Comentario a El Jesús deformado de Craig Evans

Nota importante: La versión original de este comentario se publicó el pasado 17 de marzo de 2024 como artículo exclusivo en los grupos de Reconstructores en WhatsApp —grupo que administro—, el grupo de WhatsApp de Miembros de La Biblia en Contexto de la querida amiga Norma Lilia y el grupo de Facebook “Jesús Histórico”. Esta no es la versión original, sino más elaborada. Espero que les guste.

Las portadas del libro de Craig Evans
Las portadas del libro de Craig Evans, versión en inglés titulada Fabricating Jesus: How Modern Scholars Distort the Gospels, y la versión en español, El Jesús deformado: Cómo algunos estudiosos modernos tergiversan los evangelios.

Hace algunos años, cuando todavía era creyente católico, una de las referencias que consideré imprescindible para conocer sólidamente de ciencias bíblicas y del Jesús Histórico era precisamente el libro de Craig Evans que se publicó originalmente en inglés bajo el título Fabricating Jesus, cuya versión en español era El Jesús deformado. Este libro no me pareció un “antídoto” a las posiciones escépticas de Bart Ehrman, bien popular durante la primera década del siglo XXI por su libro Misquoting Jesus (en español, Jesús no dijo eso), pero sí un interesante e informado contrapeso.

Independientemente de mi desconversión posterior, en la medida que he ahondado en asuntos historiográficos, metodológicos, revisiones de datos, entre otros factores, puedo ver más claramente la profunda dimensión apologética del autor y su falta de objetividad en muchas de las cosas que afirma en él. Al libro de Craig Evans El Jesús deformado lo considero, en general, un intento apologético de responder a ciertos autores que se han vuelto populares, pero que, a la vez, ofrecen un punto de vista mucho más escéptico de los relatos evangélicos en torno a Jesús de Nazaret. He aquí las fichas de ambas versiones del texto:

Craig Evans. Fabricating Jesus: How Modern Scholars Distort the Gospels. InterVarsity Press, 2006.

Craig Evans. El Jesús deformado: Cómo algunos estudiosos modernos tergiversan los evangelios. Editorial Sal Terrae, 2007.

Ahora bien, quiero matizar un poco esta caracterización de “apologética”: quiero mostrar lo positivo del libro, pero a la vez, sus problemas.

Los aspectos positivos del libro

Craig Evans no es una persona ignorante. Tal vez sea una de las personas que más conoce de Nuevo Testamento en las ciencias bíblicas en el mundo, y se codea entre los mejores investigadores a nivel mundial, tales como Emmanuel Tov, Dan Wallace, Larry Hurtado, John P. Meier, E. P. Sanders, entre otros. Su conocimiento se hace evidente en el libro en cuestión. Ha hecho significativas contribuciones a las discusiones en torno al Jesús Histórico, el Nuevo Testamento y la formación del cristianismo primitivo. No solamente ha publicado artículos y libros académicos en diversos temas, sino que también ha participado en la compilación de colecciones de ensayos académicos que se tienen en cuenta en toda la academia.

John Dominic Crossan
John Dominic Crossan. Imagen cortesía de Donald Vish – originalmente colocado en Flickr como 11 08_6972 John Dominic Crossan. Licencia: CC BY 2.0.

Muchas veces, puede hacer unas críticas que son un verdadero antídoto a ciertas corrientes académicas erradas en torno al Jesús Histórico. Por ejemplo, la crítica que lanza en repetidas ocasiones al Jesus Seminar (del Westar Institute) y a algunos de sus miembros, tales como Robert Price y John Dominic Crossan, señala deficiencias en sus respectivas (aunque muy distintas) aproximaciones al material canónico y extracanónico. En el caso de Crossan en particular, Evans correctamente señala los serios problemas de colocar el Evangelio de Tomás (además de otros) a una fecha demasiado temprana y depender de este documento como una fuente suficientemente fiable para perfilar al Jesús Histórico. Y, a mi juicio, Evans valora correctamente el material extracanónico como lo hace John Meier. Igual, critica correctamente a Crossan y otros del Jesus Seminar que sostienen la visión de Jesús como un tipo de filósofo cínico judío.

La descripción de los métodos utilizados por la criteriología es didácticamente sencillo y acertado; distinguiendo cómo ellos podrían ser útiles bajo ciertos casos, advirtiendo sus limitaciones. También habla de muchos de los manuscritos más tempranos que están disponibles para una reconstrucción textual del Nuevo Testamento.

Además, tiene en cuenta ciertos aspectos del contexto histórico tal como se nos han sido revelados por las fuentes documentales y la arqueología. Al mismo tiempo, valora la obra de Meier (como ya hemos mencionado), a E. P. Sanders, y a otros especialistas. Igual compara muchos de los textos que encontramos en los evangelios con dichos y hechos que encontramos en el mundo judío y que se han transmitido durante los siglos mediante el rabinismo. A su vez, problematiza las maneras dudosas en que se tratan fuentes como Flavio Josefo. Finalmente, desmiente muchas de las leyendas urbanas que se han publicado en la literatura popular, el cine y hoy añadiríamos las redes sociales.

Los problemas negativos del texto

Bart D. Ehrman
Fotografía de Bart D. Ehrman. Cortesía de Ehrman. Licencia: CC-BY 4.0 Int.

Habiendo dicho lo anterior, vale mencionar lo que me parece negativo del libro. En un capítulo, Evans lleva a cabo lo que me parece un seudoanálisis psicológico de algunas personas como Robert Funk, James Robinson, Robert Price y Bart Ehrman. Tales aproximaciones no ayudan a pintar una perspectiva justa de personas que se han ganado sus títulos con el sudor de sus frentes. Esto induce a los lectores a juzgar sus obras a partir de su pasado y no con base en sus argumentos. En un caso particular, me consta que ese falso análisis le lleva a conclusiones erradas. Evans afirma que Bart Ehrman abandonó su fe por el escepticismo que desarrolló alrededor de la Biblia. En realidad, él ha dicho en múltiples ocasiones que dejó de ser cristiano debido al problema de la teodicea: la creencia en un Dios todopoderoso y bueno no combinaba bien con la existencia evidente del mal en el mundo.

Otro problema que tiene el libro es la tendencia que tiene de fechar ciertos manuscritos a una edad más temprana de las que realmente son. Por ejemplo, en el recuadro de “Los papiros más antiguos de los evangelios sinópticos”, Evans dice que 𝔓⁶⁷ es del 125-150, 𝔓⁶⁴ es de esa misma época, así como el 𝔓⁴. Igualmente, localiza a 𝔓⁵² para “los primeros años del siglo II y podría ser el fragmento más antiguo que se conserva del Nuevo Testamento en griego (aunque recientemente varios estudiosos han afirmado que algunos fragmentos de Mateo datan del siglo I)” La realidad es que NO HAY NINGÚN manuscrito descubierto del Nuevo Testamento que se pueda fechar para el siglo I o para la primera mitad del siglo II. Es más, en los trabajos más recientes de Brent Nongbri, y confirmaciones hechas por Elijah Hixson y otros papirólogos, es que 𝔓⁵² probablemente es de la segunda mitad del siglo II a la primera mitad del III. De hecho, varios de los manuscritos que menciona se han fechado más tardíamente.

P52
𝔓⁵² – Foto cortesía de la John Rylands Library.

Esta conducta tendenciosa de Evans le ha llevado a problemas que han afectado su reputación. Por ejemplo, él tuvo un rol importante en diseminar unas falsas noticias en torno al papiro 𝔓¹³⁷, que se presentaba como un “manuscrito del Evangelio de Marcos del siglo I”, de cuya fecha se pudo certificar supuestamente mediante pruebas de carbono-14. De hecho, él había notificado que este manuscrito se había extraído de una máscara funeraria egipcia que fue desintegrada para obtener el escrito.

Máscara egipcia - Evangelio de Marcos
Máscara egipcia que conserva un fragmento del Evangelio de Marcos (Imagen usada bajo el concepto de uso justo —fair use–. Cortesía de Craig Evans, Acadia Divinity College).

Contrario a lo alegado, se descubrió que el manuscrito no se había obtenido de esa manera y que 𝔓¹³⁷ no era del siglo I, que nunca se sometió a prueba de carbono-14, sino que se fechaba paleográficamente para finales del siglo II y comienzos del III. Al final, parece que esto fue un esquema por parte de un papirólogo llamado Dirk Obbink para que se vendiera el papiro a un alto precio (¡era un documento cristiano “del siglo I”!). Esto causó un escándalo alrededor del Museo de la Biblia, y Obbink fue formalmente acusado de fraude. Por supuesto, Evans ha rehusado hablar del tema y no ha querido explicar de dónde vino la noticia de que el papiro había sido extraído de una máscara funeraria. Hace algunos años escribí algunos artículos en mi blog sobre esto.

Esta tendencia apologética de Evans no se limita solamente a los manuscritos, sino también en cuanto a la fecha de los evangelios. Por ejemplo, en una gráfica, localiza la redacción del Evangelio de Marcos para el periodo del 60 al 70 e.c. Pero en el texto dice:

… es probable que el evangelio de Marcos fuera escrito entre mediados y finales de los 60, y los evangelios de Mateo y Lucas en una fecha posterior (y, de hecho, algunos eruditos sostienen que Marcos, Mateo y Lucas —también llamados ‘evangelios sinópticos’— datan de los años 50 y 60).

Aunque se reconocen estratos tempranos del evangelio, hoy día el consenso no lo coloca más temprano del 70 e.c., por a las alusiones a la destrucción del Templo de Jerusalén como señal de que el Mesías estaba pronto a venir (Marcos 11:12-25 | 13:28-32). Debido a la manera en que se escribían los textos en la época y tardaban en circular, podemos fechar la publicación en algún momento del 72 al 82 e.c.

Dado el panorama, y como partimos de la premisa de que Marcos fue el primer evangelio en ser escrito, fechar la redacción de los sinópticos para los años 50 y 60 es, a todas luces, insostenible. Todo esto nos invita a la suma cautela con las fechas brindadas por Evans a sus lectores.

Igual cuidado hay que tener en torno a la manera en que emplea los llamados “criterios de autenticidad”. Los presenta casi como procedimientos bien establecidos en la academia. Sin embargo, estos han sido criticados en años recientes por diversos especialistas tales como Chris Keith, Rafael Rodríguez, Mark Goodacre, Dagmar Winter, Gerd Theissen, Dale Allison, Morna Hooker, entre otros. En el mundo hispanohablante, el que ha sintetizado muchas de estas críticas ha sido Fernando Bermejo Rubio en su obra La invención de Jesús de Nazaret. No necesariamente estoy de acuerdo con todas las críticas, pero sí es prudente mencionar que existen. Pero, aun si aceptamos como firmes estos criterios de historicidad, Evans afirma:

El problema está en asumir que todo aquello que se atribuye a Jesús, pero no goza del apoyo de uno o más de los criterios de historicidad, debe ser considerado como no auténtico. La falta de apoyo de los criterios de autenticidad no significa necesariamente que el dicho o hecho en cuestión no derive de Jesús.

Aquí es donde Evans pierde su enfoque en torno a la “caja de herramientas”, como él le llama al conjunto de métodos criteriológicos. La información recogida perícopa por perícopa, que pasa por estos criterios, tiene prioridad para perfilar a Jesús sobre la que no pasa. Aun si Jesús pudo haber dicho o hecho algo que no pase por los criterios, el historiador no tiene manera alguna de determinar si efectivamente contiene algo histórico. Por tanto, la información que no pasa por la criteriología no puede considerarse histórica (no puede negarse su historicidad, pero no hay manera de establecerla como histórica). Tampoco tiene en consideración otros métodos, tales como la detección de patrones recurrentes, que tienen como base los estudios de memoria social, o el método de “ir en contra del grano” propuesto por E. P. Sanders, entre otros.

Otro problema importante tiene que ver con la manera en que Evans presenta los textos que ofrecen información en torno al Jesús histórico. Por ejemplo, en el recuadro titulado “Jesús, según los escritores judíos antiguos”, ciertos pasajes sobre Jesús aparecen en el Tosefta y en el Talmud de Babilonia. Él no hace la debida aclaración ni lleva a cabo discusión alguna en torno a la valoración histórica que deberían tener estos pasajes. Asimismo, trata de establecer la “unicidad” de las obras taumatúrgicas de Jesús en relación con otros taumaturgos. Evans pierde de perspectiva de que legítimamente, desde un punto de vista histórico, se puede colocar a Jesús como parte de un grupo de taumaturgos judíos y que tenía fama de ello. Esto implica que era un taumaturgo tal como muchos otros que existían en el Mediterráneo oriental.

De hecho, la aplicación de la criteriología a los milagros de Jesús está totalmente desenfocada. Por ejemplo, algunos de los llamados “milagros” de Jesús pasan, según Evans, por el criterio de dificultad. Como el que la familia de Jesús intentaba arrestarlo debido a la actividad exorcista de Jesús, o que en Nazaret Jesús no pudo obrar ningún milagro, etc. Después dice: “Estos relatos no son producto de la imaginación piadosa”. Sin embargo, ninguno de los milagros mencionados pasa este criterio, ya que Marcos mismo diseña su evangelio de manera que muestra una hostilidad explícita hacia la familia de Jesús y los alumnos de él, que son reflejo (aunque más exagerados) de la hostilidad que Pablo tuvo con el hermano de Jesús, Jacobo, y los exalumnos de Jesús, Pedro y Juan.

Es más, tenemos constancia de que este método criteriológico no funciona en absoluto en el caso de los milagros. Esto lo demuestra de manera magistral la aplicación de los criterios por parte de John Meier en su obra Un judío marginal. Para él, ninguno de los milagros se puede atribuir a Jesús mismo, ya que no pasan ninguno de los criterios de historicidad. A mi juicio, Meier aplica erróneamente el criterio de múltiple testimonio para afirmar la taumaturgia de Jesús como histórica, cuando el que debería aplicar debía ser el de patrones recurrentes. Evans tampoco tiene en consideración el parecido de muchos de estos relatos a los de Elías y Eliseo, algo que se ha estudiado a saciedad en los estudios del Nuevo Testamento. Ni tiene en cuenta la influencia de la Septuaginta, la Eneida, Homero u otros escritos grecorromanos en esas obras. No tiene en consideración los acontecimientos históricos posteriores que pudieron haber sido la verdadera fuente de leyendas de milagros atribuidos a Jesús, como, por ejemplo, los detalles del endemoniado “geraseno” parecen aludir a una situación en la que estaba Jerusalén posterior al 69 e.c. bajo el liderato de Vespasiano. Ni tiene cuenta el constructo literario en cuanto a la sanación de la hemorroísa, que una mujer con problemas de flujo de sangre fue sanada por un Mesías que terminó con problemas de flujo, pero esta vez de poderes pneumáticos (Marcos 5:25-34).

Igualmente, en el libro él intenta reconciliar los datos de Josefo y los de los evangelios en relación con Juan el Bautista, aun aquellos que se contradicen. Sin hablar de que intentó presentar de manera armoniosa lo que el historiador judío decía del prefecto de Judea, Poncio Pilato, con la manera en que se le presenta en los evangelios.

Conclusión del comentario

Señal de advertencia.

En otras palabras, el libro en general está explícitamente dirigido a maximizar la confianza de los lectores en los evangelios. Provee algunas perspectivas positivas en torno a ciertos investigadores actuales del Jesús Histórico. A pesar de eso, mucha de la información que ofrece, no solamente ya está obsoleta, sino que es incompleta y tendenciosa a un punto de vista demasiado optimista para el conocimiento del Jesús Histórico.

El libro muestra un patrón de legitimar lo más posible, no solo los relatos genuinamente verosímiles de los evangelios, sino también de los inverosímiles. Presenta los papiros y pergaminos neotestamentarios mucho más cercanos al siglo I (o EN el siglo I). Asimismo, fecha los evangelios y otros escritos neotestamentarios como más cercanos a los acontecimientos de Jesús y de la primera generación del movimiento de Jesús.

En otras palabras, como dije al comienzo, en general, es un libro apologético. Debería llevar un sello de “Advertencia: Manéjese con cuidado.”

Referencias

Ehrman, Bart D. God’s Problem. How the Bible Fails to Answer Our Most Important Question: Why We Suffer. HarperCollins, 2008.

Hixson, Elijah. “Dating Myths, Part One: How Do We Determine the Ages of Manuscripts.” En Hixson y Gurry 2019, cap. 5.

Hixson, Elijah y Peter J. Gurry, eds. Myths and Mistakes in New Testament Textual Criticism. InterVarsity Press, 2019.

Meier, John P. Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico–Tomo II/2: Los milagros. Editorial Verbo Divino, 2000.

Nongbri, Brent. God’s Library. The Archaeology of the Earliest Christian Manuscripts. Yale University Press, 2018.

—. “Palaeography, Precision and Publicity: Further Thoughts on P. Ryl. iii. 457 (P52).” New Testament Studies 66, núm. 4 (2020): 471-499. https://doi.org/10.1017/S0028688520000089

—. “The Use and Abuse of P52: Papyrological Pitfalls in the Dating of the Fourth Gospel.” Harvard Theological Review 98, núm. 1 (2005): 23-48.

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