Un día como hoy, me sentí movido a escribir un poco en torno al tema de los valores cristianos y su relación con la aspiración al conocimiento científico y los valores ilustrados. Esta es una reseña al vídeo más reciente de uno de los periodistas divulgadores de la ciencia más importantes que tiene el mundo hispanoablante. A él le tengo una muy profunda admiración y parte de la razón por la que patrocino su obra en Patreon es por la alta calidad de su contenido y publicaciones.
Ahora bien, quiero decir que, en esencia, estoy muy de acuerdo con prácticamente el 99.99% de lo que dice Schwarz en su canal. Solo en unos cuantos temas divergimos muy marcadamente, especialmente en relación con el rol de la filosofía en la sociedad. Ese es tema para otro día. No obstante eso, por razones filosóficas, suscribo totalmente (con las debidas matizaciones) la visión ilustrada y científica del mundo, aun desde mi postura religiosa.
La otra diferencia que tengo tiene que ver con su comprensible desprecio a las religiones en general, factor que le lleva a decir lo que a mi juicio son errores, algunos que se pueden entender por su alto nivel de popularidad y otros sencillamente falsos. Debido a que “el conocimiento es asunto de todos” (citado de Schwarz), me parece oportuno aclarar algunas de sus equivocaciones.
Durante el análisis me referiré en la mayor parte de los casos a la Iglesia Católica. Hay dos razones para ello. En primer lugar, Schwarz parece referirse a acontecimientos que tuvieron que ver con el catolicismo. En segundo lugar, esta es la religión en la que crecí y cuya doctrina conozco mejor que cualquier otra denominación cristiana. No quiero que la selección de estos ejemplos quiera implicar que identifico al catolicismo con el cristianismo. El catolicismo es una de muchas religiones cristianas, y ese factor va a ser un elemento de una de mis objeciones a Schwarz.
Problema 1: Los valores del cristianismo no son los de la sociedad actual en un estado de derechos
Sí y no. La confusión se debe a que aquí se trata en general al “cristianismo” como un movimiento monolítico, algo que, como veremos, incidirá en otros asuntos que discute Schwarz. Diversas denominaciones cristianas han evolucionado en la medida que se han adaptado a nuevas realidades internas y circundantes a lo largo de veinte siglos. El fenómeno del fundamentalismo, que no siempre fue parte del cristianismo, también es resultado de este proceso de adaptación. Además, en ocasiones, cuando Schwarz habla de “el cristianismo”, a veces parece referirse a la Iglesia Católica Romana, en otras ocasiones no está claro si incluye a las protestantes, ortodoxas, u otros grupos.
Por ende, cuando habla de que los valores sociales actuales no son los de “el cristianismo”, la pregunta es: ¿de cuál denominación y época? Muchos de los valores seculares actuales son muy consecuentes con los de unas denominaciones, pero son contrarios a otras, haciendo la salvedad de la época en que se sostienen. Para dar un ejemplo, utilizando el caso de la Iglesia Católica, si hablamos del catolicismo en los albores del Medioevo, este no era muy amigo de libros que contradijeran su fe. Sin embargo, durante el Medioevo tardío, la Iglesia promovía activamente los estudios de muchos de estos libros que antes condenaban y fomentaron la investigación racional y científica en las universidades. Durante el Renacimiento, la Iglesia cayó en una época oscura debido a la paranoia popular y del clero en torno a la peste bubónica y las Reformas Protestantes. A muchos se les olvida que el Malleus Maleficarum, producto de estas tensiones sociales, es un documento renacentista (1487) y el juicio a Galileo Galilei tuvo bastante que ver con un ambiente en el que la Iglesia Católica estaba perdiendo el favor político y económico de muchos países de Europa.
Muchos de los más importantes avances que asentaron la explosión científica en la modernidad ocurrieron bajo el dominio de la misma Iglesia Católica. En las universidades se hacía teología, eso es cierto, pero gracias a Tomás de Aquino, se empezó a hacer una elaboración filosófica —concebida con autonomía, aunque no independencia de la teología— llevando a todas unas interrogantes en cuanto a conocimiento del mundo, las matemáticas y el derecho. La Navaja de Ockam se formuló precisamente en esta época. ¿Por qué? Por inspiración aristotélica. Este recurso, que hoy es imprescindible en las ciencias, tuvo su origen en unas críticas de Aristóteles, particularmente a su maestro Platón. Para él, las ideas platónicas multiplicaban innecesariamente el número de entidades en el universo. (Aristóteles, Metafísica 990b; véase también Aristóteles, Organon, Analítica Segunda 86a-b) Guillermo de Ockam recogió esta crítica para plantear que, aun cuando Dios podía crear el mundo tan complejo como quisiera, a la hora de conocer el mundo, los seres humanos debíamos preferir aquellas hipótesis que sean las más sencillas para dar cuenta de los fenómenos.
Otro avance fue el de la óptica, que fue la base para discusión en torno a la naturaleza corpuscular de la luz, además de toda una discusión interesante en torno a los colores, la perspectiva, etc. (e.g. véase la obra del investigador franciscano Roger Bacon; Losee 39, 45-46) Fue en la Edad Media que se inventaron los espejuelos (1268-1300). La base de las investigaciones en torno a los lentes llevó al eventual invento renacentista del telescopio como un instrumento de espionaje y (gracias a Galileo) también un recurso para escudriñar los cielos. Además, toda esta teoría óptica medieval fue importante para los avances en el arte renacentista, y de la investigación de Newton en torno al espectro de la luz.
Esto nos lleva al segundo problema.
Problema 2: El cristianismo siempre se opuso al conocimiento
Si estamos hablando de los valores cristianos, esto es falso. No solo lo anterior sirve para refutar este alegato, especialmente tras el establecimiento de las universidades en el Medioevo tardío, sino que apenas tenemos un solo testimonio de esa época en el que la Iglesia Católica institucionalmente se oponía al conocimiento.
Para mirar este asunto con justicia, debemos verlo desde dos perspectivas: la primera, en cuanto a su acercamiento teorético al conocimiento; la segunda, en cuanto a los principios prácticos utilizados para la adquisición de ese conocimiento. En ambos casos, el problema es complejo, aun si hablamos de denominaciones cristianas externas al catolicismo.
1. La parte práctica
Contrario a lo que se ha dicho, el cristianismo, en particular la Iglesia Católica, no estuvo en un oscuro complot de mantener a la población ignorante porque así la dominaba bien. Tras la caída del Imperio Romano Occidental, Europa estaba en continuos conflictos, en gran parte por la invasión de varios pueblos que se asentaron en distintas partes del continente, estableciendo caudillos, mayordomías y caballerías que eran todo menos guardianes de la paz. En una época en la que prevalecía la pobreza y miseria, donde el motor económico se encontraba en la ruralía con todo lo que eso implicaba de precariedad económica y de salud, a mucha gente no le interesaba enviar “sus hijos a la escuela”, por decirlo así, ni había recursos para que los distintos regímenes proveyeran el derecho a la educación de las masas. A los reyes y los nobles tampoco les importaba nada semejante a aprender a leer y a escribir. Por ende, eran los monasterios los centros de cuido del conocimiento, la lectura y la escritura. Debemos mencionar también aquí que esto incluía algunos conventos de mujeres. Tómese el caso de la benedictina Hildegarda de Bingen, quien fundó monasterios en Rupertsberg y Eibingen, y que, durante el siglo XII, fue botanista, compositora, mística, poeta, filósofa natural (i.e. científica), teóloga y médica. No olvidemos tampoco de Catalina de Siena, quien alegaba haber aprendido a leer por enseñanza de Jesucristo mismo (¡¿?!) y que había aprendido teología por su cuenta, como una manera para el “Señor enaltecer a las mujeres frente a los hombres”. Hoy sabemos todos su importancia para la resolución religiosa y política del Cisma de Occidente.
Nada de esto quiere decir que los miembros del clero y los monjes no se sintieran, en cierto sentido, superior a la población. De hecho, esa posición única del catolicismo, sin duda, debió haber llevado a sus dirigentes a una mentalidad exclusivista y elitista en torno a la transmisión y guardia de conocimiento, poniéndole en control de lo que se decía o no en torno a la Biblia y otros temas.

A todo esto, hay que tener en cuenta de que, la reproducción de los libros en los monasterios era tecnológicamente ineficiente, ya que el material se copiaba manualmente, palabra por palabra, letra por letra. Eso significa que el proceso de producir un libro era sumamente costoso y no estaba accesible sino a los pudientes. Las Biblias no solo se protegían en las iglesias y monasterios porque el clero se sentía que debía tener mayor acceso a ella, sino que, si alguien la robaba o se perdía, reemplazarla podía ser oneroso, especialmente en capillas e iglesias pequeñas en las áreas rurales. Por supuesto, todo esto cambiaría cuando Guttenberg inventara los tipos móviles.
La primera parte del Medioevo fue bien convulsa en ese aspecto, lo que hacía difícil un desarrollo de un ambiente en el que florecieran las artes y las ciencias … excepto en dos oasis de relativa paz: el Imperio Romano Occidental bajo Carlomagno y el Sacro Imperio Romano Germánico regido por Otón I el Grande. El dominio respectivo de cada una de estas figuras políticas propició un ambiente para el desarrollo cultural y mayor conocimiento. En una época en la que los reyes no sabían leer ni escribir, Carlomagno insistía en aprender a hacerlo. ¿Se opuso la Iglesia a ello en estos casos? No. Podría argumentarse que el Vaticano nunca se opuso porque estaban política y económicamente vinculados a los emperadores occidentales y se sometía a ello. Aun así, eso no quita que la Iglesia no aprovechara esa coyuntura histórica para promover las artes y las ciencias.
Quisiera añadir que, aun en el caso de la falta de educación a la población, la situación no fue uniforme en toda Europa Occidental, razón por la que necesitamos mayor matización. Por ejemplo, en varios lugares de Inglaterra, la Iglesia sí llevó a cabo una labor educativa del laicado. Por ejemplo, tomen el caso de Guillermo de Wikeham, el Obispo de Winchester, quien utilizó su fortuna para fundar la Escuela New College y el New College de Oxford en 1375, además de fundar el New College de Winchester en 1382, hoy una de las escuelas públicas más antiguas de Gran Bretaña. La enseñanza de los paisanos les permitió aprender suficiente latín como para tener conocimiento legal en torno al derecho y manejo de tierras. (Jones y Ereira, cap. 1) ¿Se opuso el cristianismo a estas medidas? No. ¿Hubo alguna expresión de parte del Papa al respecto en su contra? Tampoco.
Quisiera decir que la Iglesia sí quemó y destruyó libros. Lo que no suele decirse es que no fue la única en hacerlo y que había sido una medida histórica de todas las épocas y todos los lugares (Occidente y Oriente). Véase esta lista en Wikipedia.org al respecto. Los romanos quemaron libros (accidental o a propósito). Uno de los grandes desastres históricos fue la quema de la Biblioteca de Alejandría por Julio César (48 a.e.c.), este fue un accidente producto de su guerra civil, pero fue un acontecimiento penoso. Durante el régimen del Emperador Diocleciano, se quemaron una veriedad de escrituras cristianas, razón por la que muy pocas previas al siglo IV e.c. sobreviven. La quema de libros por parte del cristianismo no se dio porque la Iglesia quería perpetuar la ignorancia. Al revés, la Iglesia pensaba que los libros condenados fomentaban la ignorancia, poniendo en peligro el “verdadero conocimiento” promovido por su fe. Lo mismo puede argumentarse de muchos regímenes no católicos a través de la historia que tomaron tales medidas por razones religiosas.
Las iglesias orientales también hicieron sus respectivas contribuciones al desarrollo cultural. Tómese el alfabeto cirílico hoy utilizado por Rusia, desarrollado por Clemente de Ocrida (s. IX), primer arzobispo de Bulgaria, quien también era hagiógrafo, compositor musical y literato. No tengo que hablar de la valiosa contribución cultural del calvinismo en torno a la mayor producción de la riqueza, asunto investigado por Max Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo. En Puerto Rico, tras la invasión de Estados Unidos, muchos misioneros protestantes fueron los que le enseñaron a los puertorriqueños a leer. Podríamos hacer una lista larga de cómo muchas denominaciones cristianas aportaron muchos de sus valores a la hora de forjar una coyuntura que posibilitaba lo que hoy llamamos “sociedad laica”.
Por estos casos y otros muchos que no mencionaremos, la visión de que la Iglesia Católica fomentaba la ignorancia ha sido abandonada por la mayoría de los historiadores del Medioevo y del Renacimiento. Aun algunos historiadores que no son exactamente apologistas del Vaticano, tales como John Heilbron, admiten, sin reparo alguno: “La Iglesia Católica Romana proveyó más soporte financiero y social al estudio de la astronomía por más de seis siglos, desde la recuperación del aprendizaje antiguo durante la Edad Media tardía hasta el Renacimiento, que cualquier otra, y probablemente todas las instituciones [de la época].” Michael Shank añade que lo mismo puede decirse en cuanto a las ciencias, las matemáticas, la medicina y el derecho. (Shank; véase también Arsdall; Dendle; Jones y Ereira, cap. 5; Lindberg; Raiswell)
2. La parte teorética
No hubo una sola versión sofisticada del cristianismo en torno al tema del conocimiento. Durante la primera parte del Medioevo, el cristianismo estaba fuertemente influenciado por el neoplatonismo, mientras que en el Medioevo tardío, se encontraba más afín al aristotelismo debido a la Escolástica. Sin embargo, hace falta resaltar que en la mayoría de los casos, las autoridades eclesiásticas le daban importancia a los descubrimientos experimentales.
Tomemos el caso del gran teólogo neoplatónico, Agustín de Hipona. De acuerdo con él, un cristiano debía tener conocimiento certero y verdadero del mundo para hacer una interpretación adecuada de las Sagradas Escrituras. Según él, había lenguaje figurativo bíblico (e.g. el Génesis), donde parecía contradecir al conocimiento científico certero. Como muchas veces ocurría entonces (al igual que ahora), algunos cristianos opinaban sobre las Escrituras sin el conocimiento científico adecuado, lo que llevaba a no pocas burlas de parte del público.
Siglos después, Tomás de Aquino afirmaba categóricamente que la verdad es una y que había dos vías para conocerla: la de la razón (filosofía … esto incluye la filosofía natural) y la fe (la teología). Aquí probablemente es donde coincida con Schwarz. De acuerdo con el eminente teólogo, la filosofía debía ser sirvienta de la fe. La última está en una posición superior a la razón, así que cuando la razón (imperfecta) y la fe (perfecta) conflijen irremediablemente, se debían afirmar las verdades de la fe. Esta posición todavía continúa vigente en la doctrina católica.
Por supuesto, desde el punto de vista epistemológico, esta perspectiva no es válida ni puede sostenerse. La fe ciega no es ni puede ser fuente de conocimiento del mundo. Eso no significa que no hayan planteamientos teológicos que puedan conducir a conclusiones correctas de la realidad (algo que veremos un poco más tarde). Sin embargo, todo conocimiento del mundo externo solo se conduce por vía de la experimentación y los diversos métodos desarrollados por las ciencias naturales y sociales.
Una de las grandes contribuciones de la Iglesia Católica a Occidente fue la de fomentar en los monasterios y las universidades la “filosofía experimental” que sembró la semilla de la evolución metodológica de lo que hoy son las ciencias naturales. Una vez más, tales experimentos en la óptica, la medicina, la arquitectura y la alquimia (que estableció los fundamentos de la de la química experimental), sentaron las bases de las ciencias modernas. Hoy día, bastante de las aproximaciones a la interpretación de los experimentos tienen sus raíces en la crítica a la metodología experimental hecha en la Edad Media.
Por otro lado, debido a su compromiso con la fe por encima de consideraciones racionales, esto le ha llevado en no pocas ocasiones a confundir al público creyente y a rechazar ciertos aspectos de la investigación científica e histórica. Para mí, este es el antivalor que conflije con los valores progresistas ilustrados. De hecho, coincido con Schwarz en que la versión más extrema de la perspectiva de la fe como suprema a la razón, no solo conduce a un desprecio del discurso racional filosófico y el quehacer científico, sino que a veces desemboca en el mismo terrorismo cristiano.
Problema 3: El ideal de igualdad entre todos los seres humanos es contrario a los valores cristianos

Para Schwarz, la igualdad fundamental de todos los seres humanos no puede ser contada como un “valor cristiano”. Sin embargo, esto no es enteramente correcto. Puedo admitir que la desigualdad social, aunque racionalmente desacreditada, era (y continúa siendo) un valor de distintas religiones, movimientos políticos y sociales de diversos pueblos y naciones. Esto no es exclusivo del cristianismo. De hecho, sí coincido con Schwarz de que la noción de desigualdad social por naturaleza o por voluntad divina fue y, en algunos casos, sigue siendo un valor cristiano. En una encíclica tan progresista del Papa Leon XIII, la Rerum Novarum, realzaba la importancia de las desigualdades sociales como unas estructuras queridas por Dios. El calvinismo señalaba que tu estatus económico era señal de que uno era escogido por Dios para la salvación en relación con otros no tan afortunados.
De hecho, si vamos al Jesús histórico, según ha sido reconstruido por historiadores de la Antigüedad y ciertos expertos, nos daremos cuenta de que originalmente Jesús también abogaba por cierta desigualdad social, entre regentes y súbditos, y entre los judíos y los gentiles. Su Reino de Dios era restauracionista: Yahveh restauraría a Israel con sus doce tribus, cada una regida por uno de sus doce discípulos y con él como “Rey de los judíos”; los pueblos gentiles estarían subordinados a ese nuevo Reino. Jesús y sus discípulos eran excluyentes en relación con los gentiles, aun con aquellos que se convertían al cristianismo. (Marcos 7:25-30; Hechos 6:1-6; Gálatas 2:11-14)
Por otro lado, la igualdad aparece también como un valor cristiano, especialmente en el caso —of all people— de Pablo de Tarso. Schwarz cita a “Pablo” en las cartas a Timoteo y a Efesios. Solo que hay un problema, la inmensa mayoría de los expertos coincide de que esas epístolas son seudoepigráficas y, según algunos expertos, deberían considerarse falsificaciones: falsamente dicen haber sido escritas por Pablo. (Ehrman 182-190, 192-218; Piñero 16-18; Vidal 24-27) Teniendo en cuenta esto y lo que los eruditos han identificado como añadiduras posteriores a las cartas auténticas paulinas, se puede ver que Pablo era plenamente igualitario. Al menos dentro de las congregaciones cristianas: judíos y gentiles, mujeres y hombres, amos y esclavos eran todos iguales. Es más, la vida congregacional era la primicia para la “pronta” llegada del Mesías y la futura vida del Reino de Dios en el cielo como iguales. (Gálatas 3:23-28; 1 Corintios 7:3-5; 12:12; Filemón) También recalco que para Pablo, hay una diferencia social entre los judíos y gentiles creyentes por un lado y, por el otro, no creyentes gentiles. A estos últimos claramente mostraba su desprecio (e.g. Romanos 1). Sin embargo, Pablo parece haber sido más igualitario dentro de las congregaciones que Jesús y sus discípulos.
A pesar de esta salvedad, es muy correcto que se utilizaron las epístolas y pasajes interpolados seudopaulinos para justificar la esclavitud, la injusticia, y la desigualdad entre hombres y mujeres, con todas las consecuencias terribles que hubo a nivel histórico. Sin embargo, sería un sinsentido histórico y social decir que la igualdad nunca fue un valor cristiano. Al contrario, me parece a estas alturas que la legitimidad de la esclavitud no representa actualmente un valor católico hoy día ni en el caso de las denominaciones cristianas en general. Como señalamos al principio, los movimientos religiosos cambian a través de la historia. Es más, podemos preguntarnos si se es injusto el robarle el crédito por ciertas luchas a grupos cristianos. Por ejemplo, los cuáqueros eran muy activos promotores de la abolición a la esclavitud. Ellos fueron responsables de gran parte del movimiento de la Pennsylvania Abolition Society y de la Society for Effecting the Abolition of the Slave Trade. En el unitarismo y en el universalismo, la esclavitud se debatía bien acaloradamente. Tal debate no hubiera sido posible si todos compartían el mismo valor a favor de la esclavitud. Sin dudas, no solamente cuestionaron esa institución puramente a partir de valores ilustrados, sino que, desde su experiencia y su entendimiento de sus Escrituras sagradas, vieron la esclavitud como ilegítima.
Una vez más, cada denominación cristiana y dentro de ellas, siempre hubo un espectro de opiniones a favor, en contra o un intermedio en torno a la esclavitud, el rol de las mujeres a nivel social, etc.
Problema 4: El catolicismo prohíbe hasta hoy leer la Biblia

Aquí es donde digo categóricamente que esto es totalmente falso. Por razones que hemos explicado, en la Edad Media, la Biblia no estaba al alcance del público. Sin embargo, el público en general no sabía leer ni tenía los recursos económicos para conseguirla.
Ahora bien, hubo ciertas reservas por parte de la Iglesia Católica a que los feligreses conocieran ciertas partes de la Biblia por endender que no iban a comprender su contenido. Este fue el caso, por ejemplo, del Cantar de los Cantares. Debido a su contenido fuertemente erótico, las autoridades eclesiásticas pensaban que sus pasajes le podían dar ideas erradas a la población. Además, en el Concilio de Trento, la Iglesia solo autorizaba la discusión de la Vulgata latina. Es por ello que Fray Luis de León tuvo que sufrir un juicio en su contra y un tiempo encarcelado debido a que había traducido al castellano El Cantar de los Cantares a partir del hebreo para explicar su texto a una monja prima suya, curiosa por conocer su contenido. Aun con todo, la Inquisición le exoneró de los cargos. La preocupación de las autoridades no era tanto hacer el texto disponible a una persona, sino más bien el potencial herético de su interpretación de los pasajes. Afortunadamente, para él, la Inquisición solo le requirió tener un poco más de cuidado con respecto a quién le hacía disponible el material didáctico. Varias personas más fueron encarceladas, en muchos casos por violar la normativa católica, en otras, por rencillas dentro del mundo académico, el clero, los monasterios y los conventos.
Sin embargo, lo que es más chocante de lo que dice Schwarz es que es evidente hoy día de que ya ese no es el estatu quo del catolicismo en relación con la Biblia. Usted puede ir a cualquier librería católica y escoger múltiples traducciones de la Biblia al español (e.g. la Biblia de Latinoamérica, la Biblia del Pueblo, la Biblia de Jerusalén, etc.), comprarlas y llevárselas para su casa a leerla. Actualmente, el católico no necesita ningún permiso del clero para comprar la Biblia que desee. Lo que sí tiene alguna restricción es en cuanto a la interpretación de los textos bíblicos. Por eso, cuando uno compra una Biblia católica, usualmente estará acompañada de introducciones a los textos y notas al calce. Reitero, no hay prohibición alguna de parte de la Iglesia Católica para que un feligrés lea la Biblia.
Problema 5: El conocimiento fue rechazado al quemar a Giordano Bruno

Si por “conocimiento” Schwarz quiere decir “conocimiento científico”, la respuesta es negativa. Contrario a lo que se ha repetido en muchas ocasiones, Giordano Bruno no fue científico en ningún sentido. Sí admitió el copernicanismo y llegó a ciertas conclusiones correctas: que las estrellas eran otros soles, que alrededor de esos soles podrían girar otros planetas, que podía existir vida en ellos, etc. Sin embargo, cuando uno investiga cómo llegó a esos resultados, uno descubre que sus argumentos no tenían soporte científico alguno. Toda su visión era teológica y altamente especulativa, a saber, un Dios perfectamente infinito y omnipotente continuaría creando infinitamente; por ende, continuaría creando otras estrellas con planetas con vida por toda la eternidad. (Koyré, Del mundo cerrado 40-59)
Eso no quita la horrible y espantosa decisión por parte de la Inquisición de quemarle en la hoguera. Esa ha sido y seguirá siendo una mancha tenebrosa en la historia del catolicismo. Como unitario universalista y religioso naturalista, la visión de Bruno resuena mucho en mi vida espiritual. Aun así, eso no le hace un proveedor de conocimiento científico. (Shackefold)
Problema 6: El conocimiento fue rechazado por la condena a Galileo

Tal vez no hay incidente que haya sido más malentendido en la historia que el llamado “Caso de Galileo” (en inglés, The Galileo Affair). Esto se debe a que bastante del asunto se ha comprendido desde la óptica anticristiana moderna que ha florecido primero en la historiografía del Renacimiento y después a nivel popular. Tal vez la autoridad más importante a nivel filosófico que intentó reevaluar el tema sea el fallecido sacerdote Ernan McMullin (con su obra Church and Galileo) y, desde la historiografía renacentista, Maurice A. Finocchiaro. En cuanto a este último, sus tres obras más importantes son su famosa edición de todos los documentos pertinentes para comprender el caso —que incluye la documentación de Galileo, los de la Inquisición y otros— llamada The Galileo Affair (1989), Retrying Galileo, 1633-1992 y la publicación de este año de On Trial for Reason, donde resume los resultados de todas sus investigaciones al respecto. Aunque, sin duda, hay mucho más material de otros autores, me parece que, en cuanto al estudio de este incidente, Finocchiaro se ha establecido en una gran autoridad actualmente.
Lo menciono porque tanto en el prefacio a su antología documental y su más reciente obra, él ha subrayado el hecho de que este no es un caso del conflicto estereotipado entre “religión vs. ciencias” o “conocimiento vs. ignorancia”. Al contrario, es un incidente altamente complejo por razones doctrinales (sí, sin duda está ese elemento), políticas —tanto del Vaticano como de la convulsa Europa del momento—, personales y científicas. Sí … parte de la razón por el rechazo de la Iglesia al copernicalismo de Galileo fueron por razones científicas.
Antes de comenzar, quisiera reafirmarme en lo que hemos señalado en el caso de Giordano Bruno. Ciertamente, la condena a Galileo, aunque no desembocó en tortura o cárcel, sí representó una falta muy tenebrosa de parte de la Inquisición y de la Iglesia Católica, hasta el punto de que el Papa Juan Pablo II pidió perdón por el incidente. Si hay algo que sí deja claro el Caso de Galileo a nivel histórico, es que las ciencias solo pueden prosperar en un ambiente de libre investigación y divulgación, no reprimiendo ideas inconvenientes, sea para los políticos, las religiones, o los diversos sectores sociales.
Dicho lo anterior, veamos los hechos principales. No hay duda de que el copernicalismo representaba, hasta cierto punto, un reto para la Iglesia desde antes de Galileo. La obra de Nicolás Copérnico, Las revoluciones de las esferas celestes, no era cónsona con la cosmología ptolemaica, asumida por los filósofos naturales de la época como correcta. Copérnico comprendió la tensión que su obra generaría por lo que la publicó al final de su vida. El Cardenal Roberto Belarmino, y posteriormente, el teólogo luterano, Andreas Osiander, defendieron la publicación de la obra bajo el argumento que la propuesta copernicana debía verse más bien como un modelo matemático “que salvaba las apariencias” de lo que vemos de los cielos, pero que no necesariamente correspondía al movimiento real de los entes celestes. (Losee 54-55)
Más adelante, cuando Galileo utilizó el telescopio para penetrar los cielos y ver los planetas, el universo le pareció cada vez más al modelo copernicano, y lo consideraba mucho más que un mero modelo matemático. Este no es el único aspecto que Galileo hizo para retar la comprensión de la física del momento. Como es sabido, también fue proponente de una cinemática completamente distinta a la de Aristóteles, hasta el punto en que afirmaba categóricamente de que el antiguo filósofo, tomado como suma autoridad por la Escolástica, no comprendía nada de física. (Koyré, Estudios galileanos 53) Esto, de por sí, no le creó demasiados problemas, ya que muchos “filósofos experimentales” habían cuestionado a Aristóteles por siglos. La cosa solo se complicó cuando publicó su obra Diálogos sobre los dos máximos sistemas del mundo, publicado en 1632, cuando todavía la paranóica Iglesia estaba lidiando con una nueva Europa, la presencia de naciones protestantes y los conflictos que surgieron por estas ramificaciones de la fe cristiana. Añádese a eso que hubo una pequeña imprudencia del mismo Galileo, cuando citó las palabras del Papa Urbano VIII, amigo de él, colocándolas en la boca del personaje más ignorante del diálogo. El Cardenal Belarmino amonestó a Galileo y, posteriormente, el Índice de Libros Prohibidos decretó que el universo era geocéntrico y que el heliocentrismo no era consecuente con las Sagradas Escrituras. Después de un largo arresto domiciliario e interrogación con amenaza de tortura —pero no tortura—, la Inquisición condenó a Galileo bajo “vehemente sospecha de herejía” y fue obligado a retractarse de su actitud a favor del copernicanismo.
Hasta ahí un resumen photofinish de los acontecimientos. Ahora, ¿las determinaciones de la Iglesia se hicieron porque ella “sabía” que Galileo conocía la verdad, algo que contravenía a su “intención malvada” de perpetuar la ignorancia? Definitivamente no. Sí, estamos de acuerdo que utilizar “las Sagradas Escrituras” como fundamento científico es errado, especialmente el relato en el que Josué le ordenaba el sol a detenerse.
¿Qué hay de los aspectos científicos que trataba de defender la Inquisición? Aunque parezca increíble, la Iglesia tenía muy buenos argumentos que planteó, a los que Galileo no respondió satisfactoriamente. Uno de ellos tenía que ver con las revoluciones de la Tierra sobre su eje y la órbita del planeta alrededor del sol. Ptolomeo había hecho un muy buen argumento a favor de la Tierra estática:
Tomemos a una persona cualquiera que brinca en un punto dado. Si la Tierra se moviera, entonces nunca terminaría aterrizando en el mismo punto, por lo tanto, es estática.
¿Qué respuesta tenía Galileo a esta objeción? Ninguna. Hoy día contamos con la Primera Ley de Movimiento newtoniana y la noción de inercia física como la explicación de por qué no sentimos movimiento alguno de la Tierra. No así en el caso de Galileo. Él utilizaba las olas y las mareas como evidencia de la Tierra en movimiento, algo que científicamente era bien débil y no convenció a nadie. El problema de Galileo era uno paradigmático, ya que rechazaba el paradigma de Aristóteles. Sin embargo, no proveía un ensamblaje conceptual alternativo, al menos en relación con el movimiento de la Tierra. Este no apareció con todo rigor sino hasta Newton, quien aprovechó bastante de los recursos provistos por el mismo Galileo. Véase el artículo del filósofo Werner Diederich en torno a la estructura de este cambio paradigmático, “The Structure of the Copernican Revolution”.
No debemos olvidar que el uso del telescopio para ver el espacio era algo novel y que traía a colación la cuestión óptica de la fiabilidad de lo que se veía a través de él a objetos cuya distancia eran notablemente lejanas, factor que nadie, ni tan siquiera Galileo, había trabajado en la época. Tampoco podía responder adecuadamente al problema serio de por qué no habían cambios sustanciales en el paralaje estelar si la Tierra se movía alrededor del sol. Otros filósofos naturalistas como Johann Georg Locher habían desarrollado unas serias objeciones científicas y pensaban que lo visto por el telescopio apoyaba a Ptolomeo, no a Copérnico.
Una vez más, el amor al conocimiento constituía un valor cristiano apoyado 100% por la Iglesia. No obstante ese valor, el Caso de Galileo debe servir como lección en torno al valor del libre pensamiento como manera de garantizar el progreso científico. La penalización injusta que partió de premisas erradas gnoseológicas de la Iglesia, conllevó a desacelerar la evolución del conocimiento moderno. Sin embargo, eso no quiere decir, como dice Schwarz, que el conocimiento no fuera un valor cristiano ni que hoy día los cirstianos no puedan reclamarlo.
En lo que sí coincido con Schwarz es que, aun con el área doctrinal cristiana que sí permite el conocimiento empírico e histórico del mundo, el alegato de que la fe en la doctrina teológica adoptada por la Iglesia —sea por las Escrituras, el magisterio y la tradición— es un paupérrimo cimiento para el conocimiento empírico del mundo o del sobrenatural (si es que existe).
Problema 7: El esquema cristiano del sistema de justicia contradice por completo al esquema secular actual
Aunque sí en el Medioevo existieron sistemas de justicia aberrantes como la ordalía, ya se ha desmontado históricamente bastante del alegato de que el sistema de justicia medieval se fundamentaba en la tortura y castigos crueles e inusitados. Aunque no hay duda alguna de su empleo, bastante de ellos era más la excepción que la regla. En general, la mayoría de los castigos por crímenes menores eran bastante sencillos y, en la mayor parte de los casos, las penalidades no pasaban de pagos para compensar a las víctimas. Los reincidentes frecuentemente fueron expulsados de las comunidades. La pena capital solía aplicarse usualmente a casos de asesinatos, vandalismo o traición.
Habiendo dicho eso, en las ciudades y en otros lugares se practicaban diversas formas de ordalías, especialmente en regiones dominadas por diversas culturas germánicas que las habían practicado desde antes de su conversión al cristianismo. Algunas formas de ordalías las podemos encontrar en las culturas babilónica, hindú e iraní. Otras emergieron en el transcurso de la Edad Media y con la participación de sacerdotes u obispos. Esto nos revela que describir la ordalía como algo “cristiano” no solo no es preciso, sino injusto. Sí formó parte del sistema de valores de justicia de varios pueblos cristianos en distintos momentos de la historia, pero algunos pudieron proceder de ámbitos no cristianos.
Empeora el caso para caracterizar la ordalía como “valor cristiano” cuando nos damos cuenta de que los que le pusieron punto final a la ordalía y propiciaron los juicios por jurado y las compurgaciones fueron los papas y los concilios. Los tribunales de Roma nunca utilizaron las ordalías. El Papa Inocencio III (en el Concilio de Letrán de 1215) prohibió que el clero participara de ellas. Varios concilios locales posteriores (e.g. el sínodo de Valladolid 1322) establecieron más restricciones a su uso y, finalmente el Emperador Federico II abolió el sistema en el Sacro Imperio Romano Germánico. Durante todo ese tiempo, las ordalías se continuaron practicando por fuerza cultural, a pesar de las decisiones de los papas y obispos en su contra.
Ya habiendo hecho esa salvedad, eso no exonera a la Iglesia de procesos de tortura que sí llevó a cabo, especialmente los que la Inquisición llevó a cabo para persuadir a los acusados a ciertas confesiones o para disuadirlos de alguna conducta inconveniente para la doctrina eclesiástica. Y no debemos olvidar tanto los ahorcamientos de brujas y las quemas en hogueras de herejes en nombre de Dios.
Aun hoy día, persisten estructuras injustas dentro de la misma Iglesia Católica. Son las mismas que fueron denunciadas por teólogos tales como Hans Küng, Iván Illich, Edward Schillebeeckx y Leonardo Boff, quienes pasaron por esa “ordalía” emocional y daño personal dentro de sus respectivas comunidades. (Boff; Cox; Küng, ¿Infalible?) Sin embargo, aun dentro del catolicismo y en otras denominaciones cristianas, inspirados por un sentido de justicia parcialmente inspirados en principios evangélicos, algunos de sus miembros continúan abogando por mejores sistemas de justicia internos, además de un mejor sistema de justicia en el ámbito secular.
Problema 8: La Iglesia siempre se opuso a los nuevos descubrimientos como los de Charles Darwin

Tal vez otro caso emblemático del “eterno combate” entre la ciencia y la religión concierne la obra de Charles Darwin, tensión que se manifestó después de la publicación de El origen de las especies, en el debate de 1860 en la Universidad de Oxford entre El Obispo Wilberforce y Thomas Huxley (conocido como el “bulldog de Darwin”). Según el legendario encuentro —cuando digo “legendario” a eso es lo que me refiero— el obispo le preguntó a Huxley de dónde reclamaba que descendía de un simio, si por la vía paterna o la materna. Huxley exclamó para sí, “¡El Señor me lo ha entregado en mis manos!”, y dijo que si tuviera fque escoger entre descender de una persona que no usaba sus talentos intelectuales para la razón y ser engendrado por un simio, sin duda era más noble el tener al simio como su antepasado. (Cunningham cap. 6) De esa manera, el “bulldog de Darwin” ganó la contienda decididamente, a pesar de que su respuesta al clérigo desembocara en el desmayo de una dama.
Ahora bien, cabe pocas dudas de que hubo un encontronazo entre ambas figuras. Sin embargo, los detalles de lo acontecido han sido reelaborados al transcurrir los años en un relato muy memorable para ateos, humanistas y libre pensadores. La realidad es que nadie sabe qué fue lo que pasó, porque la leyenda como la conocemos se originó veinte años después del evento. De hecho, para muchos historiadores que han estudiado el tema a fondo, es más probable que más de la mitad de los que asistieron hayan apoyado al obispo, mientras que otros expertos afirman que este estaba en la minoría. En fin, no hubo ningún voto al final que diera cuenta de quién ganó o perdió. Bastante de los detalles alegados parecen provenir de fuentes no fiables que no pueden corroborarse en otras fuentes independientes. Otros testigos dieron a saber que, aunque sí hubo por parte de Huxley una referencia a “monos”, el resto de su exposición no sorprendió ni convenció a nadie del público oponente. Otros alegaban que Joseph Dalton Hooker fue el que le respondió a Wilberforce. Michael Ruse también reporta que, al final todos se olvidaron de la tensión y fueron a disfrutar de una cena. (Foster; Linvingstone; Lucas; Ruse 5) Aun así, el memorable relato se sigue presentando casi como un hecho, hasta en buenas series documentales en torno a Charles Darwin.
En su vídeo, Schwarz no utiliza este relato como soporte para decir que el conocimiento del evolucionismo es contrario a los valores cristianos. Sin embargo, este cuento ha contribuido mucho a esa imagen. Al igual que el Caso de Galileo, la Iglesia Anglicana respondió de manera adversa inicialmente, llevándole años después a que en un momento dado pidiera perdón por su desprecio inicial a la obra de Darwin. Con todo, Darwin siempre contó con el apoyo de muchos miembros del clero y creyentes de renombre, tales como Frederick Temple, quien llegó a ser arzobispo de Canterbury, y el novelista y clérigo Charles Kingley.
¿Qué hay del lado católico? Hubo todo un espectro de respuestas. Sin duda hubo miembros del clero que reaccionaron negativamente, pero se conoce menos las respuestas positivas. (Lyon) Uno de esos casos fue el del Cardenal John Henry Newman, quien es visto de vez en cuando como santo patrón de la evolución. En cuanto a las declaraciones papales, no hubo reacción inmediata oficial de las autoridades eclesiásticas hasta 1950 con la encíclica Divino Afflante Spiritu, del Papa Pío XII. Este documento no solo le abrió la puerta a los exégetas católicos para que pudieran laborar en los estudios críticos e historiográficos de la Biblia, sino que también declaró que el evolucionismo darwiniano era consistente con la doctrina católica. No solo eso, sino que más tarde, el Papa Juan Pablo II, a la hora de elaborar su más grande contribución, el de la teología de la corporeidad, incluyó en su discusión tanto aspectos de la crítica bíblica como de la dimensión evolucionista darwiniana. (John Paul II cap. 1) De hecho, contrario a lo que muchos esperarían de un Cardenal Joseph Ratzinger, después Papa Benedicto XVI, este reafirmó que la evolución neodarwiniana no contradecía la fe cristiana.
Por otro lado, ¿es la evolución darwiniana compatible con los valores progresistas? ¿Puede un demócrata estadounidense alegar que la evolución sea compatible con sus valores? Pues, resulta que el momento histórico más sonado en Estados Unidos en relación con la evolución es el Juicio de Scopes (Scopes Monkey Trial, The State of Tennessee v. John Thomas Scopes (1925)). ¿Quién fue la figura clave que llevó el caso contra el maestro John Thomas Scopes por enseñar la evolución darwiniana a sus alumnos? William Jennings Brian, político demócrata, quien no solo estaba en contra de la evolución por razones religiosas, era teológicamente muy conservador, sino también por ideales socioeconómicos. Brian era de filosofía económica progresista de izquierda, valga decir que por razones evangélicas, y que se oponía a la evolución de Darwin por pensar que tal perspectiva conducía al darwinismo social, algo que él despreciaba porque hubiera desembocado en el perjuicio a los pobres y oprimidos. (Bryan 12-16) No faltaba quien le acusara de socialista, a pesar de que rechazara la etiqueta y se considerara pacifista.
Por supuesto, hoy día, los que postulan la evolución neodarwiniana como teoría, lo hacen como la mejor explicación del origen de las especies de seres vivos. Sin embargo, gracias a la reflexión filosófica de David Hume y G. E. Moore, se sabe que los valores éticos no pueden derivarse de los hechos. Tal pretensión nos haría caer en la falacia naturalista. Pues, sí, un progresista demócrata actual puede valorar la teoría evolucionista de descendencia con modificación, ya que ese hecho no afecta el ámbito de los valores éticos de buscar el mejor porvenir para la humanidad, su progreso y levantar a los pobres de su estado de miseria económica.
Si le otorgamos este beneficio a los demócratas estadounidenses, ¿no sería injusto esencializar la doctrina cristiana para entonces declarar tan categóricamente que los valores progresistas y los cristianos son “totalmente” contradictorios?
Problema 9. La democracia es profundamente anticristiana
Coincido con gran parte de la crítica de Mauricio Schwarz, pero no del todo. La Iglesia Católica fue una institución que luchó contra del establecimiento de regímenes democráticos, incluso en épocas tan tardías como mediados del siglo XX. En Estados Unidos, muchos sectores católicos, alentados por el clero, se expresaban en contra de lo que se conocía como la “herejía del modernismo“, particularmente bajo el papado de Pío IX y el de Pío X. En el caso del primero, escribió una nefasta encíclica, Quanta cura, donde rechazaba todo intento de modernizar a la Iglesia y estableció el nefasto Sílabo de errores, un listado de tesis que no debían ser apoyadas por los católicos. Más tarde, declaró ex cathedra el dogma de la Inmaculada Concepción de María y, para legitimarlo, impulsó el desafortunado Concilio Vaticano I, que convino a que los papas podían declarar dogmas infalibles cuando se expresaban ex cathedra sobre asuntos de fe y moral. Por otro lado, Pío X escribió Lamentabili sane exitu y Pascendi Dominici gregis, en los que rechazó otras tesis modernistas. Hoy día, una de las organizaciones más ultraconservadoras de la Iglesia Católica lleva su nombre, algunas de sus posturas rayan en el sedevacantismo. Finalmente, recordamos algo ya discutido, la misma estructura eclesiástica no es consecuente con los más elementales principios democráticos y, por ende, de derechos humanos. Esto lo mencionamos en la sección del “Problema 7”, así que no abundaremos más sobre ello.
Aun con lo que acabamos de mencionar, vale indicar que la Iglesia Católica también ha cambiado —mucho menos de lo que desearíamos, pero lo ha hecho— a raíz del Concilio Vaticano II. Esta histórica reunión del alto clero ayudó a atemperar algunos aspectos de su liturgia y adaptar mejor la doctrina católica a la realidad del siglo XX. De hecho, este concilio ayudó a hacer importantes reformas de su doctrina social, algo que se reflejó de manera muy poderosa de la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Medellín, Colombia (1968), aun con los intentos de Pablo VI de neutralizar a los sectores más militantes de la izquierda latinoamericana. (Silva Gotay 44-50) Irónicamente, fue este papa y Juan XXIII quienes escribieron las tres encíclicas de avanzada —al menos en relación con documentos anteriores— de esa época tan importante de los años 60: Mater et Magistra (Juan XXIII), Pacem in Terris (Juan XXIII) y Populorum progressio (Pablo VI).
Conclusión
Con Mauricio Schwarz, un periodista que merece toda admiración, comparto todos los valores que identificamos como “ilustrados”, que debemos vivir una sociedad tolerante, defendiendo con todas nuestras fuerzas la separación de iglesia y estado, al igual que la libre investigación racional y las ciencias en general. Personalmente, me considero hijo de la Ilustración.
Por otro lado, la Ilustración no vino puramente como una antítesis de los valores cristianos. Sin suscribir tampoco a la desacreditada y descabellada tesis de que todos los valores del estado de derecho provinieron del cristianismo, sí debemos señalar que algunas de las ideas que hoy valoramos sí pudieron provenir de varios de los sectores cristianos a través del tiempo. El cristianismo como movimiento es un proceso altamente complejo y que abarcó toda una variedad de cosmovisiones que evolucionaron desde el Jesús histórico y sus discípulos hace 2000 años hasta las diferentes denominaciones cristianas de hoy.
Lo anterior significa que no podemos hablar del cristianismo como una sola cosa a la que, erróneamente, le atribuimos todos los males del mundo. A eso es lo que llamo “esencializar” al cristianismo, abstrayendo de todas las manifestaciones religiosas de su contexto temporal y social, en su diversidad de opiniones y situaciones, para luego adjuntarle todos los atributos negativos. Eso es lo que llamo “la falacia del `ningún escocés verdadero’ al revés“, que es una modalidad de la falacia de la generalización. La falacia de `ningún escocés verdadero’ es un recurso que utilizan muchas veces los cristianos para decir, “este hecho cometido por cristianos no es el verdadero cristianismo, o no fueron cristianos de verdad”. Sin embargo, esta nueva falacia que identifico, lo que dice es: “lo que te hace u opina un verdadero cristiano es lo que hace o dice este grupito en tiempo dado particular”; es decir, “si eres cristiano, entonces tienes los valores de aquellos que promovían la Inquisición; si no, no eres cristiano”. Obviamente, es un juicio injusto a muchos cristianos y un claro non sequitur.
Muchos cristianos, tanto individuos como las instituciones, como respuesta a sus situaciones particulares de contexto social y época, conservaron u originaron lo que desde un punto de vista ético pueden considerarse valores y antivalores morales. Para mí, la Ilustración no era una mera negación al cristianismo, algo que es históricamente un sinsentido. La Ilustración consiste parcialmente en la conjunción de ciertas ideas transmitidas por diversidad de pueblos, religiones y filosofías que, en unas coyunturas históricas claves, llevaron paulatinamente a la identificación de aquellos valores racionales, éticos, filosóficos, artísticos y científicos que condujeron al progreso humano. Esto fue posible en gran medida por la diseminación, discusión y debate de ideas, que gradualmente han llevado a establecer a nivel global lo que el teólogo Hans Küng ha denominado consenso básico minimal, es decir, un mínimo de valores éticos, normativas y actitudes compartidas transculturalmente para forjar estados de derechos. (Küng, Proyecto 45-47)
La Ilustración, también como fenómeno histórico, tuvo su espectro político, económico y social, que evolucionó durante la modernidad hasta el día de hoy. Hubo ilustrados que apoyaron la esclavitud, la monarquía, el colonialismo, el despotismo, con actitudes claramente anticientíficas e irracionales —en nombre de la “razón”—. ¿Deberíamos entonces esencializar a los ilustrados para presentarlos negativamente por ello? De hecho, lo que Schwarz y muchos de nosotros abogamos es por un tipo de pensamiento ilustrado, que es el que tanto la razón como las ciencias nos ha mostrado que promueve el progreso de la humanidad. Estos valores que promovemos están resumidos en el libro más reciente de Steven Pinker, En defensa de la ilustración (en inglés, Enlightenment Now). Con todas las críticas que se le pueden hacer (algunas merecidas y otras no), no hay mejor texto actual que nos señale el camino a seguir.
Sin dudas, muchas actividades cristianas han perjudicado, detenido o retrocedido muchas de las iniciativas por las que abogamos: los derechos reproductivos de la mujer, los derechos de la comunidad HLBT+, el derecho a ciertas formas de expresión, a la separación de iglesia y estado, entre otros. Sin embargo, no por eso enajenemos a aquellos cristianos que, también inspirados por ciertos valores evangélicos, contribuyen valiosamente a un mundo mejor, a una sociedad tolerante que se deja guiar por la razón y las ciencias.
Finalmente, debemos tener en cuenta lo que nos dicen los historiadores en torno a los más recientes hallazgos del pasado. Si queremos ser defensores del conocimiento de la realidad, no vale la pena continuar arrastrando falsedades populares, algunas surgidas en el periodo de la Ilustración y la modernidad, ¿no cree usted?

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