte-Sponville, 2004, p. 94; véase Marx & Engels, 1976, p. 35). Como veremos en breve, esta antropología marxiana es exagerada, pero para efectos del argumento aceptémosla provisionalmente como verdadera. Si este fuera el caso, la solución socialista propuesta por Marx implicaría que de alguna manera habría que hacer que individuos egoístas actúen de manera perfectamente justa con una distribución igualitaria de bienes. Eso solo se consigue con un gobierno lo suficientemente poderoso para que fuerce la igual distribución de las riquezas a expensas de ciertos derechos, del libre mercado y de libre selección (Comte-Sponville, 2004, pp. 94-95). A esto llamaba Comte-Sponville, “el error de Marx”: el intento de moralizar la economía, de hacerla perfectamente igualitaria y justa (pp. 93-96).

Contrario a lo que se alega, varios estudios recientes demuestran más allá de toda duda que hay una tendencia natural de los seres humanos a la desigualdad. En general, la gente prefiere vivir en sociedades donde haya desigualdad (Starmans, Sheskin & Bloom, 2017). El resto de los primates mayores tienen relaciones desiguales y jerarquías de dominación y mando dentro de sus grupos. De esta manera, todos los simios —incluyéndonos— gravitamos instintivamente y conductivamente hacia la desigualdad de puestos y de bienestar económico (Franz et al., 2015, De Waal, 1998). Sociedades que viven en igualdad suelen ser la excepción a la regla, especialmente cuando se tratan de poblaciones numéricamente bajas. Aquellas que adoptan formas sociales más complejas son favorecidas por selección grupal sobre las igualitarias. Como productos de la lucha por la supervivencia de nuestros ancestros, ¿qué nos haría excepción a esa regla conductista de nuestra cepa evolutiva?

Ahora bien, se pueden lanzar una serie de objeciones. Si un mundo perfectamente justo e igualitario no es solución, ¿quiere eso decir que tenemos que tolerar que la gente actúe egoístamente?  Como veremos, una sociedad que tenga en cuenta este factor de la naturaleza humana puede ser beneficioso si es debidamente regulado. Sin embargo, pretender que los seres humanos no actúen egoístamente en casi ningún renglón de sus vidas y que tal directiva se puede dictar muy efectivamente por un estado que obligara a tal ambiente, tendría el mismo tipo de éxito que el de prevenir los escándalos sexuales del clero católico imponiéndoles el celibato.

Allí donde la naturaleza humana no tenga espacio razonable para desenvolverse, se rebelará. Esto no es solo lo que pasó en muchos países mal llamados “comunistas”, sino también medidas tales como la prohibición del alcohol, la “guerra contra las drogas” o como la prohibición de la prostitución. ¿Han sido exitosas estas iniciativas?
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El error del becerro de oro

Becerro de Oro

Imagen de 1901 donde se representa el relato del Becerro de Oro en la Biblia (Imagen cortesía de la Providence Lithograph Company).

Si bien es cierto que el marxismo tiene serios problemas, sería un error pensar que el sector neoliberal procapitalista tiene toda la razón del mundo. Siguiendo la terminología de Comte-Sponville, no debemos arrodillarnos ante el ídolo del capital.  No caigamos en el “error del becerro de oro” (pp. 97-102). Al contrario, también tienen serios problemas a la hora de querer fundamentar su cosmovisión. Este es el problema inverso del marxismo. Marx quería forzar la moral y el igualitarismo al proceso interno de la economía. En cambio, el error del becerro de oro procura sacar de toda consideración la moral y la justicia para sustituirla por los valores del capital y del “mercado libre”.

Muchos economistas afines al sector conservador y libertario tienden a utilizar modelos que suponen toda una serie de hipótesis que dan por buenas sin ser examinadas con más detenimiento y que fracasan cuando se lleva al ámbito experimental.  Usualmente estos economistas descansan en lo que llaman “modelos de selección racional”. Estos parten de la premisa (compartida por Marx como ya vimos) de que los individuos son exclusivamente egoístas. Sin embargo, resulta que esta es una hipótesis que es errada a la luz de experimentos de la conducta humana.

Para poner la discusión en perspectiva, podemos recurrir a la teoría de juegos, especialmente con uno muy sencillo llamado el juego del ultimátum, mencionado en nuestra entrada anterior de la serie. He aquí las reglas del juego:

  • Escojo de un grupo a una pareja y le entrego a una de ellas 20 billetes de $ 5.00 (total $ 100).
  • Le digo que puede dividir los billetes entre los dos como desée, pero que hay dos condiciones:
    • Si su pareja acoge la dádiva, entonces los dos se pueden quedar con el dinero que les corresponde.
    • Si la pareja la rechaza, entonces el dinero vuelve a mí y los dos participantes se quedan sin nada.

Cuando se hace el experimento como este, usualmente la división toma la forma de propuestas como $50-$50, $65-$45 o $60-$40, en los que la pareja acepta el dinero. Sin embargo, si uno de ellos propone algo así como $90-$10 o $80-$20, la pareja rechaza el dinero aun sabiendo que al final se quedará sin nada (Frank, 2011, p. x).

Juegos como este ponen en entredicho la hipótesis de que los seres humanos somos exclusivamente egoístas. En un mundo en que los individuos son así, se supone que el que divida el dinero tome $ 95.00 para él y $ 5.00 para su pareja y que, a su vez, esta última la acepte de todas formas porque es mejor tener $ 5.00 que tener $ 0.00. Nótese que partiendo de esto, mientras mayor sea la desigualdad, menos satisfecha queda la humanidad. Con la duda de la hipótesis, cae como dominó todos los modelos de selección racional que la suponen y con ellos todas las propuestas de mercado libre guiado exclusivamente por el egoísmo sin límite alguno.

Esquemas económicos, políticos y sociales forjados de esta manera también se hallan condenados al fracaso y a la sociedad cerrada. Véase, por ejemplo, los distintos regímenes dictatoriales a favor del capitalismo, en particular el caso de Augusto Pinochet en Chile. El programa económico a implementarse en ese país era el documento conocido como “El Ladrillo” diseñado por economistas comprometidos ideológicamente con la perspectiva liberal tales como Milton Friedman y otros académicos de la Universidad de Chicago (también conocidos como los “Chicago Boys“) (Comte-Sponville, 2004, pp. 110-115; Klein, 2007, pp. 79-136). Parte de esto se debe a un mercado supremamente libre tiene que ir acompañado de un gobierno fuerte que reprima a una población que perciba una situación como injusta debido a graves situaciones externalizantes.

En el capitalismo hay competencia, algo que implica necesariamente algunas formas externalizantes. Dentro de grupos de trabajo, aquella persona que asciende de puesto goza de un recurso escaso, por lo que excluye necesariamente a aquellos con estatus más bajo; por ende, internalizan una ganancia y externalizan un costo sobre los demás.  No todo el mundo puede ser burgués, por lo que siempre habrá proletarios. No todo el mundo puede ser gerente, ya que habrá empleados a su mando y así por el estilo. Como bien dijo Marx, la producción es social y eso requiere de mano de obra organizada y arreglada para ello. El estatus alto conlleva necesariamente que otros tengan estatus bajo.

Adam Smith

Adam Smith

Igualmente ocurre una situación semejante cuando hay competencias entre grupos de producción. En un ámbito de competencia, unas corporaciones u organizaciones de producción sobresalen sobre otras. Como diría Adam Smith, ciertas formas de competencia llevarán a que los precios de mercado sean los más bajos posibles y así benefician la sociedad. Como señalan muchos economistas una y otra vez, hoy hay mayor competencia que cualquier otra época en la humanidad y, como ya hemos visto arriba. Esto ha llevado a que en general los precios de mercado de bienes y servicios sean los bajos posible. Sin embargo, toda competencia implica unos costos no insignificantes. A fin de cuentas, como indicaba el mismo Smith, el bienestar social que generan no es por altruismo, sino porque puede haber coincidencia entre el fin lucrativo y el fin público.  Por otro lado, Smith no olvida indicar que frecuentemente la burguesía (y sus secuacies) tienen intenciones propias que pueden conducir a oprimir al público.

… Al preferir dedicarse a la actividad nacional más que a la extranjera él solo persigue su propia seguridad; y al orientar esa actividad de manera de producir un valor máximo él busca solo su propio beneficio, pero en este caso como en otros una mano invisible lo conduce a promover un objetivo que no estaba en sus propósitos (Smith, 2008, p. 554, mi énfasis).

El interés de los empresarios en cualquier rama concreta del comercio o la industria es siempre en algunos aspectos diferente del interés común, y a veces su opuesto. El interés de los empresarios siempre es ensanchar el mercado, pero estrechar la competencia… Cualquier propuesta de una nueva ley o regulación comercial que provenga de esta categoría de personas debe siempre ser considerada con la máxima precaución, y nunca debe ser adoptada sino después de una investigación prolongada y cuidadosa, desarrollada solo con el máximo recelo. Porque provendrá de una clase de hombres cuyos intereses nunca coinciden exactamente con los de la sociedad, que tienen generalmente un interés en engañar e incluso oprimir a la comunidad, y que de hecho la han engañado y oprimido en numerosas oportunidades (pp. 343-344, mi énfasis).

Espero que los legisladores tomen nota.
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Los costos de la competencia

Retrato de Charles Darwin

Retrato de Charles Darwin

Contrario a lo que Smith pensaba, muchas de las externalidades no se deben a menos competencia (estrechar el mercado) sino a mayor competencia.

Tal vez para comprender cómo es posible que la competencia produzca simultáneamente beneficios sociales y externalidades, hace falta un marco más amplio que el de Smith y Marx. El economista Robert H. Frank ha sugerido utilizar el marco darwiniano de la competencia entre expecies como la mejor manera de entender la dinámica del mercado. Hoy día se sostiene que Adam Smith es el padre de la economía. Sin embargo, Frank apuesta a que dentro de cien años, si fuéramos a preguntarle a los economistas a quién consideran padre de la economía moderna, una pluralidad mayoritaria señalaría a Charles Darwin. (Como dirían en inglés: “I wouldn’t hold my breath“). Aunque el escepticismo de tal cumplimiento predictivo sobreabunda cuando uno escucha aserciones como esa, podemos entender desde cuál perspectiva parte Frank al respecto (Frank, 2011, p. xii).

Dentro de la dinámica competitiva entre especies, puede ser posible que prevalezcan ciertos rasgos en los que haya una coincidencia de beneficio individual y al grupal. Un claro ejemplo de ello es cuando las aves de rapiña como el águila gradualmente por generaciones desarrollan mejor visión para poder ver sus presas más de lejos y atraparlas. Los genes que expresan el rasgo pasan a la próxima generación, se disemina a nivel grupal y la especie se beneficia de cada vez mejor visión. Esto es análogo al mundo de Smith en que la competencia produce beneficios a los individuos que se quieren lucrar, pero también al grupo.

Sin embargo, en el mismo proceso competitivo puede ser que desarrollen rasgos que sean beneficiosos para el individuo pero perjudiciales para el grupo. Por ejemplo, en el caso de animales poligínicos, es decir, especies cuyos machos luchan entre ellos para acceder a las hembras. Un caso de ello los podemos encontrar en el caso de los alces. El macho que usualmente gana la batalla es el que tiene los cuernos más grandes. Eso le beneficia individualmente dejándole pasar sus genes a la próxima generación. Tal acto implica algo detrimental para la especie. Los genes de los cuernos grandes también pasan a la próxima generación y se diseminan en la especie. Este rasgo en particular no beneficia el grupo, solo al individuo. Si los alces necesitan salir corriendo en un bosque al ser perseguidos por una manada de lobos, unos cuernos de cuarenta libras que fácilmente se enredan entre las ramas pone en mayor peligro a la especie. Esto es análogo a lo que ocurre en ciertas formas competitivas en las que prevalecen procesos competitivos en que los criterios posicionales del mercado no necesariamente coinciden con el bienestar público (Frank, 2011, pp. 19-23, 72-74).

De esta manera, la comprensión darwiniana de la economía puede dar cuenta ambos procesos competitivos. A esto Frank le llama “bifurcación de Darwin” (Darwin’s wedge): hay procesos competitivos en los que el interés individual coincide con el interés público (Adam Smith), pero hay procesos competitivos en los que el interés individual no coincide con el público (pp. 25, 49). En la mayoría de estos últimos casos, el interés individual suele prevalecer, perjudicando así el bienestar social. Es en estas ocasiones que la adoración al becerro de oro fracasa estrepitosamente, como ha pasado en numerosas ocasiones, (e.g. en el caso de la gran debacle del 2008).

En nuestra siguiente entrada hablaremos más al respecto, pero debemos indicar ahora lo que esto significa. Un bien posicional es aquel bien del mercado que depende sensiblemente del contexto social donde se encuentra. Un bien no posicional es aquel que no depende sensiblemente del contexto social donde se encuentra (pp. 64-75).

Thomas Schelling

Thomas Schelling (Foto cortesía de Hessam Armandehi / CC-BY-SA 3.0).

Sobre esto nos puede iluminar un poco la obra del premio Nóbel de economía, Thomas C. Schelling. Él observaba que cuando se le concedía a los equipos de hockey el no ponerse los cascos, todos terminaban quitándoselo. ¿Por qué? La respuesta es clara cuando se piensa sobre el objetivo del juego: ganar. Supongamos que tenemos el equipo X y el Y. Digamos que el equipo X por razones de seguridad se ponen el casco, pero el equipo Y decide no hacerlo. ¿Quién tiene mayores probabilidades de ganar? El equipo Y:  al no ponerse el casco, tendrían mejor visión y conciencia de lo que ocurre a su alrededor, podrían escuchar mejor, intimidar mejor a su oponente, sentirse más libres de las restricciones del casco, etc.  En ese contexto, para poder ganar, al equipo X tiene que permitírsele quitarse los cascos.  En tal caso tenemos que en esta dinámica competitiva podemos determinar cuál es el bien posicional y cuál no de acuerdo al contexto en el que se le permite a los equipos jugar sin cascos:

  • Bien posicional = ganar (implica quitarse los cascos)
  • Bien no posicional = seguridad (implica ponerse los cascos)

A pesar de ello, lo más asombroso es que cuando se le pregunta a los jugadores de ambos equipos si quieren reglas que les impongan el uso del casco, todos están a favor de ello. ¿Qué pasó? ¿Acaso tomaron un curso de hipocresía por correspondencia? En absoluto. Al contrario, entienden perfectamente bien lo que ocurre. Como su objetivo es ganar, la única manera de mantenerse seguros es que se les imponga los cascos. Ellos entienden también que no se resolvería el problema si se les pusiera un letrero de servicio público que dijera: “Acuérdese que ponerse el casco. Es bueno para su salud”. Tampoco serviría mucho contarles historias de horror de gente que jugó hockey sin ponerse el casco.

Estos problemas posicionales convierten esta situación en un problema de acción colectiva. Cuando eso ocurre, el colectivo necesita acordar unas reglas de juego para imponerselas, en el caso del juego de hockey sería obligar a los jugadores a ponerse los cascos. Y si los alces pudieran, también convendrían en recortarse sus cuernos a la mitad por seguridad. En ambos casos, el de los jugadores de hockey y de los alces, terminarían todos bajo las mismas condiciones competitivas de antes, excepto que estarían en una mejor posición de seguridad que antes.

Lo mismo ocurre en el ámbito económico. Toda competencia (especialmente aquellas más intensas) tiene unos costos. Como el criterio de competencia corporativa es maximizar las ganancias en un corto plazo, mediante la logística competitiva generan externalidades. La razón de ello es exactamente la misma que la de los jugadores de hockey: si la corporación X por mejor conciencia ética decidiera invertir en reducir alguna externalidad como la de evitar la contaminación del ambiente, eso le costaría dinero; pero si su competencia, la corporación Y, decide no hacerlo, entonces Y tendría mayor ventaja sobre X en la competencia en el mercado. Si X quiere sobrevivir su competencia con Y, por su salud fiscal tendría que externalizar esos costos y dejar que “otro” (usualmente la sociedad) los asuma. Debido a la logística del mercado, no hay mecanismo interno para impedir estos perjuicios sociales, de la misma manera en que no hay mecanismo interno de la competencia del juego de hockey que impida los daños que implica el no ponerse los cascos. En tales casos, los criterios posicionales y no posicionales son claros:

  • Bien posicional: Ganar la mayor cantidad de dinero en un corto periodo de tiempo.
  • Bienes no posicionales: salarios dignos, el bienestar del medio ambiente, la seguridad de los obreros, la seguridad del público, la salud de sus trabajadores, la salud del público, el bienestar de los animales no humanos, etc.

Nada de esto debe sorprender. Y aquí hay algo que la izquierda en general no le gusta reconocer. Los presidentes corporativos y la burguesía corporativa pueden ser buenísimas personas con las mejores intenciones del mundo. De hecho, el mismo Marx deja claro que cuando habla del capitalista se refiere a él exclusivamente en su rol de personficación del capital y no como padre de familia, amigo, buena persona, etc. (Marx, 2008, p. 8). El problema es que la dinámica competitiva no les permite en un buen número de casos tomar mejores decisiones al respecto. Es decir, no se trata de que la burguesía corporativa sienta mucha alegría por dañar el ambiente, sino que tomar medidas ambientalmente amigables cuesta dinero (Frank, 2011, 177). La corporación es un “animal” totalmente amoral, porque el proceso de competencia es intrínsecamente amoral: a las corporaciones y a la economía no les interesan lo bueno o lo malo, lo correcto o lo incorrecto, sino solo la costo eficiencia, la oferta y la demanda efectiva.

Dado este contexto de bienes posicionales y no posicionales, debe haber una jurisprudencia que dentro de lo razonable obligue a las corporaciones a dedicar su capital a remediar lo mejor posible sus externalidades. Por ende, hacen falta limitaciones a ciertos procesos competitivos y una manera de redistribuir sus riquezas.

Esto demuestra que en parte Marx tenía razón en su diagnóstico: mientras mayor sea el plusvalor apropiado por el burgués, menor será el salario del proletariado; mientras mayor sea este último, menor será el plusvalor apropiado por el burgués. Esto genera lucha de clases ya que ambos intereses son irremediablemente contradictorios. Así que contrario a algunos antimarxistas, la lucha de clases existe y es una realidad. Estas son tensiones sociales que siempre están latentes en cualquier lugar dominado por el capitalismo. Sin embargo, sería un error afirmar que corregir este problema mediante el socialismo a la Marx resuelve los demás problemas. En ningún momento (que sepa un servidor) Marx atiende realmente la resolución de problemas ambientales y otros tipos de externalidades. Es por esa razón, que países que se acogieron a un socialismo marxista no fueron menos depredadores del medio ambiente o de causar otros males. El convertir el modo de apropiación de individual a colectivo difícilmente atiende el problema físico de lo que implica la extracción, transformación, desperdicio de materia y energía exacerbado por la competencia con los países democrático capitalistas.

Nota aparte: Estoy perfectamente consciente de que Marx y Engels sostenían un punto de vista integral de la realidad de los obreros y del medio ambiente. También ligaban los problemas ambientales al malestar de los obreros y ambos al modo de producción capitalista. En resumen, pudieron ver bien que el capitalismo genera distintas formas de externalidades entre las que destacaban las condiciones paupérrimas del proletariado.  Sin embargo, su solución al problema de la lucha de clases dentro del capitalismo no atendió ese problema que estos autores veían como integral al bienestar humano. No dijeron específicamente bajo el socialismo cómo la humanidad puede desacoplarse de la explotación brutal del medio ambiente. Esto se debe a que este no es un problema de clases sociales, sino una que es física: de extracción, distribución y uso de materia y energía. Por ende, la solución a este problema del bienestar de la humanidad es en gran parte el manejo inteligente de los recursos escasos físicos.

John Maynard Keynes

John Maynard Keynes (1933)

Por eso, la solución marxiana no es la que prevaleció, sino la keynesiana. John Maynard Keynes parece haber conocido (aunque sea indirectamente) la obra de Marx, ya que como muestran varios autores marxistas, muchas de las críticas al pensamiento de la economía liberal parecen recogidas de Marx –aunque parece no haberle dado crédito (e.g. la crítica a la llamada “Ley de Say”; Harvey, 2010, cap. 2). Contrario a algunos economistas clásicos, Keynes basándose en Thomas Malthus (decía él) llegó a la conclusión de que la economía usualmente entraba en caídas económicas cíclicas. Esto es un hecho constatable históricamente ya que cada quince a veinte años había una debacle económica.

Como vio Keynes, el ingreso de una nación incorpora tres variables: el gasto gubernamental, la inversión de la empresa privada y el consumo. Cuando ocurre una depresión no se puede contar con la inversión de la empresa privada por considerarla riesgosa en tal situación. Tampoco se puede contar con los consumidores quienes desearán ahorrar en tiempos difíciles. Por tanto, es al gobierno el que le toca invertir una enorme cantidad de dinero para que circule la economía y así se recupere. Sin embargo, el gasto gubernamental no puede serlo todo, también le toca identificar aquellos problemas que requieran limitaciones en la economía para que no genere otras depresiones. Mediante soluciones keynesianas y regulaciones gubernamentales ha habido un incremento en riquezas sin precedentes en la historia de la humanidad. Desde 1944 al 2008 Estados Unidos no vio un solo episodio del tipo de precipitación que se solía tener antes de las soluciones keynesianas. La catástrofe financiera del 2008 se dio precisamente por la eliminación de dichas restricciones a los mercados financieros, especialmente desde la época del Presidente Ronald Reagan y la Primer Ministra británica Margaret Thatcher.

En efecto, lo que se hizo desde la época del Nuevo Trato era identificar las áreas en que la competencia generaba aquellas externalidades significativas que llevaron al sector financiero a su colapso. Estos se convirtieron en problemas de acción colectiva, por lo que el gobierno estableció leyes para obligar a toda corporación y entidad financiera a limitar esas externalidades y estimular los beneficios sociales.
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Extendiendo la perspectiva darwiniana

Karl Popper

Karl Popper (Foto cortesía de la LSE Library).

Tal vez podamos entender este problema incorporando esta vez a un filósofo llamado Karl Popper y su propuesta racionalista crítica. Ahora bien, el problema es que cuando se toca este tema se recuerda frecuentemente su modelo de conjeturas y refutaciones en la que el criterio de falsación establece si una tesis particular es científica o no. Por otro lado, lo que menos se conoce de él es su elaboración ulterior de una perspectiva de los procesos científicos comprendidos como un proceso de resolución de problemas. Este es en muchos sentidos la implicación filosófica de su crítica a la inducción, su propuesta de conjeturas y refutaciones, su incorporación de ciertas ideas de Gottlob Frege y su reflexión en torno a la relación cuerpo y mente.

No iré con lujo de detalles en torno a este interesante tema. Les recomiendo la lectura del capítulo 3 de mi tesis de maestría para un resumen de ello. Lo que sí haré es sobresimplificar un poco la tesis de Popper. Para él, toda la ciencia tiene una estructura de resolución de problemas. Cada problema planteado conlleva la conjetura de una variedad de soluciones, de entre las cuales por un proceso de puesta a pruebas y eliminación de errores sale a relucir una en particular o una combinación de respuestas. Estas soluciones a su vez genera notra variedad de problemas, cada problema conlleva una serie de soluciones de entre las cuales sobrevive una o varias, que a su vez genera otros problemas y así por el estilo (Popper, 1997a, 87-106; Popper, 2001, pp. 147-179, 236-256).  La estructura que propone él de resolución de problemas se puede simplificar de la siguiente manera:

Modelo de resolución de problemas

Modelo de resolución de problemas. P = Problemas y S = Soluciones. (Imagen: Pedro M. Rosario Barbosa / Dominio público).

A lo mejor esto se vea demasiado familiar para aquellos que conocen El origen de las especies de Darwin. Están en lo correcto. He aquí la imagen que ustedes encuentran en esa obra.

Imagen de la selección natural

Imagen de la selección natural en El origen de las especies de Charles Darwin (1859).

¿Por qué ambas imágenes se parecen tanto? Popper señala que la de Darwin no es otra cosa que una instancia de la versión más abstracta que él propone. La selección natural es en cierto sentido un proceso de resolución de problemas, en este caso el problema de la supervivencia de las especies. La “solución” a los problemas de este tipo surgen en calidad de mutaciones genéticas que generan unos rasgos en las especies que permiten que se transmitan a la próxima generación. Como diría Richard Dawkins, esto no es obra inteligente, sino del “relojero ciego” que es la naturaleza. No hay teleología sino teleonomía. Sin embargo, el proceso científico sí es obra inteligente, al igual que otras hechuras del ser humano tales como los procesos económicos, políticos, culturales de distintos tipos. En tales casos, sí hay teleología y diseño con designio.

Durante esta discusión debemos recordar algo bien importante: la supervivencia de una especie depende de la disponibilidad de materia y energía para su consumo y aquellos rasgos (incluyendo los conductuales) que le permiten conseguirlos. En el caso del Homo sapiens, él se ha convertido en un Homo economicus. Nuestra especie ha desarrollado evolutivamente la habilidad de maneras inteligentes de resolver sus problemas económicos. Hoy día, la humanidad ha logrado extender esta inteligencia a niveles globales. De hecho, tal inteligencia tiene que ser manejar tanto la física como la conducta humana para optimizar el bienestar de nuestra especie y del planeta en un verdadero sistema global solidario. Esto es una extensión inteligente de lo que ocurre a nivel de los procesos ciegos de la selección natural.
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Reformulación del modelo de Comte-Sponville (MCS)

André Comte-Sponville

André Comte-Sponville en el Salon de Livre de París en 2014 (Foto cortesía de Wikinade, Wikimedia Commons / CC-BY-SA 4.0).

En su libro (que debiera ser más conocido) El capitalismo, ¿es moral?, Comte-Sponville nos provee un modelo teorético que distingue entre varios órdenes. De esos, solamente deseo discutir tres. Para aquellos interesados conocerlo completo y con lujo de detalles, véase su capítulo 2 (pp. 57-81). Este modelo de Compte-Sponville (MCS) lo podemos reformular en términos del esquema de resolución de problemas propuesto por Popper. Cada uno de los órdenes debe entenderse como una dinámica de resolución de problemas.

En primer lugar está el orden tecnocientífico: el orden de todo aquel proceso cuyos parámetros son lo posible y lo imposible. Aquí entran las ciencias y la economía como subórdenes que estudian estos tipos de fenómenos y que, a veces, sus resoluciones conllevan tensiones mutuas, pero que en otros casos pueden coincidir. Los problemas tratados por estas dos ramas del saber y de la actividad humana no tienen nada que ver con lo bueno o lo malo, lo correcto o lo incorrecto (desde un punto de vista ético).  Más bien consisten en lo que es posible o imposible en ambos campos. Por ende, sus objetos de estudio, teorización y resolución de problemas internos son amorales. En el caso de las ciencias, estas buscan describir lo mejor posible los procesos físicos, biológicos, químicos y de otra índole. Por otro lado, la economía trata de la distribución de bienes de acuerdo a la física de los recursos en coordinación inteligente con el comportamiento humano que se manifiesta en la oferta y demanda efectiva. En general, tales variables son las que determinan en general los precios de mercado de dichos recursos escasos.

Marx describe un capitalismo orgánico, rico en determinaciones (como diría Hegel), en la que coexisten una cadena de tensiones (Marx diría “contradicciones”). Eso es correcto. Sin embargo, con su solución al “problema de las injusticias del capitalismo” y su concepción materialista de la historia, se le olvida algo neurálgico: el capitalismo es el mejor mecanismo que tenemos por ahora para resolver los problemas internos de oferta y demanda efectiva según ya se ha descrito.  Por ende, lo que busca es capital (metafóricamente hablando) como la medida más eficiente para reproducirse. Y allí está el detalle: la eficiencia. Con moralizar la economía, Marx aspiraba a un temporero control del proceso de resolución de problemas desde dentro de esa dinámica y utilizar el estado para ello. Desgraciadamente, el estado político es ineficiente para hacerlo, porque sus problemas son distintos a los del mercado.

Es un error filosófico, sociológico e histórico pensar que el capitalismo existe meramente porque la burguesía impuso su modo de producción. La imposición del capitalismo también obedece a las ineficiencias de formas de control económico por parte del estado, del feudalismo y de otros arreglos económicos.  Como diría Max Weber, en uno u otro grado, siempre hubo en todas las épocas el afán de lucro, pero con el capitalismo hay una evaluación y cálculo racional de rentabilidad y de los procesos productivos y comerciales (2011, pp. 56-58).

Aun con esto, la rentabilidad de un producto (por más que haya inteligencia involucrada en ella) es un criterio amoral. El deber fiscal no necesariamente coincide con el deber ético. Esto significa que el único obstáculo a la realización de todo lo que sea tecnocientífico es la imposibilidad de realizar ciertas opciones, sea físicas o comerciales. Si se dejan “sueltos” estos procesos amorales y sin limitaciones, todos los posibles procesos de resolución de problemas de las ciencias y la economía se realizarán (tanto las resoluciones buenas para la sociedad como las malas). En el caso de la economía, vemos la bifurcación darwiniana en que existirán procesos competitivos que beneficiarán la sociedad de múltiples maneras, pero también otros que conllevarán graves perjuicios o externalidades.

Le toca, pues, al segundo orden, el jurídico-político (la ley y el estado) establecer límites a los procesos externalizantes y los incentivos para los beneficios sociales. En el ámbito económico, esto conlleva un acercamiento keynesiano que procura respetar en la medida de lo posible los procesos internos de la resolución de problemas dentro del mercado, pero los limita desde afuera, es decir, desde la jurisprudencia con el objetivo de limitar las externalidades y maximizar los beneficios a la humanidad.

Ahora bien, el estado y las leyes son también amorales.  A las leyes no les concierne la ética, sino más bien la limitación y validación de los derechos de ciudadanos con intereses heterogéneos. El cuerpo político soberano es una criatura del colectivo social libre que legisla y sus miembros en calidad de súbditos (como diría Rousseau) obedecen. Así debe ser un orden que se distinga como un estado de derechos. No se puede legislar el carácter de la gente y el cuerpo político estatal es una criatura convencional, por ende amoral. Lo legal y lo ilegal son los parámetros de la jurisprudencia y el estado. Es indiferente a la buena o mala conducta personal o el carácter de alguien. Puede ser posible la existencia de un canalla legalista. También un pueblo en su soberanía podría tomar decisiones que violenten los derechos de ciertas personas (sean ciudadanas o no).

La importancia de un estado de libertades es darle a los ciudadanos (específicamente a los agentes morales) el poder de limitar al monstruo que es ese cuerpo político como soberano. Los valores y normativa éticas sirven de principios rectores de los agentes morales, a su vez que se tienen como directriz metaética la Fórmula de humanidad formulada por Kant:

Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio.

La humanidad como comunidad global de agentes morales, puede (y está en gradualmente en proceso de) converger en un conjunto de valores comunes racionalmente fundados a los que el teólogo Hans Küng (2006) ha denominado “consenso básico minimal“. Este consenso nunca será total, pero sí permitirá una posible convivencia de una comunidad global donde coexisten diversas cosmovisiones (p. 46). Además, como  personas con potencial de actuar por deber, la humanidad puede utilizar al estado y al capital como medios para maximizar el bienestar de la humanidad y del planeta. Lo que Küng llamaba identidad (responsabilidad hacia uno mismo) y solidaridad (responsabilidad hacia los demás) son los elementos que establecen límites a las decisiones perjudiciales del individuo y las más detrimentales del soberano colectivo (pp. 49-50).

En resumen, en el orden tecnocientífico las ciencias y la economía tienen procesos de resoluciones de problemas internos. En ambos casos se dan problemas de acción colectiva (en el caso específico de la economía, las externalidades por razones competitivas).  El estado (o cualquier agrupación coordinada) es una instancia de resolución externa a problemas de acción colectiva causadas en el ámbito tecnocientífico. No obstante ello, debido a que los parámetros de lo legal y lo ilegal son también amorales, en un sistema democrático los ciudadanos que sean agentes morales deben utilizar los valores y normativa éticos como guías para su mejor carácter y simulténeamente establecer la mejor decisión de política pública que beneficie a la humanidad y al medio ambiente. He aquí una gráfica que representa lo ya expuesto.

MCS modificado

*Comte-Sponville utiliza el término “Orden moral”, reserva el término “Orden ético” para otro tipo de orden. Debido a confusiones y para simplificar la discusión cambié el término “moral” por “ético”. Modelo (modificado) de Comte-Sponville. (Imagen de Pedro M. Rosario Barbosa / CC-BY-SA 4.0+). Presione la imagen para versión agrandada.

En este modelo podemos distinguir que cada proceso interno en sus respectivos órdenes es autónomo pero no independiente de los otros. Uno tiene un efecto sobre el otro en algún grado. Sin embargo, el que un orden intente resolver el problema de otro internamente suele pasar por alto sus necesidades internas de los problemas inherentes de él, ocurre una confusión de órdenes. La solución marxiana era una de ellas, así como lo es en esencia la visión neoliberal de la economía global.

Nótese también que hay una dimensión deontológica y otra consecuencialista del MCS. Las virtudes, los valores y la normativa ética son principios que deben tener peso y consideración a la hora de deliberar en cuanto a las mejores opciones para la mejoría de la humanidad y de los ecosistemas a nivel mundial. Sin embargo, cada opción debe mirar también las consecuencias de las acciones. Para ello, las diversas ciencias también deben orientar ante los futuros resultados de cualquier política pública que se adopte.
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Conclusiones

Enlightenment Now

Portada de Enlightenment Now de Steven Pinker.

Al principio hemos mostrado las gráficas del decrecimiento de la pobreza extrema a nivel mundial y las mejoras de diversos países en vía de desarrollo. Este es un punto que trae a colación dos libros publicados recientemente por el sicólogo cognitivo Steven Pinker, titulados The Better Angels of Our Nature Enlightenment Now. Los dos son extraordinarios y ameritan una discusión pública extensa. Sobre Enlightenment Now, uno obtiene una dosis de optimismo ante un mundo que creemos que se está desmoronando ante nuestros ojos. Hay mucho que alabar y algunos asuntos qué criticar del libro (algo que haremos en una reseña aparte). Una de las críticas válidas que se plantean con frecuencia es la histórica. Aunque sí hay unos ciertos ideales compartidos en el periodo de la modernidad que llamamos “valores ilustrados” que dieron base de acción para la modernización, la democracia y el mayor florecimiento de las ciencias. Sin embargo, no hubo tal cosa como un proyecto de Ilustración.

Aquí presesnto una perspectiva alterna darwiniana-popperiana: los valores más recientes e inclinados cada vez más hacia la razón y las ciencias (cada uno resultado de problemas filosóficos, científicos y políticos) son resoluciones que sentaron mejores bases para los procesos internos y externos de resoluciones  inteligentes de problemas particulares de los pueblos. La mejor comprensión de esos problemas, llevó eventualmente a mejores soluciones. Sin embargo, nada de esto se hizo en una mega conspiración nacional o internacional coordinada. Más bien siempre ha existido un proceso complejo de resolución de problemas en el que grupos con intereses heterogéneos resuelven problemas internos y problemas de choques externos (inversión de capital, luchas sindicales, organizaciones no gubernamentales, intervenciones políticas de derechas, izquierdas y centristas, luchas antiesclavistas, luchas ambientales, luchas de género, etc.)  Gradualmente lo que eran problemas regionales se volvieron nacionales, después los nacionales en internacionales.

A medida en que hay mayor producción de capital, aparecen los recursos económicos que posibilitan la validación de derechos humanos, se fortalecen el comercio entre regiones y países, hay una mayor diseminación de información científica y con ello más recursos científicos y más acceso a mayor riqueza.  Con mayor desarrollo tecnológico, se hace posible la mayor producción de riquezas, se proveen mayores recursos para salir de la pobreza, con ello hay mayor democratización en muchos países y así por el estilo. Este proceso complejo continúa hoy.  Todo esto ha llevado a varios países gradualmente a un  arreglo MCS o uno parecido, no solo a nivel de naciones-estado, sino también a nivel global.

Estamos muy lejos de ser un mundo perfecto: continúa el alza de emisiones de gases de invernadero, se agrava el cambio climático, todavía existen muchos sweatshops, existe la esclavitud, hay países tiranos en el mundo, etc.  Y dado que por el Principio Catalá-Oliveras hemos convenido de que la perfección no es posible, lo que nos queda es identificar con seriedad aquellos factores que están remediando estos problemas a nivel mundial para mejorar la vida de aquellos que todavía se encuentran en la miseria y pobreza. Este será un proceso imperfecto, pero viable. Involucrará mecanismos estatales y globales de regulación de mercado y de redistribución de riquezas. De esto último hablaremos en las siguientes entradas de esta serie.

Toda esta discusión, debe poner en perspectiva algo muy importante: la confrontación ideológica entre el procapitalismo neoliberal y el prosocialismo marxista es puramente falsa, artificial y ciega en torno a los procesos y necesidades complejos de una matriz social local o global.  Por eso, los países con los mejores indicadores en cuanto a salud fiscal, política y social son las que adoptan soluciones mixtas a sus diversos problemas. Una vez más, si algo funciona es por su imperfección, ya que la perfección no funciona. Los países que mejor están en el mundo son aquellos que tienen a su disposición una cantidad importante de energía, estados fuertes que validan derechos humanos e instituciones estatales importantes con redes de seguridad económica, es decir, una vez más, de redistribución de riquezas.

Sobre este último punto debemos atender un asunto importante de la conducta humana, la que heredamos evolutivamente y que se manifiesta socialmente de diversas maneras. En muchos casos, es errada nuestra apreciación de que la desigualdad es un problema en si mismo debido a que unos tienen más que otros. Sin embargo, la realidad física y económica es que no somos iguales: nuestros talentos son desiguales, nuestras cualidades físicas también, sin hablar de nuestra distribución poblacional en distintos ambientes y circunstancias políticas, económicas y sociales que son frecuentemente fortuitas. El forzar la igualdad en todos los casos por vía del estado para resolver estos problemas económicos no resuelve el problema. La economía de mercado inteligentemente arreglada y debidamente regulada logra distribuir estos bienes más eficientemente.

El sicólogo Paul Bloom y sus compañeros vieron que la desigualdad no es un criterio de preocupación de la gente. Al contrario, si el millonario llegó a su posición  porque así lo amerita no hay problema alguno. Sin embargo, lo que sí les concierne es la injusticia.  Frecuentemente se confunde la justicia con la igualdad y la injusticia con la desigualdad. Aunque la justicia y la igualdad están relacionadas, no son lo mismo. Por un lado, queremos un salario digno y que sea igual a todos por igual labor. La gente prefiere sociedades desiguales en los que el mercado (debidamente regulado) pueda asignar distintos valores objetivos a distintas labores. Lo que le importa a la gente es si los millones que se ganó alguien fue a la expensa de otros, si se los ganó justa o injustamente.  Esto es lo que vemos instintivamente en el caso del experimento con macacos del que habló Frans de Waal en su experimento (que vimos en la entrada anterior de esta serie) y también lo vemos en el juego del ultimátum.  La justicia es un criterio posicional en la mente de toda persona que sea agente moral.

Para remediar situaciones injustas (en gran medida por situaciones externalizantes), vía captación e inversión estatal. Esto no es exclusivo del estado, como veremos en el futuro, para resolver problemas externalizantes las corporaciones hacen lo mismo.

¿Quiere decir esto que las diversas desigualdades en la sociedad no importan? Al contrario, importan por razones que muchas veces el público no ve. Ese va a ser uno de los temas de nuestra próxima entrada.

 

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