Como humanista, en muchas ocasiones me enfurecen las decisiones que toma y sigue tomando la Iglesia Católica. Cuando uno revisa su historia y su ristra de equívocos, pretensiones, sinsentidos, injusticias, sed de poder, etc., uno no puede evitar la indignación. Claro está, estamos hablando de la verdadera historia del catolicismo, no de las historias ficticias que de vez en cuando aparecen por Facebook y que suelen circular en páginas anticatólicas, ateas, humanistas y librepensadoras
En una moda muy reciente, suele aparecer el retrato de un Papa que parece la mezcla entre el Papa Juan Pablo II con el Papa Benedicto XVI, el emperador Palpatine y Snoke.

El retrato suele estar acompañado por el siguiente texto:
En el 325, en el concilio de Nicea, Constantino el grande crea la iglesia catolica tras un genocidio de 45.000 Cristianos, donde los torturó para que renunciaran a la Reencarnación. Al mismo tiempo se recopilan los libros religiosos de todas las aldeas del imperio y crean así LA BIBLIA.
En el 327, Constantino conocido como el emperador de Roma, ordena a Jeronimo traducir la versión Vulgata en Latin, cambiando los nombres propios hebreos y adulterando las escrituras.
En el 431, se inventa el culto a la VIRGEN.
En el 594, se inventa el PURGATORIO.
En el 610, se inventa el título del PAPA.
En el 788, se impone adoraciones a las deidades paganas.
En el 995, se cambió el significado de kadosh(apartado) por santo.
En el 1079, se impone el celibato de los sacerdotes>>palabra totalmente católica.
En el 1090, se impone el Rosario.
En el 1184, se perpetra la Inquisición.
En el 1190, se venden las indulgencias.
En el 1215, se le impone la confesión a los sacerdotes.
En el 1216, se inventó del papa Inocenzo lll, el cuento del terror del pan (un dios de la mitología griega), que se convierte en carne humana.
En el 1311, se impone el batesimo.
En el 1439, se dogmatiza el inexistente PURGATORIO.
En el 1854, se inventa la inmaculada Concepción.
Y en el 1870, se impone lo absurdo de un papa infalible, en el se inventa el concepto de Contratación.
¡Ay! ¿Por dónde empezar con esta lista de disparates? Como se diría Lewis Carroll, se comienza por el mismo principio. Sin embargo, esta postal nos recuerda a la Ley de Brandolini: La cantidad de energía que se requiere para refutar estupideces es mayor en órdenes de magnitud que la que se requiere para producirlas.

1. Año 325 e.c. – El Concilio de Nicea creó la Iglesia Católica tras un genocidio para forjar la Biblia

El Concilio de Nicea no inventó la “Iglesia Católica”. Lo primero que hay que destacar es que el término de “iglesia católica” es muy anterior al Concilio de Nicea para referirse a la totalidad de los miembros del movimiento cristiano. Ocurre por primera vez en la carta de Ignacio de Antioquía a los Esmirneanos. En dicha carta, escrita más o menos para el 110 e.c. se habla por primera vez de la “congregación universal” (i.e. “iglesia católica”) y, en el contexto de ciertas persecuciones, divisiones y rechazos populares, habla de ella en los siguientes términos:
[Pero] evitad las divisiones, como el comienzo de los males. Seguid todos a vuestro obispo, como Jesucristo siguió al Padre, y al presbiterio como los apóstoles; y respetad a los diáconos, como el mandamiento de Dios. Que nadie haga nada perteneciente a la Iglesia al margen del obispo. Considerad como eucaristía válida la que tiene lugar bajo el obispo o bajo uno a quien él la haya encomendado. Allí donde aparezca el obispo, allí debe estar el pueblo; tal como allí donde está Jesús, allí está la iglesia universal (católica).
Carta a los Esmirneanos VIII
La palabra “universal” en este texto tiene como término original “katholikos“, es decir “católico”. Esta idea incorpora dos nociones que eran típicas del cristianismo pospaulino (i.e. el cristianismo gentil posterior a la muerte de Pablo), especialmente tras la destrucción de Jerusalén:
- La idea de los creyentes cristianos en general como órganos que forman parte de un cuerpo a nivel universal con Jesús el Mesías a la cabeza. Aunque Pablo mismo utilizaba el símil solo en el contexto de una congregación particular, en Colosenses —una carta pospaulina falsamente atribuida a Pablo— es que aparece la idea de la totalidad de los creyentes en Cristo como un cuerpo. (Ehrman, Forgery 177-178; compárese 1 Corintios 11-12 y Colosenses 1:18)
- Lo otro es que el esquema carismático paulino (donde se concebía a todos los miembros de una congregación con relativa igualdad) parece que sufrió alguna crisis. (Bek de Goede) Tras ciertas adversidades de los cristianos como la diversificación del movimiento cristiano en términos doctrinales, la muerte de Jácobo el hermano de Jesús, la probable ejecución de Pedro y Pablo, la crisis de la iglesia jerusalemita, controversias intra y entre congregaciones, la tardanza de la llegada del Mesías y del Reino de Dios, entre otros factores, llevaron a las diversas congregaciones a establecer algún tipo de jerarquía de gobierno: supervisores (epíscopos u “obispos”), ancianos (presbíteros) y servidores (diáconos). Esta organización imitaba las estructuras sociales urbanas. Los epíscopos u obispos le daban identidad social a sus congregaciones. Esto se nota en las cartas pastorales atribuidas falsamente a Pablo. (Gnoli; Ehrman Forgery 192-217, 367-384)
En otras palabras, ya para el siglo II e.c., tanto el término “católico” para referirse a la totalidad de creyentes como las estructuras jerárquicas que hoy se asocian al catolicismo existían. Lo único que no existía era el llamado “primado del obispo de Roma”. Actualmente, el consenso entre los historiadores es que Pedro no fue propiamente “obispo” de Roma, que parte de las listas de “sucesores” de finales del siglo I y principios del II son probablemente falsos y que no fue hasta finales del siglo II que aparece un epíscopo monárquico (con el obispo Víctor). Luego, el obispado romano se consolidó a mediados del siglo III. De hecho, tal línea de sucesión contradice todo el pensamiento apocalíptico del cristianismo palestinense y el paulino del siglo I, ya que, para ellos, la “pronta llegada de Cristo resucitado” era inminente. Lo que parece haber existido en Roma durante este periodo es un colegio de presbíteros, según se desprende de la carta de Clemente, la carta de Ignacio de Antioquía a los romanos y otras fuentes (Acerbi y Teja present.; Gnoli)
Por ende, el alegato de que la Iglesia Católica se inventó en el Concilio de Nicea (325 e.c.) es una idea totalmente descabellada. Dicho sínodo ecuménico no creó las estructuras de liderato de la Iglesia Católica romana ni estableció un Papa. Lo que sí se puede decir es que mucho antes del concilio, tras el Edicto de Milán, Constantino le otorgó puestos de autoridad política a miembros de lo que él denominaba “Iglesias de Dios”, término para referirse a los sectores del cristianismo que estaban a favor de él. Sin embargo, aun en esta época, el obispado de Roma era bastante débil. Ni tan siquiera Silvestre, el epíscopo de los romanos en esta época, asistió a Nicea, sino que envió delegados en igualdad de condiciones con las demás iglesias. (Acerbi y Teja present.)
Recordemos también que, por mucho tiempo, el poder episcopado romano estaba sujeto al del Emperador, debido a que desde tiempos de Augusto, el monarca era la cabeza religiosa del Imperio en calidad de pontifex maximus. Después de que el Emperador Teodosio hiciera del cristianismo la religión oficial (380 e.c.), los emperadores privilegiaron a Constantinopla y su patriarcado sobre los demás líderes cristianos, incluyendo el obispo romano. Además, durante algunos siglos, el Papa era aprobado por el Emperador mismo desde Constantinopla; hoy se les conoce a los Papas electos de esta manera como los “Papas bizantinos” (537–752 e.c.) La Iglesia Católica Romana fue emergiendo desde el siglo IV gradualmente con identidad propia cuando aprovechó diversas coyunturas para ir centralizando su poder en el Occidente Europeo. Este proceso se consolidaría con el Cisma de Oriente (1054), las influencias de la poderosa abadía de Cluny (especialmente gracias a Gregorio VII), las cruzadas y las diversas reformas papales a través de los siglos. Todo esto se hizo con unas pretensiones de ser “sucesores de Pedro”, por ende, máxima autoridad de la cristiandad, en ocasiones basándose, no solo en pasajes bíblicos (Mateo 16), sino también en documentos falsificados (e.g. la Donación Constantiniana, las decretales pseudoisidorianas, los listados de obispos de Roma, etc.) No se extrañen en lo que lean de aquí en adelante, que muchos de los temas de los que hablaremos tuvieron un punto de partida clave doctrinal de los siglos X al XIII.
El supuesto “genocidio” cometido tras la supuesta creación de “la Iglesia Católica” es una pura fabricación de la persona que escribió la entrada en Facebook.
Finalmente, todos los historiadores de la Antigüedad saben que los libros eran leídos por la élite de las distintas provincias del Imperio Romano, no por aldeanos. En la ruralía, no solía haber interés alguno en mantener libros. Los libros se conservaban en las bibliotecas y archivos que se ubicaban en áreas urbanas. Así que es un disparate decir que se recopilaron los libros del Nuevo Testamento que se guardaban en las aldeas.
2. 327 e.c. – El “apóstol” Constantino le ordena a Jerónimo a escribir la Vulgata

La idea de que en el 327 e.c. le mandó a Jerónimo a traducir el Nuevo Testamento al latín es bien interesante. Solo que hay un pequeño problemita … muy chiquitito …. diminuto … microscópico: que cuando Constantino vivió (280-337 e.c.), todavía Jerónimo no había nacido (342-420 e.c.) Así que es imposible que Constantino le haya mandado a hacer nada a Jerónimo.
La Vulgata Latina, de la cual Jerónimo fue traductor principal —aunque muy lejos de ser el único—, está asociada al sínodo celebrado en la iglesia romana en el 382 e.c. bajo el obispado de Dámaso (también conocido como el Papa Dámaso I). El propósito de dicho Concilio de Roma fue el de la adopción de los libros considerados sagrados siguiendo la recomendación establecida por Atanasio de Alejandría años antes en el 367 e.c. para las congregaciones vinculadas a Alejandría. Sin embargo, este sínodo romano ocurrió varias décadas después de la muerte del emperador Constantino.
3. 431 e.c. – Se “inventa” el culto a la Virgen

No, en el 431 e.c. no se “inventa” el culto a la Virgen María. El desarrollo de su devoción es altamente complejo y solo me centraré en proveer una versión resumida de lo ocurrido.
En primer lugar, los primeros indicios de ver a María, la madre de Jesús, en términos extraordinarios comienza en el Evangelio de Lucas, capítulos 1 y 2. Hoy día, se ha reconocido que estos dos capítulos fueron añadidos posteriormente al texto original del Evangelio de Lucas, tal vez por el autor mismo. (Bovon I: 71; Brown 224-248; Fitzmyer II: 45, 51-57; Gómez Acebo 27; Powell 32-34) En ellos, se presenta a María en mejores términos que los padres de Juan el Bautista, Zacarías e Isabel. Tengo toda una explicación de ello en esta y esta entrada en nuestro blog. Además, tanto en este evangelio como en su continuación en Hechos de los Apóstoles, se nos presenta a María como fiel seguidora de Jesús. (Lucas 8:19-21; Hechos 1:14)
Estos textos que presentan a María como profetisa, que concibió a Jesús virginalmente con su unión al Espíritu Santo y que fue fiel seguidora de su hijo, cultivó la imaginación de muchos cristianos primitivos. La señal de que había calado una visión mucho más exaltada de María la encontramos en el Protoevangelio de Jácobo (o el Protoevangelio de Santiago) que apareció a mediados del siglo II e.c. (Cerro, “Protoevangelio de Santiago” 203) Escrito a nombre de Jácobo, el hermano de Jesús, se nos dice que María fue producto de la concepción prodigiosa en su madre Ana. Su padre, Joaquín, consagró a su hija al Templo de Jerusalén como un ser especial y fue formada hasta los 12 años. Para no contaminar el recinto sagrado, los sacerdotes propusieron que ella se casara con un varón justo, que terminó siendo un viudo anciano llamado José y que tenía ya varios hijos e hijas. De allí, el Protoevangelio narra la concepción virginal de Jesús y cómo, durante su parto, María permaneció virgen. En un episodio algo jocoso, una comadrona quiso verificar incrédula que el himen de María había permanecido intacto. Ella pudo constatar el milagro, pero debido a que lo hizo incrédula, Dios la castigó quemándole su mano. Luego,, fue sanada por el niño Jesús. Como José era anciano, él no tuvo acto sexual alguno con María. (Cerro, “Protoevangelio de Santiago” 205-213) Es decir, a mitad del siglo II, dos siglos antes del 431 e.c., se manifestaba el arraigo de la creencia en la virginidad perpetua de María. Esta creencia se solidifica más en un texto del siglo IV que se conoce como el Evangelio del Pseudo Mateo, donde abunda más en muchos de estos aspectos fantasiosos. (Cerro, “Evangelio del Pseudo Mateo” 213-237)
Aun con todo, la presencia de estos dos textos no indica una devoción a María, pero sí observamos un proceso de exaltación. A finales del siglo II, con Ireneo de Lyon, se empezó a comparar a María con Eva y se le llamó “la segunda Eva”, en analogía a la comparación paulina de Jesucristo como “el primer Adán”. Es en el siglo III, tal vez a mediados de este periodo, que aparece la primera señal de culto a ella. En este siglo se originó el himno más antiguo dedicado a la madre de Jesús llamado “Sub tuum praesidium” (Bajo tu protección), que denominó a María, “Madre de Dios” (Theotókos). Para ese mismo siglo, ya había comenzado la devoción mariana en Egipto. Orígenes, el gran pensador cristiano, había comenzado a referirse a ella también como “la Madre de Dios”.
Este título de “Madre de Dios” estaba necesariamente atado al problema de la divinidad de Jesús. En el año 325 e.c., Constantino convocó el Concilio de Nicea para que se ventilara un debate en torno a las aserciones de Arrio y sus seguidores (la llamada “herejía arriana”) y Alejandro de Alejandría y otros. Arrio postulaba que Jesucristo era una criatura divina preexistente (es decir, antes de que el mundo existiera). Alejandro de Alejandría y compañía sostenían que Jesucristo, el divino Logos, era tan Dios como Dios Padre y que existió desde toda la eternidad. El Concilio de Niscea decidió por Alejandro y su partido en un voto abrumadoramente mayoritario con tan solo dos votos a favor de Arrio. Es decir, Jesucristo, el eterno Logos, era tan Dios como Dios Padre, engendrado desde toda la eternidad —i.e. generado de la misma sustancia de Dios Padre—, pero no son dos dioses, sino uno solo.
Sin duda alguna, esto tuvo una repercusión importante en las protodevociones marianas de los siglos IV y V, ya que si el hijo de María era Dios (según Nicea), entonces era propio llamarle Theotókos, literalmente “paridora de Dios”. Este debate se resolvió en dos concilios:
- Concilio de Éfeso (431 e.c., siglo V) – Este concilio quiso lidiar con la llamada “herejía nestoriana”, que postulaba que en Jesús no había confusión entre naturaleza humana y naturaleza divina. Jesús era un ser humano, mientras que el divino Logos (Cristo) era divino. Esta perspectiva tenía una consecuencia: en tal caso, María solo podía ser madre del Jesús humano, no del divino Logos, y no podía ser legítimamente llamada “Madre de Dios”. El Concilio resolvió contra de los nestorianos y determinó que Jesús era tan divino como humano. Por lo tanto, era propio llamarle a María Theotókos, Madre de Dios.
- Concilio de Calcedonia (451 e.c., siglo V) – Lidiaba con las propuestas de Eutiquio, quien proclamaba que la naturaleza humana de Jesús fue absorbida por la divina, postura que fue rechazada por la mayoría. Según el parecer del concilio, en Cristo persistían dos naturalezas en una misma persona: la humana y la divina. Esto se hizo reafirmando la determinación tomada por el Concilio de Constantinopla (381 e.c.) contra Apolinar de Laodicea, quien había defendido la idea de que que Jesús tenía alma divina, pero no humana. La decisión de Calcedonia conllevaba también una consecuencia lógica de que María era la madre de Dios, no solo en cuanto a su cuerpo, sino también de su humanidad entera. En este sentido, se afianzaban una vez más los cánones del Concilio de Éfeso.
Nótese que en ninguno de los dos concilios se “inventó” devoción alguna. La devoción a María ya existía en el cristianismo desde el siglo III y se siguió elaborando de formas noveles en los siglos subsiguientes.
4. 594 e.c. – El invento del Purgatorio

El problema con el supuesto “invento del purgatorio” es que tiene sus antecedentes y no fue una doctrina oficial obligada para creerse en la Iglesia hasta el siglo XII con el Segundo Concilio de Lyon.
La idea de un lugar donde moraban las almas es una bastante antigua. Entre ellas está la idea del sheol en el judaísmo (aunque esto se disputa, véase Ehrman, Heaven and Hell cap. 5), el inframundo de los muertos como lo concebían los egipcios o en el Hades grecorromano. Sin embargo, aun en el judaísmo antiguo, encontramos semillas de la idea de reparación por pecados aun después de muertas las personas. En 2 Macabeos, el líder de la guerrilla contra los seléucidas, Judas Macabeo, descubrió que algunos de sus soldados caídos habían llevado consigo unos ídolos en calidad de talismanes. Por ende, dedicó unas oraciones y sacrificios para reparar por los muertos para que pudieran resucitar en el momento de la restauración de Israel:
Después de haber reunido entre sus hombres cerca de dos mil dracmas, las mandó a Jerusalén para ofrecer un sacrificio por el pecado, obrando muy hermosa y noblemente pensando en la resurrección. Si no hubiera esperado que los soldados caídos resucitarían, habría sido superfluo y necio rogar por los muertos: mas, considerando que a los que mueren piadosamente les está reservada una magnífica recompensa, se trataba en un pensamiento santo y piadoso. Por eso mandó hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado.
2 Macabeos 12: 43-46
En el judaísmo antiguo y principios del cristianismo, hubo una diversidad de ideas sobre la vida futura. En cuanto a Jesús mismo, no parece que hubiera creído en una vida en el “más allá” en un supramundo espiritual, sino en una futura resurrección de los muertos cuando se restaurara Israel con sus doce tribus. Aquellos que fueran justos vivirían en la abundancia provista por el dios Yahveh, mientras que los injustos serían enviados al Valle de Hinom donde serían exterminados y destruidos en el fuego. (e.g. Marcos 9:43-50)
El Jesús que presenta el Evangelio de Mateo, expone unas ideas embrionarias de algún tipo de perdón de pecados en la otra vida. Cuando hablaba del pecado contra el Espíritu Santo afirma:
Por eso os digo que a la gente se le perdonará todo pecado y blasfemia, pero la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada. Y al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que la diga contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el otro.
Mateo 12:31-32, mi subrayado, cf, Marcos 3:28
En otras palabras, en “el otro mundo” (i.e. el mundo posterior a la resurrección) se podrían perdonar pecados, solo que no aquellas blasfemias contra el Espíritu Santo. Otro lugar donde se habla de algún tipo de pago por pecados nos lo dice en un añadido a otro pasaje, probablemente del hipotético documento Q:
[Mientras] vayas con tu adversario al magistrado, procura en el camino [ponerte de buenas] con él, no sea que [tu adversario] te arrastre ante el juez, el juez te entregue al alguacil y el alguacil te meta en la cárcel. Te digo que no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo [o cuadrante].
Mateo 5:25-26 / Lucas 12:58-59 (Robinson et al. 170-171)
Por otro lado, Pablo, no pensaba en un Reino de Dios terrenal, sino uno celestial en el que los resucitados vivirían en cuerpo espiritual (e.g. 1 Corintios 15:35-58; 1 Tesalonicenses 4:13-17). (Vidal 347, 350-356, 598-603) Cuando eso ocurriera, habría un juicio ante Dios que describía de la siguiente manera:
Sobre estos cimientos [los hechos por Pablo en torno a Jesús el Mesías] se puede construir con oro, plata, piedras preciosas, madera, heno o paja, pero la obra de cada cual quedará patente; la pondrá al descubierto el Día [del Juicio], que vendrá acompañado de fuego. Y el fuego probará la calidad de la obra de cada cual. Aquel cuya obra, construida sobre los cimientos, resista, recibirá la recompensa. Mas aquel cuya obra quede abrasada, sufrirá el castigo. Él, no obstante, quedará salvo, pero como [quien atraviesa] el fuego.
1 Corintios 3:12-15, mi modificación (Piñero, Guía 258; Vidal 255)
Aquí Pablo habla de manera oscura y no se sabe si está hablando en términos literales o metafóricos. Sin embargo, se refiere a una “salvación” que ocurriría aun cuando las obras fueran consumidas por el fuego. El prestigioso erudito Senén Vidal interpretaba esto como un castigo purificador. (255; ver también Piñero, Guía 259)
Aclaro que nada de esto significa que en el siglo I, los cristianos sostuvieran una idea coherente del purgatorio. Al contrario, estamos hablando de muchas ideas totalmente dispares entre Jesús, Pablo y los diversos escritores de los evangelios. Sin embargo, estos versos serían los pasajes que utilizaría el catolicismo posteriormente para fundamentar su creencia en el purgatorio.
Una vez empiezan a introducirse nociones platónicas en el cristianismo y se acentúa la noción grecorromana de la separación de alma y cuerpo, vemos nociones de la otra vida como lugar donde habitan las almas, sea en el cielo o sea en el lugar del castigo, lo que ulteriormente se llamará “infierno”. En el Evangelio de Lucas, ya vemos en la parábola del pobre Lázaro una noción de condena en el fuego mientras que Lázaro se hallaba en una mejor vida en el “seno de Abraham”. (16:19-31)
¿De dónde, pues, proviene la noción de purgatorio? Como hemos visto, desde bien temprano, tanto en el judaísmo como en el cristianismo se desarrollaron ideas de un perdón o purificación por los pecados en la “otra vida” (sea como sea definida). Entrados los siglos III al V tenemos constancia de la oración por los muertos con el fin de la purificación. Varios pensadores, entre ellos Orígenes (siglos II-III), creían que aquellos seres humanos que murieran en pecado, serían limpiados para su eventual salvación. Otros como Agustín de Hipona —particularmente en la Ciudad de Dios XXI: 13 (ca. 426 e.c.)— distinguían entre el fuego purificador y el fuego eterno, lo que eventualmente se llegaría a llamar siglos después el purgatorio y el infierno. Nótese una vez más, que esto anterior al siglo VI.
Es obvio que la persona que ideó y creó la postal que estamos criticando está pensando en el Papa Gregorio I (también conocido como el Papa Gregorio Magno), quien elaboró (no inventó) la idea del purgatorio que ya se había forjado en el cristianismo en siglos anteriores. Vale indicar que no necesariamente era universalmente aceptada y que fue desarrollándose hasta convertirse en dogma de fe en el Segundo Concilio de Lyon, en Francia (1274). Este dogma se reafirmaría en el Concilio de Florencia (1439), en el que la Iglesia Católica Romana y la Iglesia Oriental convinieron. Finalmente, como respuesta a la Reforma Protestante, se reafirmó la doctrina del purgatorio como dogma de fe en el Concilio de Trento. En lo siguiente resumiremos las determinaciones más importantes de dicho concilio:
- 1547 (Sesión 6): Todo aquel que fuere perdonado en virtud del Sacramento de la Penitencia, pero que no llevara a cabo la parte de la satisfacción, tendría que pasar por el purgatorio después de la muerte.
- 1551 (Sesión 14): Se condena a todo aquel que proclame que Dios perdona tanto al pecado como la satisfacción, haciendo el purgatorio innecesario.
- 1563 (Sesión 255): Se declara el purgatorio como dogma de fe.
- Los cánones 13 y 14 reafirmaron estos puntos.
5. 610 e.c. – Se inventa el título de “Papa”

Es totalmente incorrecto decir que en el siglo VII se inventó el título de “Papa”. El título proviene del término griego “páppas” que significa “padre”. La primera referencia al uso de este título no ocurrió en el contexto del obispo de Roma, sino de los patriarcas de Alejandría. En Historia eclesiástica, Eusebio de Cesarea citó una carta de Dionisio a Filemón, un presbítero de Roma, donde hizo referencia al Papa Heraclas de Alejandría, quien vivió para el siglo III:
Yo recibí esta regla y este modelo de nuestro bienaventurado papa Heraclas. …
Eusebio, Historia 443 (Historia eclesiástica VII, 7:4).
Este texto de más de tres siglos antes de lo alegado por la postal de Facebook.
El consenso entre los historiadores es que el título de “Papa” en el cristianismo temprano se le reservaba a los patriarcas y obispos, cuya mayoría era de Oriente, pero también se utilizaba en Occidente. (O’Malley, A History intro.) Como se puede desprender de la carta que citamos, al obispo de Roma se le conoció como “Papa” mucho después. El primero en utilizar el título “Papa” fue Siricio (384-399), es decir, más de dos siglos antes de lo que indica la entrada de Facebook. (Norwich cap. 2) El comienzo de la insistencia del epíscopo romano por el título exclusivo comenzó con el Papa León I (o León Magno), en calidad de “vicario de Cristo” en conjunto a una serie de políticas y leyes para centralizar su poder. (Agnati) Sin embargo, León I vivió en el siglo V, es decir, dos siglos antes de lo indicado en la postal de Facebook. Este título no se oficializaría como exclusivo para el obispo de Roma hasta el año 1073 con el Papa Gregorio VII. (O’Malley, A History cap. 5) Esto ocurrió cuatro siglos después de lo que indica la postal de Facebook. Sencillamente, la persona que la escribió no hizo su asignación histórica.
6. 788 e.c. – La Iglesia impone la adoración de deidades paganas

La idea de que la Iglesia Católica impuso la adoración de deidades paganas es risible y totalmente inventada. Mediante del Edicto de Tesalónica (380 e.c.), el Emperador Teodosio hizo el cristianismo la religión oficial del Imperio. Esto permitió que paulatinamente se fueran reduciendo y prohibiendo prácticas paganas tanto en Oriente como en Occidente. Esa normativa continuó bajo la Iglesia Católica Romana durante su historia.
Tal vez a lo que se refiere es al Segundo Concilio de Niscea donde la Iglesia Católica autorizó el uso de íconos e imágenes con el propósito de venerar a los santos (el término utilizado en ese entonces es “culto de doulía” es decir, culto de honor y respeto a los santos), en contraste con la adoración debida solo a Dios (el término utilizado en ese entonces era “culto de latría“). Donde falla también la entrada de Facebook es en el año. Este concilio se llevó a cabo en el 787, no en el 788.
Ustedes pueden argumentar que el culto a los santos sustituyó los cultos paganos y que mantuvo algunos aspectos de sus rituales en los nuevos cultos. Otra cosa es argumentar que dicho concilio “impuso” el culto a deidades paganas.
7. 995 e.c. – El cambio de significado de kadosh (apartado) por santo
He buscado en vano por la literatura histórica que sustente este dato. No es clara la razón de por qué esto deba ser un problema en principio.
8. 1079 – Se impone el celibato sacerdotal

El año 1079 sugiere que se está hablando de la Reforma Gregoriana como la que impuso el celibato sacerdotal. Estas medidas reformistas se dieron por una tensión entre el papado y las políticas del Sacro Imperio Romano Germánico de los siglos X y XI. Aunque el Papa Gregorio VII sí intentó imponer el celibato y acusaba a los sacerdotes casados de nicolaítas (1074-75), esto no era nada nuevo en el catolicismo. Desde el Concilio de Elvira (305 e.c.) hasta el 1159 por el Papa Nicolás II (en un Sínodo en Letrán) se establecieron varias políticas, primero locales y después más generales para imponerle el celibato a los sacerdotes. A estos sacerdotes que no renunciaran a sus esposas o concubinas, se les acusaba de “nicolaítas“, haciendo alusión a un grupo condenado por el libro de Apocalipsis. (2:6) Contrario a lo que la gente comúnmente piensa, el Papa no tuvo mucho poder durante el primer tercio del Medioevo. Después de la caída del Imperio Romano en Occidente, los sacerdotes ignoraron repetidas declaraciones de concilios locales y del obispo romano en torno al celibato.
Ya en el siglo XII y XIII, la Iglesia había adquirido mucho poder y forcejeaba con potencias tales como el Imperio Bizantino y el Sacro Imperio Romano Germánico para ubicarse como un poder político y religioso. Fue en este panorama que se dio el Primer Concilio de Letrán (1123), que impuso con fuerza ecuménica el celibato sacerdotal (cánones 3 y 11), determinación que se reafirmaría en el Segundo Concilio de Letrán (1139). Todo lo que hizo Gregorio VII fue insistir en lo que ya habían decidido los concilios.
9. 1090 – Se impone el rosario

Este alegato es muy interesante por dos razones:
- El rosario no existía en 1090.
- El rosario nunca ha sido impuesto a ningún católico por parte de la oficialidad de la Iglesia Católica.
Vamos por partes. En primer lugar, el rosario es una devoción que apareció por primera vez durante el periodo del Renacimiento gracias a su diseminación por Alano de Rupe (1428-1475), un sacerdote dominico. Por siglos se solía pensar que fue producto de una aparición de la Virgen María siglos antes a Domingo de Guzmán, fundador de la Orden Dominica, como forma de lucha contra los albigenses. Sin embargo, desde el siglo XVIII se sabe que esto no pasa de ser una leyenda piadosa.
Los deberes de los católicos romanos no solo incluyen la obediencia al decálogo según formulado por la Iglesia, sino también los 6 mandamientos de la Iglesia Católica, entre los que cuentan el asistir a misa los domingos y días de guardar, confesión al menos una vez al año, entre otros. En ninguno de esos mandamientos se le exige a los católicos rezar el rosario.
10. 1184 – Se “perpetra” la Inquisición

Primero, vamos a las definiciones. ¿Qué significa “perpetrar”? De acuerdo a la Real Academia Española, se define así:
Cometer, consumar un delito o culpa grave.
https://dle.rae.es/perpetrar
¿Qué fue la Inquisición? Los tribunales de la Inquisición fueron institucionales. ¿Usted “perpetra” instituciones? Es como si yo dijera que el gobierno de Puerto Rico “perpetró” el Departamento de Justicia. Esto es un sinsentido.
Ahora bien, si pasamos por alto esta metida de pata, tenemos ante nosotros la PRIMERA vez que nuestro autor de Facebook ¡”la pega”! … con algunas reservas.
La primera forma de Inquisición que hubo fue la episcopal, tribunales administrados por los obispos a nivel local. Se estableció por primera vez en 1184 en Languedoc, al sur de Francia y solo como una medida temporera. Esto fue posible gracias a una bula papal titulada Ad abolendam en donde se hizo un esfuerzo institucional por abolir lo que llamaba “herejías malignas” y ocurrió bajo el contexto de la disputa de poderes político religiosos entre el papado y el entonces Emperador Federico I, del Sacro Imperio Romano Germánico. La creación de la Inquisición tuvo que ver más directamente por la lucha que tenía el sector católico contra los albigenses en Francia. La creación de la Inquisición fue una de dos medidas contra ellos (la otra fue la Cruzada albigense). Otros grupos considerados heréticos fueron los humiliati, los valdenses, los arnaldistas y los josefinos.
Más adelante se establece la Inquisición Papal en 1230, además de varios tribunales inquisitoriales en varios lugares tales como Portugal, Castilla (después, Inquisición Española) e Inglaterra. Usualmente, estaban a cargo de clérigos o frailes de las órdenes dominica y la franciscana. De ahí, estos tribunales perpetraron crímenes morales a muchos inocentes por pensar de manera distinta, frecuentemente con fines políticos, hasta que finalmente se abolieron estos execrables tribunales en el siglo XIX. Algunos antiguos oficios de la Inquisición todavía persisten (sin la tortura física o poder de ejecución) en la actual Congregación para la Doctrina de la Fe, que oficialmente es la que vela por la corrección teológica de las exposiciones hechas por teólogos católicos en las instituciones reconocidas por la oficialidad católica. Todavía continúa siendo un dolor de cabeza para muchos teólogos y pensadores tales como lo fue para Iván Illich, Edward Schillebeeckx, Leonardo Boff, Hans Küng, Jon Sobrino, entre otros.
11. 1190 – Se venden las indulgencias / 1215 – “Imposición” de la confesión a los sacerdotes

El fenómeno de las indulgencias y del Sacramento de la Confesión (también conocido como el Sacramento de la Penitencia o de la Reconciliación) están fundamentalmente vinculados, además de estar enlazados ambos con la creencia en el purgatorio. Para entender por qué ambas aserciones de la postal de Facebook se equivocan, hay que hacer un poco de historia otra vez.
El fenómeno de la confesión (en general) no era único de la Iglesia Católica y fue algo que fue evolucionando a medida que pasó el tiempo desde los mismos comienzos del cristianismo. En el judaísmo hubo una confesión de pecados que se vinculaba a sacrificios llevados a cabo en el Templo, en una sinagoga o otros lugares (e.g. el recinto sagrado de Qumrán en el caso de los esenios) donde el creyente se purificaba del pecado cometido mediante derramamiento de sangre animal (en el caso de pecados inadvertidos), la expulsión de un chivo (en el caso de pecados graves) y su eventual satisfacción mediante alguna obra. El día de Yom Kippur (día de la expiación), un día de purificación colectiva, se admitían los pecados cometidos contra Dios. Pecados graves cometidos contra él debían hacerse en oración sin la presencia de otros. Pecados cometidos contra otros conllevaban confesar al ofendido. Además, para que fuera válida la confesión, debía arrepentirse del pecado, repararlo en la medida de lo posible (satisfacción) y hacer un compromiso de no volver a cometerlos. (Levítico 16; Números 5:5-10)
El cristianismo procede del judaísmo por vía de la predicación de Juan el Bautista. Jesús de Nazaret comenzó siendo un discípulo del Bautista. (Bermejo Rubio 44, 59, 112; Ehrman, Jesus 93, 137-139; Meier II/1 139-237) Muchos asocian a Juan precisamente con el bautismo, es decir, la inmersión en las aguas del Jordán. Sin embargo, lo que no todos saben es que en ese proceso, no solo se incluía la limpieza ritual del agua, sino una confesión de pecados, arrepentimiento y propósito de llevar una vida purificada. (Marcos 1:5) Este tipo de bautismo fue llevado a cabo por Jesús durante su predicación, cuyo comienzo se marca tras el arresto de su maestro. (Marcos 1:14-15; Juan 4:1) Sus seguidores continuaron la costumbre del bautismo, confesión de pecados y prácticas de satisfacción aun décadas después, como atestigua la Carta de Santiago (5:15-16) y la Epístola de Clemente a los Corintios (LVII). Asimismo, se testimonia que de alguna manera las congregaciones podían perdonar pecados, tal como afirma los evangelios de Mateo (18:15-18) y de Juan (20:22-23).
A medida que se fue centralizando el poder, la confesión y la penitencia pública (los actos de satisfacción por las faltas cometidas) recayó cada vez más en la comunidad y su epíscopo. Ya para el siglo II, los diversos escritos cristianos hablaban de confesión y perdón de pecados después del bautismo. Sin embargo, el proceso involucraba una confesión pública de los pecados graves, una exclusión de la comunión con los fieles (excomunión), una penitencia —proceso de reparación o sacrificio en aras de satisfacer por el pecado— y un ulterior perdón reconocido por el obispo, tras el cual podía reincorporarse a la congregación. Hay que tener claro que en este caso, este tipo de perdón se otorgaba una sola vez en la vida. Debido a este factor, el nivel altamente severo de la penitencia y a que el bautismo borraba todos los pecados y sus respectivas penas, muchos creyentes solían posponer su bautismo hasta casi la última etapa de la vida, cuando estaban moribundos. En cuanto a los “pecados ligeros” (hoy “pecados veniales”), algunos de los obispos le solicitaban a los creyentes recitar el Pater como manera de preparar el alma antes de la comunión. (Sánchez Herrero 64, 68)

Debido al declive de la confesión pública desde tiempos del Papa León I (siglo V), las prácticas penitenciales severas que se requerían y la bajísima popularidad del sacramento, empezó a adoptarse la postura de la confesión por más de una ocasión y en secreto a un obispo o sacerdote, aunque la penitencia continuó siendo pública. Mientras este proceso se llevaba a cabo, el cristianismo celta también había desarrollado una manera alterna de la práctica del sacramento: primero, se confesaban los pecados, seguido por el perdón correspondiente y después se llevaba a cabo la obra satisfacción. Este ejercicio se fue popularizando en la medida que se expandió la misión celta por el continente europeo. Eventualmente, bajo estas influencias de Irlanda se llegaron a crear unos textos conocidos como los penitenciales, unas normativas con las que los obispos y sacerdotes administraban el sacramento y asignaban penitencias a aquellos creyentes que cometieran pecados graves. Esta práctica de la confesión comenzó a llevarse a cabo en ciertos días del año afines a la Pasión de Jesús (en Oriente se daba en Viernes Santo, Sábado Santo y Domingo de Pascua; en Occidente, en el Jueves Santo). Aun manteniendo la penitencia pública, se comenzaron a incluir penitencias privadas, que continuaban siendo muy onerosas para los laicos. Todo este proceso —explicado aquí de manera sobresimplificada para beneficio de nuestros lectores— se dio entre los siglos IV al XI. (Franzen 131-132; Olmedo 198; Sánchez Herrero 72-73)
No es casualidad que fuera en esta época que se empezara a prestar especial atención al tema del purgatorio. ¿Qué sucedería si uno muere perdonado, pero sin haber cumplido por completo la satisfacción o penitencia? Sencillo, se paga en la próxima vida. Aquí es donde entramos de lleno en el tema de las indulgencias.
Desde el siglo VI tenemos indicios de que hubo esfuerzos por parte del clero de suavizar las penitencias que debían cumplir el laicado. Algunas tomaban la forma de oraciones, ayunos, actos de mortificación más leves, peregrinaciones, obras de caridad o paga monetaria como forma de reparación por la falta cometida. A estas se les conocerían con el término “redemptiones” (Olmedo 228) Sin embargo, las indulgencias comenzaron a surgir propiamente en el siglo XI y no se utilizaría el término “indulgencia” para designarlas hasta el siglo XIII. Con ellas, se conmutaban penitencias de siete años, un años, 40 días, a un día o una semana, por obras de caridad, limosna, inversión en un templo, peregrinaje e, incluso, participación en las batallas en calidad de guerras penitenciales (una innovación del Papa Urbano II cuando convocó a la Primera Cruzada). Desde el comienzo, las indulgencias estaban atadas al arrepentiemiento del pecado y el propósito de enmienda. Una vez comenzaron a elaborarse y administrarse de maneras noveles, extendiendo el periodo de indulgencias de días a años, administrándose a cambio de dinero y otros bienes. Esto llegó hasta el punto de que ya temprano en el siglo XII, algunos teólogos repudiaban el afán de lucro de algunos obispos. El asunto se agravó tanto que el Cuarto Concilio de Letrán denunció muchos de estos abusos (Boff 166-167)
Nótese que durante todo este tiempo, las indulgencias se aplicaban solo a los vivos. Las indulgencias aplicadas a los muertos datan del siglo XV, y el papa que inició esta costumbre fue Calixto II. Por el poder de “atar y desatar” pecados, el papa podía hacer posible que los “ahora vivos” pudieran pasar menos días o años de satisfacción de sus pecados en el purgatorio. Sin embargo, siempre se entendió que el poder papal era solo terrenal y no se extendía a la “otra vida”. Desde Calixto II en adelante se podían obtener indulgencias que no solo aliviaban las penas temporales de la tierra, sino que podía extenderse a la otra vida, al purgatorio. De hecho, se extendió la otorgación de las indulgencias para las almas del purgatorio. Este tipo de esquema era bien popular, cuando involucraba “donación” de dinero pon la obtención automática de indulgencias, por parte de gente cuya mente y espíritu estaban muy lejos de la disposición al arrepentimiento y la debida enmienda de vida. (Boff 168)

El colmo de todo esto fue la combinación de dos elementos: el primero, ciertos miembros de algunas órdenes religiosas comenzaron a otorgar indulgencias falsificadas, llevando al Papa Bonifacio IX a condenarlas enérgicamente en el siglo XIV; el segundo, en 1517, se otorgaban indulgencias a cambio de limosnas para un fin en particular: la reconstrucción de la Basílica de San Pedro en Roma. Estas y otras transacciones con el fin de otorgar indulgencias (con un documento debidamente certificado) se hacían mediante cuestores.
Los abusos llegaron hasta el punto de que varios teólogos comenzaron a referirse a las indulgencias como simonía. Este término, que hace referencia a Simón el Mago en Hechos de los Apóstoles (8:9-25), se refiere a la otorgación de dones o beneficios espirituales a cambio de dinero. Contrario a lo que muchos creen, la primera denuncia de las indulgencias no ocurrió en la Reforma Protestante, sino Pedro Abelardo en su Ética, prácticamente un siglo después de que aparecieran las indulgencias. (Boff 166). Antes de la Reforma Protestante, otra voz poderosa contra la venta de las indulgencias fue John Wycliffe, quien acusó al clero de incurrir en simonía y rechazó varias posturas teológicas adoptadas por la oficialidad católica. Sin embargo, la denuncia mejor conocida hasta hoy es la de Lutero con sus noventaicinco tesis, entre las que afirmaba que el Papa no tenía jurisdicción alguna en torno al purgatorio (aunque sí Lutero reconocía sus oraciones de intercesión por ellos), que nadie podía estar seguro de si la contricción de alguien era genuina, que todo cristiano merecía el perdón sin necesidad de confesarse o tener los papeles de las indulgencias y que las indulgencias no sustituían las buenas obras. La reacción generalizada de la oficialidad a las tesis de Lutero le llevaron a este a postular su visión teológica en que la genuina fe en Cristo era la clave primordial de la salvación porque con ella se recibía la remisión de los pecados por la muerte sacrificial de Cristo —sin intervención alguna del clero— y la gracia divina para llevar a cabo las buenas obras.
La reacción subsiguiente de los estados europeos que se desvincularon de dominio religioso de Roma llevaron a la Iglesia Católica a la Contrarreforma, especialmente tras el extenso periodo del Concilio de Trento (1545-1563), donde se reinteraron en los dogmas ya admitidos por la Iglesias y se subsanaron muchos de los abusos por las indulgencias, incluyendo la abolición del oficio de los cuestores. Varios papas posteriores cancelaron cualquier tipo de indulgencia que involucrara alguna transacción económica.
Actualmente, la mayoría de las indulgencias son mucho más restrictas y toman la forma de oraciones, jaculatorias, mortificaciones más leves (ayunos, varias formas de abstención de ciertos placeres), peregrinajes, obras de caridad, entre otros.
Resumamos:
- Las indulgencias habían comenzado a administrarse desde antes del año 1190, en el siglo XI. Como se desprende de lo expuesto, estas no comenzaron siendo “vendidas”, pero degeneraron en la práctica de la simonía.
- La confesión de pecados y todo el proceso penitencial no se inventó en 1215, sino que ya existía como una práctica generalizada en el catolicismo desde siglos antes. Lo que hizo el Cuarto Concilio de Letrán (1215) y el Concilio de Trento fue reiterar lo que ya existía.
12. 1216 – Se inventa el “terror de Pan” (la deidad grecorromana) que se convierte en carne humana

¿A qué se refiere el usualmente ignorante autor o autora de la postal de Facebook con “el cuento del terror del pan (un dios de la mitología griega), que se convierte en carne humana” como un invento de “Inocenzo III”? Obviamente, esto es un misterio, porque en 1216 la Iglesia nunca aprobó tal disparate. De hecho, a nivel histórico, la Eucaristía y el mito grecorromano del fauno o de Pan están disociados. Por tal razón, ni me molestaré en discutir ese lado del tema
Ahora bien, puede ser que se esté refiriendo al tema de la transustanciación en el caso de la Eucaristía. Una vez más el tema es bastante complejo y conlleva un poco de historia. Según el patrón de recurrencia establecido por los documentos cristianos del primer y segundo siglo (Pablo, Marcos, Lucas-Hechos, Juan, Didajé) la cena celebrada por los cristianos se remite a la llamada Última Cena, un compartir llevado a cabo por Jesús y sus discípulos en la noche que fue entregado. Muchos historiadores se inclinan a que la cena era originalmente un kiddush, tal como sugieren la versión lucana de este acontecimiento y en la Didajé. Doy los detalles de esta perspectiva en un artículo de este blog, por tanto, no voy a llover sobre lo mojado. Basta con indicar que coincido con la apreciación de Hyam Maccoby, reafirmada por Antonio Piñero, que en el afán de hacer el cristianismo atractivo para los gentiles, parece que Pablo el Apóstol alteró el relato de la Última Cena con unas fórmulas que hacían la cena comunal conmemorativa más parecida a una comida ritual mistérica (parte de lo que llama Piñero, la “misteriosofía paulina”). (Maccoby 90-128; Piñero, Guía 301-313) Con una noción estoicista de la congregación cristiana como cuerpo del Mesías, la cena unificaba al grupo y le hacía participar de la muerte vicaria de Jesús crucificado. (1 Corintios 12) Según Pablo, en una revelación de Jesús — una de muchas que solía tener—, supo de la información que pasó a las comunidades cristianas que el Apóstol fundó y que se destinaba solo a los gentiles:
Porque yo recibí del Señor lo que os transmití: que el Señor Jesús, la noche en que era entregado, tomó pan, dio gracias, lo partió y dijo: “Este es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía.” Asimismo, tomó el cáliz después de cenar y dijo: “Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre: Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en memoria mía.”
Pues cada vez que comáis este pan y bebáis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga.
1 Corintios 11:23-26
Este relato fue adoptado y modificado por el Evangelio de Marcos, que a su vez fue recogido y modificado por los Evangelios de Mateo y Lucas. En el caso específico de Lucas, tal vez movido por las prácticas de su congregación que retenían la tradición palestinense, cambió el orden y los dichos de Jesús para que se asemejara a un kiddush. (Lucas 22:17-19a) Hoy día, muchos estudiosos entienden que 22:19b-20 fueron versículos añadidos posteriormente por algún copista cristiano que seguía el patrón de los demás evangelios sinópticos. (Ehrman, The Orthodox 198-209)
Por tanto, ya desde el comienzo, se evidencia una tradición palestinense y otra paulina de la Última Cena. Como en el casos de las cristologías de la época, hubo varias vertientes de la concepción y práctica eucarística. Por ejemplo, aunque el Evangelio de Juan no tiene una Última Cena como en los sinópticos, sí tiene un muy fuerte contenido de la doctrina eucarística en el capítulo 6 (vv. 22-68), donde Jesús habla de su carne (sarx) como “pan bajado del cielo” y su sangre como “verdadera bebida”. El verdadero sentido de estos pasajes se debate entre los expertos. Sin embargo, en la discusión se suele destacar el término “sarx” (carne) como palabra seleccionada por un redactor de este evangelio, ya que sugiere poderosamente el cuerpo físico del Mesías.
A través de un proceso complejo de los primeros siglos, las vertientes paulinistas fueron ganando terreno hasta el punto en que dominaron la opinión de la Iglesia. Con la excepción de la Didajé, desde el siglo II en adelante fue ganando el favor a la asociación entre la Última Cena con el sacrificio vicario de Jesucristo crucificado. Asimismo, algunos tomaron una vertiente cada vez más literalista.
Ahora bien, la pregunta de los 64,000 chavitos es, ¿cómo ocurre que el pan y el vino se convertían en el cuerpo y la sangre de Cristo? La respuesta del catolicismo romano fue la doctrina de la transustanciación. La teología católica la define de la siguiente manera:
Transubstanciación significa la conversión de toda la sustancia del pan en la sustancia del Cuerpo de Cristo, y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su Sangre. Esta conversión se opera en la plegaria eucarística con la consagración, mediante la eficacia de la palabra de Cristo y de la acción del Espíritu Santo. Sin embargo, permanecen inalteradas las características sensibles del pan y del vino, esto es las “especies eucarísticas”.
Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, http://www.vatican.va/archive/compendium_ccc/documents/archive_2005_compendium-ccc_sp.html
Para entender esta noción, lo que esto significa es que cuando se consagran el pan y el vino en la misa, el Espíritu Santo transforma las especias en el cuerpo y la sangre de Cristo de la siguiente manera: el pan y el vino retienen todos y cada uno de sus atributos sustanciales, pero de alguna manera misteriosa son sustancias nuevas que constituyen el cuerpo, la sangre, al alma humana y la divinidad de Jesucristo. Desde mi perspectiva, la transustanciación es un sinsentido que se sostiene solamente con la vaga noción de que es “misterioso”, pero ese es un tema para otra ocasión.

El desinformador o desinformadorea de Facebook parece utilizar el año 1216 por referencia al Cuarto Concilio de Letrán como la que estableció la noción de transustanciación. Como sospecharán, esta doctrina no nació en el Concilio, sino mucho antes, esta vez en el siglo XI, el momento en que se acuñó el término por vez primera por Hildebert de Lavardin. Cuando los cristianos occidentales estaban preguntándose en cuanto a si las especias presentadas en la misa se convertían efectivamente en el cuerpo y sangre de Cristo (presente en el cielo), Berengar de Tours fue una notable voz en contra de esta posición, específicamente la manera que llegaría a llamarse “transustanciación”. Como respuesta a sus planteamientos, la transustanciación como explicación de dicha transformación se volvió popular en el siglo XII, hasta que en el siglo XIII, en el año 1215 (no 1216) fue adoptada como dogma de fe por el Cuarto Concilio de Letrán y continúa siendo doctrina oficial de la Iglesia Católica. Más adelante, en la Suma de teología, Tomás de Aquino proveería el andamiaje intelectual teológico para fundamentar esta creencia.
Ahora bien, aun afirmando el sinsentido de la transustanciación, sería otro disparate decir que la transustanciación tiene algo que ver con la deidad menor Pan. Este alegato es totalmente sacado de la manga. El concepto tiene mucho de absurdo, pero nada de “terrorífico”.
13. 1311 – La imposición del “batesimo”
Eeeeeeeeh …. ¡¡¡¿El quéeeeee?!!!
Si se refiere al ritual del bautismo, basta con abrir cualquier evangelio para darse cuenta de que este ritual comenzó con Juan el Bautista, fue continuado por Jesús y sus discípulos y se practicaba en las congregaciones primitivas (e.g. Marcos 1:1-8; Juan 4:1-2; Hechos 8:12, 35-38; 19:1-6; Romanos 6:3).
Procederé a la próxima, porque no tengo la menor idea a qué se refiere esto.
14. 1439 – Se dogmatiza el purgatorio
Véase arriba la sección, “594 e.c. – El invento del Purgatorio”, la doctrina del purgatorio se definió como dogma por primera vez en el Segundo Concilio de Lyons (1274). Lo que hizo el Concilio de Florencia de 1439 fue reafirmar la doctrina como dogma.
1854 – Se inventa “la Inmaculada Concepción”

Si el autor o autora de la postal de Facebook hubiera dicho que se definió como dogma la doctrina de la Inmaculada Concepción de María en 1854, hubiera estado de acuerdo con ella …. pero, alas, dijo que se “inventó” en 1854.
Primero definamos bien qué dice la doctrina de la inmaculada concepción de María porque muy frecuentemente en la prensa y en foros se confunde con la doctrina de la concepción virginal de Jesús. Esta última plantea que Jesús fue concebido en el vientre de María sin intervención de varón, por lo que María permaneció virgen antes, durante y después del parto. Sin embargo, la doctrina de la inmaculada concepción está ligada a la noción del pecado original, adoptada por el catolicismo romano en la forma planteada por Agustín de Hipona. Según este teólogo, debido al pecado cometido por nuestros primeros ancestros (Adán y Eva), todos heredamos la “mancha del pecado original”. Con ella, nuestro ser se afecta, estamos más propensos a caer en el pecado y nuestro cuerpo corruptible está sujeto a la muerte. Ahora bien, lo que llegó a afirmar el catolicismo romano, en particular el Papa Pío IX, como dogma en 1854 es que, en virtud de preparar a María como la futura paridora de la Segunda Persona de la Trinidad, la conservó limpia del pecado original desde el momento mismo de su concepción.
El problema es que no fue en 1854 que apareció esta doctrina por primera vez, sino, una vez más, en el siglo XII, esta vez como sugerencia del monje benedictino y teólogo Eadmer en Canterbury, quien fue sacerdote y obispo. En su tratado, De Conceptione sanctae Mariae argumentó por primera vez la doctrina de la inmaculada concepción. Esta postura no fue adoptada por los teólogos más eminentes de buenas a primeras. De hecho, le sorprendería a muchos católicos saber que alguien notablemente favorecedor de la devoción a la Virgen María como lo era Bernardo de Caraval se expresó en contra de esta perspectiva, al igual que Alberto Magno, Tomás de Aquino y el gran teólogo franciscano Buenaventura. Su razonamiento es que si María, como criatura, fue preservada de todo pecado, entonces el sacrificio y la salvación por parte de Su Hijo hubiera sido superflua en su caso.
Esto no significa que la doctrina de la inmaculada concepción no tuviera sus defensores. Duns Escoto se expresó a favor aseverando que la conservación de María de toda “mancha de pecado” era un acto de redención que radicaba en última instancia en Su Hijo. Además, fueron influyentes la defensa de Pedro Aurelio, Francisco de Mayronis, de místicas como Brígida de Suecia, entre otros. Los concilios de Florencia y de Trento consideraron la doctrina como “opinión piadosa”, pero en el siglo XVI, el papado comenzó a aprobar devocionarios que se referían a la inmaculada concepción de María.
A medida que fue avanzando el movimiento protestante en Europa y emergieron movimientos ilustrados, la devoción mariana en general fue objeto de críticas, incluyendo sus devociones. El refuerzo doctrinal al culto a la Virgen María reafirmaba la fe católica frente a estas adversidades. Esto culminó en el siglo XIX, por varios factores. En primer lugar, en 1830, una monja francesa llamada Catalina Labouré hizo público que había experimentado una aparición de la Virgen María, solicitándole que creara una medalla con la jaculatoria: “Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti” (mi énfasis). A esta aparición se le conoce como Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa (o comúnmente, Virgen de la Milagrosa). La rápida popularización de esta medalla movió a los devotos católicos y a miembros del clero a inclinarse más hacia la doctrina de la inmaculada concepción. (O’Malley, Vatican I cap. 3)

El otro factor tuvo que ver con la lucha desatada por el Vaticano contra la llamada “herejía del modernismo” y las denuncias al papado como una institución ilegítima. Ante esto, el Papa Pío IX, para afirmar su autoridad papal, hizo algo inaudito para mucha gente, incluyendo miembros del clero. Hasta ese momento, los dogmas de la Iglesia se proclamaban mediante concilios, pero, por primera vez en la historia, el papa se tomó la iniciativa de definir la doctrina de la inmaculada concepción como dogma de fe por sí solo en la encíclica Ineffabilis Deus (1854). La alegada aparición en Lourdes, Francia, cuatro años después afianzó la devoción a la Inmaculada Concepción nivel popular hasta el día de hoy.
Una vez más, el Papa Pío IX no inventó la doctrina de la inmaculada concepción de María, solo la definió como dogma de fe,
15. 1870 – Se impone la infalibilidad papal y el “concepto de Contratación”

Si lo hubiera dejado todo en lo de “infalibilidad papal”, esta parte del listado hubiera sido una de las muy pocas, poquísimas, ínfimas instancias en que el autor o autora de la postal de Facebook acertaba … pero, lo que se refiere al concepto de “Contratación” es un misterio, porque no tengo la más remota idea a lo que se refiere. Por esa razón, dejaré el tema de la “Contratación” a un lado.
Como dijimos en la sección anterior, declarar el dogma de la Inmaculada Concepción de María fue uno desafiante contra las fuerzas modernistas y antipapales de la época, pero nunca antes se había declarado dogma alguno solamente por el Papa. ¿Cómo se podría legítimar el establecimiento de tal precedente? De ahí la necesidad de convocar a un nuevo concilio, el Concilio Vaticano I (1869-1870). En dicho concilio, se definió como dogma de fe que el Papa podía declarar dogma cualquier doctrina pertinente a la fe cuando así lo hiciera ex cathedra sobre asuntos de fe y moral.
Esto no significa que todo lo que diga o haga el Papa sea considerado dogma de fe. Sin embargo, tal determinación por un concilio es indudablemente el colmo de la arrogancia humana. Lamentablemente, esa es una discusión para otro día.
Por ahora, vemos que la postal de Facebook solo ha acertado en dos de sus afirmaciones: 1190 como el establecimiento de la Inquisición y 1870 como el “invento” de la infalibilidad papal. Lástima que en el último caso mezcló esa verdad con un sinsentido. El resto de lo que dice es basura.
Moraleja

Ustedes podrán ver que en la parte de “Referencias” hay muchos trabajos profesionales y académicos, que usualmente no son objeto de lectura del público en general. Sin embargo, también se habrán fijado que muchos de los enlaces del portal tienen enlaces a páginas de Wikipedia u otras fuentes donde muy fácilmente se puede encontrar información mucho más fiable. A Wikipedia se le puede utilizar con muchísimo cuidado, pero si la usan como referencia, asegúrense que el artículo esté respaldado por múltiples fuentes de reputación.
En muchas ocasiones, los ateos, humanistas, librepensadores y escépticos caemos muy frecuentemente en nuestros prejuicios debido a nuestros sesgos cognitivos e inercia cultural. Ejemplos de estas falsas creencias basadas en falsa información o medias verdades son: que probablemente Jesús no existió, que la Iglesia escogió los libros del Nuevo Testamento en el Concilio de Nicea, que el cristianismo quemó la Biblioteca de Alejandría, que la Edad Media fue la “Edad Oscura”, que la Iglesia retrasó los adelantos de las ciencias, que la Iglesia sostenía que la tierra era plana, entre otras creencias infundadas.
El asunto se agrava cuando nos movemos en círculos sociales en los que afirmaciones como las que refutamos aquí se vuelven cuasi “dogmas de fe” en los que caemos por defecto, aun cuando no haya la menor evidencia de ellas. El problema más grave es que usualmente todos son grandes defensores de las ciencias en general, pero cuando se trata de erudición bíblica o historia de cristianismo, caen demasiado fácil en la pseudohistoria.
Cuando vean una entrada o postal en una red social como Facebook, ¿cómo distinguimos lo real de lo ficticio? He aquí algunos consejos:
- Solo porque algo aparezca en nuestra red social y resuene con nuestro sentir no significa que eso sea correcto.
- Pregúntense, ¿de dónde procede la información? En la postal que criticamos aquí, nunca supimos quién escribió tantas sandeces juntas. ¿Procede de alguna fuente de reputación? Si la respuesta es “no” o “no se sabe”, no hay razón alguna para confiar en esa información.
- Pregúntense, aun si sabemos quién dice tales alegaciones, ¿es una autoridad en ese campo del que habla? ¿Ha hecho alguna investigación en torno al tema? ¿Utiliza como fuentes autoridades reconocidas en el área? Si la respuesta es “no” a todas estas preguntas, no hay razón alguna para hacerle caso.
- Pregúntense, ¿la comunidad académica y los especialistas de la historia respaldan esa posición? Si la propuesta es extremadamente marginal o no tiene el respaldo de nadie, muy probablemente la posición es equivocada.
- Si ven alegatos en línea que parecen demasiado fantásticos o suenan conspiranoicos, no significa que automáticamente sean falsos. Sin embargo, se debe hacer un mínimo de búsqueda de información en fuentes fiables y que no respondan necesariamente a nuestro círculo social.
- Tengo una regla en casos como este: si ustedes encuentran que al menos tres de las alegaciones son falsas (y no meras erratas, sino falsedades notables o grandes), no debe haber razón alguna de creer en todo lo demás si procede de la misma fuente de información.
Lo más importante es empezar a indagar información sobre asuntos que son fáciles de constatar. Ejemplos de ello son que Constantino le ordenó a Jerónimo la creación de la Vulgata, que la Iglesia impuso deidades paganas en el siglo VIII y que impuso el rosario en una época en que no existía. Un mínimo de investigación por Google y un poco de sentido común hubieran bastado para desmentir casi automáticamente esas ridiculeces.
Hay otra información que es mucho más difícil de digerir y que requiere lectura y tiempo. Como regla general, si una postal está equivocada con los alegatos más fáciles de corroborar, usualmente estará errada también en el resto y no merece nuestra confianza.
Este artículo quiere ser una fuente educativa, no solo para refutar información, sino para invitar a pensar. Espero que haya cumplido esas expectativas.
Seamos verdaderos escépticos y evitemos diseminar pseudociencias y pseudohistoria.
Nota: Le agradezco a Gabriel Andrade sus comentarios y su corrección de una información en torno al Concilio de Calcedonia.
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Muchas gracias.
Referencias
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Agnati, Ulrico. “Petri Forma Proponitur: La afirmación de la primacía del papado en León Magno entre la Biblia y el derecho romano”. En Acerbi y Teja, cap. 5.
Agustín, La ciudad de Dios. Edición de Google Books, Gredos, 2007, 3 vols.
Bek de Goede, Juan. “Pablo y el modelo carismático de la iglesia en Corinto. ¿Éxito o fracaso?” Revista Bíblica, año 59, 1997, pp. 193-222.
Bermejo Rubio, Fernando. La invención de Jesús de Nazaret. Historia, ficción, historiografía. Edición de Google Books, Siglo XXI, 2019.
Biblia de Jerusalén. Nueva edición. Totalmente revisada. 5ta. ed., Desclée de Brower, 2019.
Boff, Leonardo. Hablemos de la otra vida. Sígueme, 1994.
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