
Cada cuatro años, tengo la disciplina de leer los programas de los partidos políticos de Puerto Rico. Confieso que tengo una preferencia particular por el del Partido Independentista Puertorriqueño (PIP) que, en general, está bien concebido en muchas áreas. Sin embargo, tanto en ese, como en el del actual Movimiento Victoria Ciudadana (MVC), tengo que armarme de paciencia ante las discrepancias entre algunas de sus secciones y lo que las ciencias tienen que decir al respecto.
Ambas organizaciones montan sus respectivas propuestas usando la noción de “soberanía alimentaria” (PIP, pp. 9, 18-27; MVC pp. 132-134, 135-137), cuyo empleo a nivel popular ha sido criticado en este blog. En ambos programas, hay un énfasis marcado en el desarrollo de la “agricultura ecológica”, que es un término problemático porque puede tener un sentido genuinamente científico, o puede querer decir todo aquello que sea alternativo a la llamada “agricultura convencional”. Por ejemplo, el programa del MVC habla en los siguientes términos de la agricultura en Puerto Rico:
… altamente dependiente de insumos industriales externos, como plaguicidas, abonos de síntesis química, maquinaria, sistemas de riego, materiales de construcción para invernaderos y otras estructuras importadas.
MVC, p. 135
Esto podría querer decir varias cosas. Puede ser se excluirán plaguicidas, abonos, maquinaria externa y ceñirse a un tipo de agricultura que no los use, como la agricultura orgánica. Una interpretación más caritativa sería la sugerencia de que dichas tecnologías se desarrollen en Puerto Rico para no depender tanto de las importaciones.
En el caso del PIP, se sugiere la eliminación del glifosato (medida que ha estado impulsando por años), pero simultáneamente sugiere el empleo de mecanismos “no químicos” (whatever that means) para el manejo de malezas (PIP, pp. 22-23). No se le pasa por la cabeza a los redactores de su programa que el glifosato, además de ser sumamente inocuo como yerbicida, permite que no se erosione el suelo y que se prevengan mayores emisiones de bióxido de carbono. Además, quisiera saber cómo se buscarían alternativas “no químicas” para desyerbar en carreteras, áreas públicas y en la actividad agrícola. ¿Lo haremos según el ejemplo de López Obrador en México, de desyerbar a mano o con machetes? Eso costaría exponencialmente más, en términos energéticos, sería altamente ineficiente y podría aumentar las emisiones de bióxido de carbono por eso mismo.
Recordatorio a los lectores: Todo es química en el mundo. No hay nada que esté exento de ese hecho.
El consenso científico en relación con la agricultura orgánica

La posición oficial de los científicos a nivel internacional es que se ve el valor y la utilidad de la agricultura orgánica, especialmente dada la necesidad de intentar resolver los más graves problemas de la agricultura comercial convencional. Sin embargo, sería un grave error generalizarla como mecanismo a utilizarse en todo lugar, bajo cualquier condición. De hecho, la evidencia sugiere muy fuertemente que implicaría unos graves problemas ambientales y económicos.
1. Menor rendimiento promedio
El año pasado (2020) se publicó un estudio de gran escala donde se señalaba que, dependiendo del lugar y las fincas circundantes, las regiones agrícolas orgánicas gozaban de un 34% de mayor biodiversidad y 50% de mayor rentabilidad que las campos convencionales, pero que tenían un rendimiento promedio de 18% menor. También descubrió que mientras más grandes eran los campos dedicados a la agricultura orgánica, mayor era su diferencia en rendimiento en relación con aquellas fincas dedicadas a la convencional, mientras que se reducía su rentabilidad (Smith et al. 2020).
Otros estudios, especialmente revisiones sistemáticas y metaanálisis, confirman precisamente el punto de que la agricultura orgánica tiene un promedio de rendimiento y producción significativamente menores que la agricultura convencional, específicamente una diferencia de un 15 a un 25% (Knapp & van der Heijden, 2018; Meemken & Qaim, 2018, pp. 44-46; Ponisio et al., 2015; de Ponti et al., 2012; Seufert, Ramankutty, & Foley, 2012). Hay que tener en cuenta que los siguientes números no tienen en cuenta variación geogáfica u otros factores (Meemken & Quaim, 2018, p. 45; Seufert & Ramankutty, 2017)

Una revisión cuantitativa publicada este año (2021) ha mostrado que la diferencia de rendimiento entre orgánico y convencional ronda el 25%. En el caso de los cereales, la reducción es de un 30%. Bajo ciertas circunstancias, la brecha de producción aumenta hasta un 44% (Álvarez, 2021). Este hecho de menor rendimiento ha sido reconocido por la Organización de Alimentos y Agricultura de las Naciones Unidas (FAO) como un problema serio de la agricultura orgánica.
Se conocen muy bien las razones de por qué este rendimiento es mucho más bajo que el de la agricultura convencional. Al no optar por nitrógeno y fósforo sintético, el uso de estos nutrientes que se encuentran en composta o excremento de ganado es muy limitado. Es más, bastante de los nutrientes encontrados en los desperdicios de animales parecen originarse en los alimentos han sido producidos usando fertilizantes artificiales. Debido a que los agricultores orgánicos rehúsan usar pesticidas artitficiales, tienen también el problema de que sus cultivos son más susceptibles a insectos, hongos y malezas (Meemken & Qaim, 2018, p. 45).
De entrada, todo esto demuestra que la agricultura orgánica no puede ser respuesta única al problema alimentario nacional o global.
2. El problema ambiental de la agricultura orgánica
Es justo decir que la comunidad científica reconoce las virtudes de la agricultura orgánica. Entre ellas se puede decir que esta tiene mejor capacidad de retención de agua que en el caso de las convencionales (Meemken & Qaim, 2018, p. 45). Además, los agricultores se exponen mucho menos a los problemas de salud que representan el uso de pesticidas sintéticos. Su atención al uso de fertilizantes naturales permite nutrir la tierra para beneficio de la biodiversidad. Claro está, esto está condicionado a varios factores, especialmente el tamaño y el tipo de fincas que rodean tierras agrícolas orgánicas (Smith et al., 2020).
Por otro lado, hay también problemas ambientales que usualmente no se discuten, especialmente en la prensa. Por ejemplo, la tasa de menor rendimiento y producción agrícola lleva a que, para proveer la misma cantidad de alimentos que la convencional en la actualidad, se necesite una mayor cantidad de terreno. Esto de por sí significa mayor destrucción de ecosistemas que de otra manera se hubieran reservado para la naturaleza. Mark Lynas, de la Alliance for Science de la Universidad de Cornell, destacó el estudio de Muller et al. (2017) donde se alega que la agricultura orgánica puede alimentar al 100% de la humanidad. Lynas indicó que cuando uno lee “las letras pequeñas” de lo que eso implica, uno se da cuenta que esto tiene un costo muy alto: un aumento de un 16 al 33% del uso de tierras, algo que representaría una deforestación de un 8 a 15% a nivel mundial.
3. El asunto del cambio climático
A la combinación de los factores mencionados, menor rendimiento, menor producción, mayor deforestación y mayor empleo de terrenos, se añade otro más: mayor inversión energética para compensar la ineficiencia de la agricultura orgánica. Eso puede conllevar mayores emisiones de bióxido de carbono especialmente en lo que concierne a la industria de la carne, su consumo y el manejo de desperdicios alimentarios. Estas variables son las que supone el estudio de Muller et al. (2017) para que la agricultura orgánica represente una manera de reducir el 5% de emisiones de gases de invernadero. Blaustein-Rejto (2017), del think-tank ecomodernista The Breakthrough Institute, afirma que estas suposiciones no son realistas, dado el hecho de que ha habido una mayor demanda por carne en los últimos años y que no hay una vía clara para un mejor manejo de los desperdicios alimentarios. Ciertamente, la deforestación que conllevaría no ayuda en absoluto a subsanar el problema del calentamiento global.
Finalmente, quiero enfatizar que el no usar yerbicidas sintéticos, tales como el glifosato u otras sustancias, tiene el grave problema de que hace bien difícil prácticas que eviten la labranza y prevengan así dos cosas: emisiones de gases de invernadero y la erosión de los suelos (USDA, 2010). Según un reciente estudio canadiense publicado en este mismo año demostró mediante sondeos y modelos que el uso de transgénicos junto al glifosato de hecho ayudan a evitar emisiones de bióxido de carbono debido a que no tienen que recurrir a la labranza (Sutherland et al., 2021). Debido a que la industria orgánica se opone en principio a los transgénicos, no pueden aprovechar esta característica importantísima para combatir el calentamiento global.
Nota aclaratoria: Usualmente soy muy escéptico de la publicación de artículos provenientes de revistas MDPI, ya que en otras ocasiones se le ha visto como una editorial posiblemente predadora. En el caso de Sutherland et al. (2021), cotejé el trasfondo de los autores (incluyendo su ORCID) y de las editoras académicas para asegurarme de que provienen de profesionales acreditados.
Dos grandes experimentos del movimiento orgánico en Sri Lanka

El panorama que ha pintado las ciencias desde hace tiempo y que se corrobora con revisiones sistemáticas y metaanálisis recientes explican perfectamente bien qué ocurrió en Sri Lanka recientemente.
Los gobiernos de dicha nación han sido influenciados muy fuertemente por el movimiento político de agricultura orgánica, que ha cabildeado en numerosas ocasiones para imponerle a los agricultores en general ese tipo de producción y dejar a un lado las prácticas convencionales. Uno de estos grandes esfuerzos tuvo que ver con la prohibición del glifosato que se dio de diciembre de 2014 al 2015, afectando en gran medida la producción de té y del maíz. A esto le llamo, el primer experimento de la industria orgánica en Sri Lanka. Esta política era consecuencia de una serie de prohibiciones de yerbicidas, algunas por muy buenos motivos, pero que desembocaron gradualmente en el asociado a Monsanto, ahora Bayer (Marambe & Herath, 2019, p. 247).
La política pública contra este químico se dio a raíz de un “estudio” publicado por unos médicos llamados Sarath Gunatilake y Channa Jayasumana. Este artículo alegaba que el glifosato podría ser la causa de una enfermedad crónica de riñones que padecía una población adyacente a los cultivos donde se asperjaba. Ese escrito era una continuación de una publicación previa, en la que había otra autora llamada Sisira Siribaddana. El portal Biofortified.org sacó a la luz una información interesante de que, entre los datos, ella se especializaba en “medicina alternativa”, tiene un portal donde ofrece medicina hecha mediante “instrucciones de los dioses”, y que su estudio del glifosato estuvo guiado por el dios Natha.
Parece también que la prohibición se dio a raíz del informe de la IARC que catalogaba al glifosato como “probablemente cancerígeno”. Hemos hecho un análisis de ese informe en otra parte de este blog.
La National Academy of Sciences Sri Lanka (NASSL) emitió un comunicado diciendo que se distanciaba de estos estudios ya que no existía evidencia alguna que asociara causalmente el glifosato con estas enfermedades y que no se debía prohibir el yerbicida.
Gunlatilake y Jayasumana inexplicablemente recibieron un premio de Scientific Freedom and Responsibility Award otorgado por la American Association for the Advancement of Science (AAAS). Por supuesto, muchos en la comunidad científica se alarmaron por este gesto por un estudio que no tenía el mínimo soporte empírico y cuya metodología era altamente cuestionable. Acto seguido, la AAAS prudentemente retiró el premio.
La evidencia que se tiene hasta hoy es que esa prohibición llevó a un desastre tanto de producción agrícola como ambiental. El patrón que siempre se ve después de las prohibiciones del glifosato es el uso de yerbicidas más tóxicos, más caros y menos efectivos, algo que llevó a un incremento de costo de la producción de alimentos, elevando así su precio en el mercado. Además, esto llevó a una notable reducción de la producción de té y maíz, y su encarecimiento en el mercado (Abeywickrama et al., s.f., 7-8; Merambe & Herath, 2019, p. 249-250).
En el caso particular de Sri Lanka, el problema fue mucho más allá de este patrón. Por ejemplo, se creó todo un mercado negro para la compra ilegal de glifosato para los cultivos agrícolas. Cerca del 50% de los agricultores continuó utilizándolo, pero obteniéndolo por vías ilegales. Otros agricultores intentaron utilizar alternativas como el diuron y el MCPA. El hallazgo de trazas de este último en el té y el maíz llevó a problemas de exportación que a la larga fue costosa para Sri Lanka (Abeywickrama et al., s.f., vi; Merambe & Herath, 2019, p. 250). En algunos lugares, se llegó a utilizar queroseno y otros químicos peligrosos para controlar las malezas (Abeywickrama et al., s.f., pp. vi, 31, 35). De acuerdo con el Planters’ Association of Sri Lanka, estos y otros problemas que creó la medida de política pública representaron una pérdida de US$56 a US$112 millones al año (de Rs 10 mil millones a Rs 20 mil millones), que para los ceilandeses era una cantidad inaudita de dinero (Merambe & Herath, 2019, p. 250). El estudio de Merambe & Herath (2019) concluye con las siguientes palabras:
The ban on glyphosate was imposed without scientific evidence…. Climate change has further exacerbated the impact of the glyphosate ban…. The ban imposed on importation of glyphosate to the country opened the door to entry of illegal products with no quality control. Hence, agricultural practitioners have become the victims again. The societal forces based on political and spiritual ideologies have unfortunately continued to succeed in Sri Lanka, overruling even the most basic scientific principles. Policy makers must follow science and make evidence-based decisions, considering the totality rather than focusing on reaping political gains out of the situation.
p. 251
Por supuesto, debido a la enorme presión pública, especialmente del sector agrícola, en el 2018 el gobierno de Sri Lanka decidió suspender temporeramente la prohibición al glifosato, algo que le trajo mucha alegría a los agricultores.

Por supuesto, lo menos que se podían imaginar es que eventualmente, en medio de una pandemia global y una crisis alimentaria mundial, el gobierno ceilandés tomaría una medida mucho más extrema que la anterior, un segundo experimento: la de prohibir la producción convencional, y convertirla una enteramente en agricultura orgánica. Para estos fines, Sri Lanka llevó a cabo un programa más o menos similar al espíritu de la propuesta del MVC quiere en Puerto Rico: impedir la importación de agroquímicos tales como fertilizantes y pesticidas sintéticos, incluyendo el glifosato una vez más.

Sin duda la persona que más influenció esta decisión fue nada menos que Vandana Shiva, la filósofa que se hace pasar por física nuclear, de quien hemos escrito en otra ocasión. Su campaña por impulsar la agricultura orgánica no se limita a la India, donde se encuentra su centro de operaciones, sino también en países como Bangladesh, Sri Lanka y otros países asiáticos. Los monjes budistas también parecían complacidos de que se implementara una nueva medida contra la agricultura convencional. En parte gracias a su mensaje, fue el presidente Gotabaya Rajapaksa quien tomó la decisión radical como nueva política pública. De hecho, había desoído lo que habían advertido y continúan advirtiendo científicos a nivel mundial: que la agricultura orgánica inevitablemente encarecería los productos (haciéndolos más inaccesibles a los pobres), y debido a su bajo nivel de rendimiento y producción, dejarían un vacío en el mercado que afectaría la agricultura de Sri Lanka. Además, que muchos de los productos que se prohibieron importar no eran producidos en el país, algo que creó una crisis de alimentos y de provisiones en todo el país.
La producción del té se vio sumamente afectada, al igual que la de canela, cardamomo, arroz y pimienta. Muchos agricultores abiertamente protestaron estas medidas gubernamentales, aun cuando conocían la mano férrea de Rajapaksa. El 63% de los agricultores dijeron no haber recibido adiestramiento alguno del gobierno para la transición a la agricultura orgánica. La crisis fue tal que hasta el mismo gobierno violó sus propias prohibiciones al importar sulfato de amonio y 30,000 toneladas de cloruro de potasio denominando a este último falsamente “fertilizante orgánico”. La situación generada por estas políticas, la carencia de alimentos para importar, la pandemia, la crisis del turismo, la inflación, entre otros factores han llevado a Sri Lanka a declarar una emergencia económica. Seis meses después de la medida de prohibición, prácticamente el gobierno revierte parcialmente su prohibición total de la importación de fertilizantes sintéticos, para poder tener acceso a nano urea, de la que adquirió 3.1 millones de litros destinados para ciertos cultivos.
La insistencia de uso de fertilizantes orgánicos trajo, por supuesto, otros problemas muy importantes. Los fertilizantes orgánicos, como composta o excremento de ganado, usualmente aumentan el riesgo de la presencia de patógenos. ¿Qué ocurrió? Que Sri Lanka rechazó importar 99,000 toneladas métricas de fertilizantes orgánicos de China debido a la presencia de patógenos y enfermedades. Como el Banco Popular de Sri Lanka rehusó desembolsar los US$ 63,000,000 que debía, la Embajada China en el país determinó que dicha institución no era de fiar (blacklisted).
En cuanto a los pesticidas, no cesan las controversias. Una de las medidas que se tomaron fue volver a permitir el uso del glifosato, pero aparentemente el funcionario que llevó a cabo esto no tenía el visto bueno del gobierno y fue removido de su puesto.
Europa: De la granja al tenedor (#Farm2Fork), ¿Sri Lanka parte dos?

Inspirándose en el movimiento del Nuevo Trato Verde estadounidense y que discutimos en otro lugar, Europa (mediante la Comisión Europea) desea implementar un Nuevo Trato Verde Europeo. La misión de ello es hacer a Europa una más consona con la resolución de problemas ambientales de todo tipo. No discutiremos la totalidad de los programas que lo constituyen, sino solo un aspecto de la propuesta que se llama “Farm-to-Fork” (“De la granja al tenedor”, en adelante “F2F”). Según la FAO, he aquí algunos objetivos de ese programa:
- una reducción del 50% del uso y el riesgo de los plaguicidas
- una reducción de al menos el 20% del uso de fertilizantes, incluyendo el abono animal
- una reducción del 50% en las ventas de antimicrobianos utilizados para los animales de granja y la acuicultura
- alcanzando el 25% de las tierras agrícolas con agricultura orgánica, de las cuales el nivel actual es del 8%.
- Sin embargo, al tener un etiquetado armonizado y obligatorio del frente de la caja de la UE (FOPL) en 2 años, la estrategia no respalda un determinado modelo. En el futuro, se pondrá en marcha una evaluación de impacto para los modelos de FOPL y de perfil de nutrientes para identificar el mejor modelo.
Una vez más, estamos ante un muy ambicioso programa para la agricultura orgánica. Nótese que no incluye aquí en momento alguno adelantos tecnológicos de mejoras de los alimentos para alcanzar algunas de estas metas, tales como uso de transgénicos, o ARN-interferernte (ARNi) o el uso de CRISPR-Cas9. Esto es irónico, porque hasta la misma Comisión Europea admite después de un estudio extenso de los alimentos ingenierizados genéticamente, que los que están en el mercado son tan seguros como los alimentos convencionales.
Ahora bien, esto no es exactamente lo que llevó a cabo Sri Lanka, ya que en dicho país no hubo un proceso de transición. Este programa sí implica una transición a estas metas, especialmente teniendo en mente tanto la situación del cambio climático como el logro de hacer una agricultura sostenible. Pregunta importante, ¿podría lograrlo?
El problema esencial lo hemos discutido: la agricultura orgánica es mucho más ineficiente, es de bajo rendimiento, muy baja producción, de alto consumo energético, y que, para poder proveerle comida al mundo (especialmente a los más pobres) habría que aumentar el terreno hasta el punto de la deforestación. La política F2F supone exactamente lo contrario a toda la mejor evidencia publicada en años recientes, especialmente en metaanálisis y revisiones sitemáticas de la literatura científica.
¿Qué tienen que decir los expertos al respecto? Pues algo muy sencillo, que el programa F2F representará una seria reducción de la disponibilidad de alimentos y de la producción agrícola en general. Esa fue la conclusión a la que llegó el Centro Común de Investigación (JRC por sus siglas en inglés), un organismo de investigación de la Comisión Europea.

No solo esto, sino también el informe predijo un aumento considerable de los precios de alimentos, que tendría un impacto en el estilo de vida de los mismos europeos. El informe dice que para compensar muchas de estas pérdidas, habría que aumentar el área de cultivo en algunos casos. Hubo un intento de la Comisión Europea de ocultar estos resultados que, evidentemente, eran políticamente incorrectos. Se publicó meses después de que estuviera listo, aparentemente para que se aprobaran medidas parlamentarias a favor de políticas F2F sin que los parlamentaristas tuvieran a mano la información pertinente para la votación. También especulo que querían ver cómo podía propagandizar el hecho de que para que Europa alcanzara sus metas ambientales, hubiera que reducir un 10% de la producción de los alimentos, y un 15% de su producción de carne.
Estas conclusiones se confirman en un estudio cuyo resumen ejecutivo se publicó este mismo año (2021) por Wageningen, una universidad de prestigio en Holanda (Bremmer et al., 2021). He aquí algunos de sus hallazgos:
- La reducción de pesticidas y de fertilizantes implicarían una baja de 10 a 20% de la producción alimentaria europea.
- Si solo se tomara la medida de aumentar la producción de cultivos orgánicos a un 25%, eso implicaría una reducción de productividad de menos de un 10%, pero un aumento de precios justo debajo del 13%.
- Estas y otras medidas podrían reducir considerablemente el rendimiento de los cultivos.
- El rendimiento promedio de los cultivos orgánicos sería de 7 a 54% menor cuando se le compara con los cultivos convencionales.
- Esta reducción de rendimiento necesariamente implicaría el incremento de los precios de los alimentos en Europa.
- Debido a la toma de estas medidas, habría una mayor importación de ciertos bienes y menos exportación de cultivos europeos.
- Habría una reducción de ingresos para los agricultores a la larga.
- El menor rendimiento de cultivos en Europa implicaría la necesidad de mayor terreno cultivable fuera del continente.
El estudio recomienda hacer una gran inversión en investigación e innovación en cuanto a métodos agrícolas y remover barreras legislativas para la mejora alimentaria (léase: legalicen la siembra de alimentos ingenierizados, los llamados “GMOs”, además de algunos agroquímicos) e inviertan en ellos. Asimismo, señala que incentivar a la industria orgánica no necesariamente sería exitoso, ya que un mercado global competitivo podría representar serias limitaciones ante el hecho de que no habría mucha demanda efectiva para consumir dichos alimentos. En tal caso, se recomienda una diversidad de opciones para poder llegar a los objetivos ambientales y climáticos.
Las implicaciones para Puerto Rico

Estos dos relatos que presento aquí demuestran políticas públicas fallidas que se llevan a cabo cuando una cosmovisión puramente ideológica nubla el pensamiento racional, especialmente cuando la mente individual o el parecer social no se deja llevar por la evidencia científica. En el caso de Sri Lanka, la política agrícola y alimentaria ha sido un verdadero desastre. Desde hace unas décadas, Europa se ha estado moviendo por arenas movedizas, estimulado por el márketing de la industria orgánica … que a mucha gente se le olvida que es industria, que es tan capitalista como la convencional y que promueve sus propios intereses económicos. Sin embargo, este márketing le ha llevado a que se le vea con mucho beneplácito, opere a expensas del público cuando se trata de proveer alimentos a bajo costo, e impide el avance científico para remediar problemas apremiantes.
Este márketing que incorpora la noción de “soberanía alimentaria” que persigue la producción de nuestros propios alimentos y no depender de las importaciones, ni de las industrias foráneas. Sin embargo, toda la evidencia acumulada da a entender que el resultado de la adopción de la agricultura orgánica como la dominante es la tendencia contraria: Sri Lanka se vio necesitada de importar más fertilizantes y alimentos de otros países, creando así una muy fuerte dependencia en la producción extranjera hasta el punto que el gobierno violó su propia prohibición. En Europa, los modelos predicen que aumentarían más todavía las importaciones y se reducirían las exportaciones, además de aumentar el área de cultivo que de otra manera se hubiera mantenido para la conservación de los ecosistemas. Debido a la mayor inversión energética que todo eso supone, en vez de ayudar a remediar el cambio climático, podría agravar el problema.
¿Es este el modelo que los candidatos del PIP y el MVC desean implementar en Puerto Rico? Esa pregunta se la dejo a ellos para que la respondan sus conciencias. ¿Es esto “soberanía alimentaria”?
Una vez más, me acuerdo del fabuloso libro del economista Francisco Catalá Oliveras, Elogio de la imperfección, donde nos advierte de no caer en un tipo de falacia del nirvana, llamada “Síndrome de Funes” (basado en el cuento de José Luis Borges, “Funes el memorioso“). Pueden leer el primer ensayo de ese libro aquí. El síndrome de Funes consiste en dos cosas:
- Creer que la perfección es posible.
- Que aun cuando dicha perfección fuera posible, sería funcional.

Muchas veces, la derecha o la izquierda políticas, o los procapitalistas o los anticapitalistas, o los industriales antiambientalistas o los ambientalistas, entre otros caen en unos extremos en el que políticamente se activan para soluciones absolutas y simplistas de problemas muy complejos. Quieren soluciones “perfectas” a un mundo imperfecto, mediante la implantación de un programa que sea “perfectamente puro” (de lo que sea). Como señala Catalá, la razón de por qué la imperfección funciona es que permite un grado de flexibilidad, adaptación y una genuina evaluación crítica continua de diversas situaciones para adaptar diversos quehaceres humanos a nuevas realidades. La perfección no funciona, la imperfección sí. Todos los personajes de los que hablo al principio del párrafo quieren un sistema perfecto (capitalista o anticapitalista, antiambiental o proambiental, etc.) con un sentido estético que apela a lo emocional. Los seres humanos, como buenos animales que somos, respondemos más a lo emocional que a lo racional. Esto siempre ha sido el dolor de cabeza de nuestros sesgos cognitivos que muy frecuentemente nos inducen a error. Por eso, existen las disciplinas filosóficas y científicas para guiarnos en el camino.
Con base en lo que acabo de decir, quiero aclarar que este artículo no pretende ser “antiorgánico”. Lo que busca es presentar la evidencia científica de por qué, por el momento, no es posible establecer un sistema rentable y ecoamigable con base en la agricultura orgánica u otras semejantes. Sin embargo, la respuesta tampoco es el business as usual. La agricultura convencional tiene muchos problemas, incluyendo la erosión y agotamiento de nutrientes de los suelos, la producción de fertilizantes con base en combustibles fósiles, la resistencia cada vez mayor a los yerbicidas, los problemas de salud y seguridad que representan los pesticidas en general, las emisiones de gases de invernadero, la formación de zonas muertas en las costas, entre otros. Sin embargo, todos estos problemas un conjunto de múltiples soluciones.
Parte de las virtudes de la agricultura orgánica es la de buscar técnicas para reducir y reciclar nutrientes, reducir el uso de pesticidas, hacer que instituciones educativas y la industria aporten a la búsqueda de menores emisiones de bióxido de carbono y aumentar el rendimiento. En ese sentido, la industria orgánica tiene un lugar muy importante en el quehacer agrícola. Muchas de sus técnicas, aunque sean ineficientes para propósitos de producción, se tendrían que adoptar en el futuro para hacer sostenible la agricultura y continuar sembrando en los lugares que ya son agrícolas, sin necesidad de amenazar a más ecosistemas terrestres.
Sin embargo, todo lo anterior hace evidente que la alternativa orgánica no debe ser la única solución. La ingeniería genética de nuestros alimentos, además de la adopción de otros tipos de tecnologías que resultan prometedoras, pueden ayudarnos en el camino a un mejor futuro.
Por otro lado, si nos dejamos cegar ideológicamente, nunca podremos tener un panorama lo suficientemente amplio para buscar soluciones efectivas a los problemas que nos aquejan, y será difícil conseguir ese mejor futuro que buscamos. Si nos cerramos a muchas de estas soluciones por razones ideológicas, Puerto Rico no tendrá futuro, y podremos olvidarnos de cualquier aspiración a la “soberanía alimentaria”.
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Referencias
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