El segundo díptico: la concepción de Jesús

El segundo díptico de la narración de Lucas ya entra de lleno en lo que concierne a la concepción de Jesús.
El comienzo de este, empieza por donde el Evangelio de Lucas nos dice que Isabel pasó cinco meses oculta. ¿Qué pasó en el sexto mes? Un ángel se le apareció a una “virgen” (παρθένος) llamada María, que vivía en Nazaret y estaba desposada con José, un descendiente del rey David. El ángel le saludó y le informó que concebiría y daría a luz un hijo, y le llamaría Jesús. Este sería llamado “Hijo del Altísimo”, heredaría el trono de su antepasado David y que reinaría en Israel para siempre. Dado que María estaba solo desposada, pero no había “conocido” a su esposo todavía (es decir, no había llevado acto sexual alguno con él), le preguntó al agente divino, cómo sería eso posible. El ángel le explicó:
El Espiritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te dará sombra. Por lo cual, también lo nacido santo, será llamado Hijo de Dios. (Lc. 1:35, mi énfasis)
Después, le animó a María, informándole que, para Dios, nada es imposible y, como evidencia de ello, mostraba cómo Isabel, siendo estéril y anciana, ya tenía seis meses de embarazada. A la solicitud del ángel, María dio su Fiat: “He aquí la sierva [o esclava] del Señor, que me suceda según tu palabra” (Lc. 1:26-38)
Después del acontecimiento, María marchó a Judea (a algún pueblo o ciudad desconocida), para visitar a Isabel. Cuando se encontraron, Juan el Bautista brincó desde el vientre de su madre, haciéndole exclamar: “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! Y, ¿de dónde me viene a mí esto: que la madre de mi Señor venga a mí?” Y de ahí, María procede a cantar el Magníficat:
Engrandece mi alma al Señor,
y se gozó mi espíritu por Dios, mi Salvador.
Porque se fijó en la humillación de su sierva [o esclava].
Pues he aquí que desde ahora
me felicitarán todas las generaciones.
Porque me hizo cosas grandes el Poderoso,
y Santo es su nombre.
Y su misericordia,
por generaciones y generaciones,
para los que lo respetan.
Ejerció fuerza con su brazo:
dispersó a los arrogantes
en el pensamiento de su corazón.
Derribó a soberanos de tronos
y exaltó a los humildes.
Y hambrientos sació de bienes
y a ricos despidió vacíos.
Acogió a Israel, su siervo,
para acordarse de la misericordia
—como habló a nuestros padres—
en favor de Abrahán y su descendencia para siempre. (Lc. 1:46-55)
Termina el díptico afirmando que María se quedó con Isabel, tres meses.
¿Por qué, en el Evangelio de Lucas, María es una virgen?
Razones provistas desde un trasfondo judeohelenista
Tras ver esta parte del relato, nos preguntamos, ¿por qué María es virgen en el Evangelio de Lucas? La reacción natural es la de proveer las mismas razones que las del Evangelio de Mateo: “Lucas” se está basando en la versión Septuaginta de Isaías 7:14, en donde dice la palabra “parthénos” en vez de “mujer joven” o “doncella”. Sin embargo, hay un problema con esta explicación, en el texto, “Lucas” nunca apela a esa profecía. Sencillamente, no era esa la vía que él escogió para dar sentido al acto divino.
Lo que sí podemos decir es que, al ser un díptico, junto al relato de la concepción y nacimiento de Juan el Bautista, debemos correlacionar ambas narraciones. Dios hizo fértil a Isabel para que tuviera un hijo, pero, presumiblemente, Juan el Bautista fue el fruto del acto sexual entre Zacarías y ella. Sin embargo, en esta historia, ocurre algo mucho mejor, Jesús fue concebido por ser fruto del acto (no sexual) del Espíritu divino y María, sin intervención alguna de José. Gabriel le dijo a Zacarías, que su hijo sería “profeta del Altísimo”, pero le informó a María que su bebé sería “hijo del Altísimo”. Zacarías no le creyó al ángel por dudar; María sí le creyó al ángel, pero no sabía cómo iba a concebir sin intervención de varón. De hecho, María superaba la incredulidad de Sara, la esposa de Abraham, quien se rió de la mera idea de la concepción de Isaac. (Gén. 18:12-15) Zacarías quedó mudo por el ángel, por lo que no pudo responderle, pero María sí pudo responderle con su Fiat. Para todos los efectos, “Lucas”, con el ánimo de engrandecer a Jesús, deseaba romper y superar las tradicionales historias milagrosas de la concepción de Isaac, de Sansón, de Samuel y de Juan el Bautista.
Reiteramos lo que indicamos hace dos entradas, que no hay rastro aquí de teología encarnacionista. ¿Por qué era Jesús, Hijo de Dios? ¿Porque era una entidad preexistente que se “encarnó” en el vientre de María en el momento de la concepción? El texto, en sí, no nos da tanto margen para esa interpretación. No afirma en ningún sitio que el Espíritu Santo haría que un ser divino se encarnara. Al contrario, el Espíritu Santo (es decir, la manifestación de la actividad santificadora de Dios) intervendría para que ella concibiera un hijo humano, pero, simultáneamente de naturaleza divina. Este origen divino radica en el acto milagroso de Dios, obrando como padre de su Hijo, en el momento de la concepción. El texto dice que, el Espíritu del Altísimo le “cubriría con su sombra”, una figura que en la Biblia Hebrea significa la presencia y protección de Dios (e.g. Éx. 13:21; 40:34-38). (Borg y Crossan 118-121; Bovon I: 104; Brown, El nacimiento 299-305,309-326; Brown et al. 117-127; Fitzmyer II: 100-103)
La otra razón por la que Jesús era “hijo del Altísimo” era también porque era descendiente de David por parte de José. La genealogía que proveyó en el capítulo 3, que, por cierto, no coincide en absolutamente nada con el de Mateo hasta el rey David, afirma inequívocamente su descendencia del gran monarca. Sin embargo, para insinuar la salvación de la humanidad, incluyendo a los gentiles, traza la ascendencia de Jesús hasta Adán. (Lc. 3:23-38) El hecho de que Mateo utilice a “Jacob” como el nombre del abuelo de Jesús y Lucas utilice a “Helí”, ha llevado a un dolor de cabeza a los creyentes más cercanos al fundamentalismo. En ocasiones, argumentan que la genealogía que aparece en Lucas es la de María, mientras que la de Mateo, la de José. Sin embargo, eso no es lo que nos dice la narración lucana. Sencillamente los dos textos se contradicen mutuamente, contienen ciertos anacronismos y algunas omisiones. No sabemos en realidad quién era el abuelo de Jesús ni tenemos idea de cuál fue la cadena de ascendentes desde José hasta David o, incluso, mucho antes. (Brown, El nacimiento 81-89) Con esta genealogía, “Lucas” deseaba resaltar que Jesús era descendiente de David por parte de padre (en virtud de adopción) y, simultáneamente, afirmaba la universalidad de la salvación humana: judíos y gentiles podían salvarse por Jesús. Sin embargo, no podemos olvidarnos que subraya también su filiación divina al mencionar que Adán era “hijo de Dios”. (Lc. 3:38)
En las palabras del ángel a María, “Lucas” mantiene en mente, múltiples veces, el Salmo 2 para referirse a Jesús como hijo de Dios rey. (Sal. 2:1-2,7; Lc. 3:22; 9:35; Hch. 4:25-26; 13:33) Esto se corrobora cuando examinamos cómo “Lucas” basó parte de lo que el ángel le dijo, de lo que le dijo Yahveh a Natán en torno a David:

En calidad de eso, el Espíritu Santo descendería en María, así como el espíritu de Yahveh descendería sobre el tronco de Jesé, es decir, la estirpe de David. (Is. 11:1-2)
Así que en el Evangelio de Lucas tenemos las siguientes razones por las que Jesús era hijo de Dios:
- Fue concebido por la acción de Dios (Lc. 1:35)
- Porque fue descendiente de David, quien era un “hijo” para Dios. Al descender de la estirpe davídica, Jesús heredó esa filiación monárquica. (Lc. 1:32-33; 3:31-32)
- Porque descendía de Adán, que era hijo de Dios. (Lc. 3:38)
- Porque fue engendrado por Dios en el momento del bautismo (Lc. 3:22)
- Porque fue hecho hijo de Dios (Señor) en el momento de la resurrección (Hch. 5:30-31;13:32-33)
¡¿Qué más se puede pedir desde una perspectiva judeohelenista?!
Razones provistas para el público pagano

Por otro lado, no podemos abstraer el texto de la realidad cultural circundante de “Lucas”, un cristiano de origen gentil y fuertemente influenciado por una realidad grecorromana. Como hemos argumentado en otro lugar de esta serie, uno de los grandes logros de Pablo de Tarso fue el intento de “vender” (sin sentido peyorativo) su evangelio a los pueblos gentiles, con el objetivo de que abandonaran su paganismo y se convirtieran al verdadero dios, el de Israel. Podríamos decir que, en parte, “Lucas” también comparte esa misión. De hecho, la otra razón por la que escribe los capítulos 1 y 2 en su Evangelio, es para demostrar que el dios cristiano y el héroe, Jesús, son mejores que los dioses y héroes grecorromanos.
¿Qué es un héroe dentro de ese contexto gentil? Hoy día, gracias a los cómics, un “héroe” se define por su carácter: es alguien que podría tener algunos poderes especiales o no, pero se presenta como un ente altruista que intenta salvar a otros. Ese no es el “héroe” grecorromano. Para la Antigua Grecia y la sociedad romana antigua, un héroe es un humano o semidiós que descendía de los dioses y cuyas fuerzas se dedicaron a salvar a los suyos, a aquellos que estuvieran bajo su protección. Al presentar a Jesús como hijo de Yahveh y de María, “Lucas” nos presenta al Mesías como alguien análogo a los héroes semidioses.
Además, la selección de María como una virgen, puede aludir a leyendas grecorromanas. En la Antigua Grecia, prevalecía un gran número de mitos en los que se relataban cómo los dioses interactuaban sexualmente con los seres humanos. Zeus, en particular, hacía lo suyo a la menor provocación, pues, de ahí, aparecieron grandes héroes: Heracles, Perseo, etc. Se hablaba de héroes de deidades inferiores que llevaron actos sexuales con humanos, tales como las ninfas. Piénsese en el caso de Aquileo, hijo de Tetis (una ninfa) y Peleo. La cultura israelita primitiva tampoco estuvo ajena a este modo de pensar sobre las divinidades. En los textos más primitivos del Génesis, en épocas en las que prevalecía el henoteísmo, podemos encontrar el origen de los héroes, como frutos de los humanos y de los “hijos de Yahveh”, algo que el dios israelita consideraba abominable. (6:1-4) En todos estos casos, los héroes fueron concebidos prodigiosamente por intervención divina. Enfatizo, estos semidioses y héroes provienen de concepciones que son resultado del acto sexual entre dioses y humanos, pero, en ninguno de los casos estamos hablando de concepciones virginales.
De hecho, contrario a lo que cierta gente ha estado diciendo, el tema de la virginidad como estatus de las madres de semidioses no era uno recurrente en la mitología grecorromana. Aun en el caso de los cultos mistéricos, el asunto de la virginidad de las diosas madre se halla ausente en los casos de los cultos eleusinos, los de Atis y Cibeles, los de Isis y los de Mitra. (Piñero, Año I 153-180) Si alguna de estas figuras adquiría el título de “virgen”, usualmente era como resultado de un sincretismo con otras diosas que eran vistas típicamente vírgenes. Esta mezcla se daba en una etapa muy posterior a los relatos mitológicos fundantes de estas religiones. Otras deidades raras veces concibieron vírgenes. Las que sí, en parte, las hacen creadoras del cosmos existente, o, como se llama técnicamente, forman parte de una partenogénesis del universo. Tómese de ejemplo, la diosa Neith. Sin embargo, el Evangelio de Lucas no alude en absoluto a esta partenogénesis. Más bien tiene en mente otros elementos culturales bien conocidos en el Imperio Romano.
Uno de ellos es el mito de Rómulo y Remo. Numitor, rey del Alba Longa, a la orilla del Río Tíber, fue depuesto por su hermano, Amulio, mató al hijo del monarca y aseguró que su hija, Rea Silvia, no tuviera descendientes, obligándole a ser una virgen vestal. En aquella época, las vírgenes vestales tenían que permanecer célibes por un periodo de treinta años, por lo que este villano aseguraba la imposibilildad de que ella tuviera hijos. Poco se sospechaba él que, contrario a sus expectativas, ella terminaría concibiendo dos hijos, unos gemelos, Rómulo y Remo. Según los historiadores, Tito Livio y Plutarco, ella alegaba haber sido violada por el dios Marte. Tras una serie de eventos, Rómulo y Remo depusieron a Amulio, restauraron el gobierno de Numitor y, más adelante, Rómulo fundó Roma, asentándola en una de las famosas siete colinas cercanas al Tíber. (Tito Livio I: 13-16; Plutarco I: 45-46)
No podemos perder de vista que el cristianismo (fuera palestinense o gentil) era una respuesta al régimen de los emperadores, partiendo de Octavio Augusto César. De acuerdo con la literatura de su época, él era considerado “hijo del divino” (divi filius), hijo del deificado César (por adopción) y asimismo los demás emperadores. (Peppard 37-44) Virgilio haría que el emperador descendiera de Eneas, el divino héroe troyano, hijo de Afrodita. Además, según el historiador Suetonio, también debemos recordar una información que solía circular socialmente, que la madre de Augusto, Acia, se había quedado dormida en una bañera y fue penetrada por una serpiente del templo de Apolo, convirtiéndose así en madre del “divino” Octaviano. (Borg y Crossan 97-100, 121-124) Mientras se tejían estas leyendas de propaganda política, el cristianismo palestinense y algunos sectores helenísticos respondían a eso, que Jesús era hijo del dios supremo, del que estaba por encima de cualquier dios grecorromano, el dios de Israel. ¿Por qué? Porque fue adoptado por esa divinidad suprema y le hizo señor de todo el cosmos. Posteriormente, autores cristianos como “Mateo” y “Lucas” superarían la cristología adopcionista.
Con su narración de la concepción del Mesías, “Lucas” presentaba a María como una virgen que concibió por obra de Dios, algo que mandaba múltiples mensajes a un público gentil: el Mesías, Jesús, es mejor que cualquier otro héroe grecorromano, mejor que el fundador de Roma, Rómulo y hasta superior al mismo emperador, porque:
- En el caso de esta virgen, María, ella no fue violada. Ella consintió y Dios actuó sin llevar a cabo el acto sexual alguno. De esta manera, el dios supremo, Yahveh, tenía una superioridad moral por encima de los demás dioses, incluyendo a Marte y a Apolo. La erudita, Paula Fredriksen, llama “megateísmo” a esta tesis, de que el dios cristiano era vastamente y cualitativamente superior a las demás deidades. Esto se ve claramente en el pensamiento lucano, que le añadía la dimensión moral a su narración.
- Jesús era superiorísimo a cualquier otro héroe, semidiós y emperador, porque era hijo directo del dios supremo (no meramente por adopción).
- Este héroe, Jesús, también era superior porque sí salvaría a la humanidad, a Israel primero y a los gentiles se les abrirían las puertas a ser rescatado por reconocer y alabar al verdadero Dios. (Borg y Crossan 121-124)
Este mensaje de salvación está resumido en el Magnificat.
El encuentro entre María e Isabel

La mención de los “seis meses” de embarazo en la narración anterior y este relato del encuentro entre María e Isabel como parientas es, sin duda, una invención de “Lucas”.
Muy poco conocido por el público (especialmenete el católico romano) es que hubo un insignificante debate entre especialista, sobre si Isabel o María fue la que enunció el Magníficat. Eso se debe a cierta evidencia a partir de algunos manuscritos antiguos latinos: después del saludo de regocijo de Isabel a María (Lc. 1:42-45), en vez de, “Y dijo María”, se encuentra “Y dijo Isabel” (Lc. 1:46a). No voy a tratar todos los asuntos técnicos en torno al asunto, baste indicar que hay buenos argumentos de ambos lados del debate. Algunos deciden por “Isabel” por una de dos razones, o porque la lectura más difícil debe ser la preferida por los estudiosos o porque hay sospechas de que, posiblemente, no haya habido texto ahí originalmente. La mayoría de los expertos se inclinan a que la frase cae mejor si se le atribuye el canto a María. Hay toda una argumentación para ello, pero solo indicaré tres razones para eso.
- La que canta se ve a sí misma como sierva o esclava del Señor, una aserción que María hizo de sí misma cuando aceptó lo dicho por el ángel. (Lc. 1:38)
- Sin perder de perspectiva de que “Lucas” quería hacer lucir a María superior a Isabel —ergo a Jesús más que a Juan— tiene pleno sentido que ella dijera: “… desde ahora, me felicitarán todas las generaciones” (Lc. 1:48-49)
- Todos los mejores manuscritos antiguos griegos incluyen el versículo, “Y María dijo …” La atribución a Isabel solo aparece en algunos de los latinos. (Brown et al. 137-147)
Puede ser que el Magníficat proviniera de un cántico tradicional que “Lucas” introdujo en su escrito, pero, definitivamente, su contenido se basó en el Canto de Ana, en esta ocasión, de manera mucho más transparente que el Benedictus. Sin embargo, “Lucas” intercalaba en sus palabras, versos provenientes de los Salmos con el objetivo de darle más fuerza al mensaje y enriquecer poéticamente los versos (Bovon I: 122-123; ejemplos, Sal. 2:33; 3:12; 4:23; 15:20 – “los que le temen”; Sal. 12:6; 17:21 – “Israel su siervo”).
El Magníficat toca prácticamente los temas de justicia divina que tanto caracterizan el Evangelio de Lucas, pero en un nivel inusualmente militante, dando por hecho la derrota de los poderosos y la exaltación de pobres y humildes. Además, se trae a colación que se acordó de su siervo, el pueblo de Israel y la promesa de salvación hecha por Yahveh a Abraham “para siempre”.
La estancia de María con Isabel por tres meses
Finalmente, nos dice el texto, que María se quedó en casa de Isabel por tres meses. Algunos piensan que esto es planificado por el evangelista para establecer una relación entre este acontecimiento y varios eventos que involucraban el Arca de la Alianza. Estas figuras aparecen en algunos lugares del texto, dicen ellos (muy especialmente el mariólogo, René Laurentin):
- El Espíritu cubrió a María, de la misma manera que lo hizo con el Arca en el pasado. (Lc. 1:35; Éx. 40:34-38)
- Isabel le expresó a María una actitud de humildad ante la presencia de la madre “del Señor”, de la misma manera en que David exclamó su humildad ante la presencia del Arca. (Lc. 1:43; 2 Sam. 6:9)
- María se quedó tres meses con Isabel, de la misma manera que el Arca se estuvo tres meses con Obededom. (Lc. 2 Sam. 6:11) [Esta es la razón por la que “Lucas” necesitaba que el encuentro entre María e Isabel ocurriera al sexto mes.]
Por hoy, algunos eruditos expresan serios reparos a esta interpretación. Se esgrime para ello varios factores:
- La nube que era presencia de Yahveh, no limitaba esa protección al Arca. La cubierta de Dios aparece en varias instancias en la Biblia Hebrea en muy diversas circunstancias. (Brown, El nacimiento 338-339)
- Se olvida que el Evangelio de Lucas quería establecer una mayor asociación con David que con el Arca de la Alianza, por lo que se pasa por alto, 2 Sam. 24:21, las palabras de Arauná el Jebuseo a David: “¿Cómo mi señor rey viene a su siervo?”
- El salto de Jesús y Juan en el vientre de sus madres recuerda a cuando Esaú y Jacob saltaron en el de Rebeca, prefigurando, cada uno a su manera, sus respectivos destinos. (Gén. 25:23-24) (Brown, El nacimiento 358-359)
Desde esta perspectiva, los “tres” meses, pueden no ser alusión a nada, sino que el autor del evangelio pretendía hacer una continuación de la sección del relato de la concepción de Juan el Bautista, en la que Isabel llevaba cinco meses de embarazo. (Brown et al. 133-134)
Evaluación de la historicidad y un sentido actual del relato

De todo el relato, podríamos mencionar algunos datos históricos o tentativamente históricos:
- Histórico
- Los nombres de los padres de Jesús: José y María. Esto está atestiguado en múltiples fuentes.
- Tentativamente histórico
- La última parte del reinado de Herodes el Grande como punto de referencia de la concepción y el nacimiento de Jesús. No es del todo seguro, pero el hecho de que dos evangelios lo mencionen, el de Mateo y Lucas, puede ser un “eco” de algún dato en torno al momento de su nacimiento.
- Los nombres de los padres de Juan el Bautista, Zacarías e Isabel, ambos pertenecientes a la tribu levítica y de estirpe aarónida.
Fuera de estos datos, nada más de los dípticos puede considerarse histórico, ya que ambos descansan demasiado en las narrativas de la Biblia Hebrea, particularmente de la Septuaginta. Puede ser que Lucas haya fabricado su historia de la concepción de Jesús con base en la del Bautista, o puede ser que ambas procedan de dos fuentes aparte. Aun en este último caso, Lucas armonizó ambas narraciones y creó un puente entre ellas con la visita de María a Isabel. Además, pretendió vincular a Jesús y a Juan por parentesco, a pesar de que deja claro que Jesús no pertenecía a una estirpe sacerdotal y Juan, sí.
Por cierto, no debemos olvidar la insistencia de “Lucas” de enlazar fuertemente a Jesús con David. Para cuando él escribe estos capítulos de la natividad (Lc. 1-2), ya había forjado su propia genealogía de Jesús y colocado antes del comienzo de su ministerio, donde se aseguraba en mencionar el nombre del gran monarca, además de hacerle hijo de Dios por haber creado a su antepasado, Adán.
Por otro lado, históricamente hablando, seguramente, ni Zacarías cantó su Benedictus ni María su Magnificat y no sabemos con seguridad cuán ligados estaban estas piezas literarias a los que se le atribuían su autoría.
Lo que sí es claro, es la repercusión que esta parte del relato lucano ha tenido en el espíritu y la imaginación de los cristianos a través de la historia, especialmente el público católico. El Magníficat es, tal vez, uno de los cánticos más conocidos del Nuevo Testamento debido a que fue dicho por la madre de Jesús, hoy día venerada en el corazón del catolicismo. La Legión de María lo tiene entre sus rezos principales. También tiene un rol litúrgico en otras denominaciones cristianas, como el anglicanismo y el luteranismo.
En tiempos más recientes, el Magníficat ha sido una fuente de inspiración para la Teología de la Liberación en Latinoamérica. La atribución del cántico a María la ha tornado en símbolo de liberación para todos aquellos que sean pobres y oprimidos. Se vuelve así, en vez de un símbolo de conquista (como en antaño), en una expresión de una dimensión de la salvación de Dios. Esto se da dentro de un contexto en el que el mensaje cristiano permaneció, por siglos, desconectado de la realidad económico-política de los pobres y miserables, mientras que se relegaba el evangelio meramente al ámbito de la espiritualidad. Desde esa perspectiva, el canto de María se refiere a una justicia aquí y ahora, no una que espera ser conseguida después de la muerte en el paraíso. (Silva Gotay 160-161, 166-175)
El teólogo de la liberación que más visiblemente ha trabajado el tema de la narración de la infancia lucana desde la Teología de la Liberación, ha sido Leonardo Boff, específicamente en dos de sus obras más significativas de mariología: primero, El rostro materno de Dios y depués, El Ave María. En ambas, innova un punto de vista pneumatológico de la Virgen, en la que se reconceptúa su relación con el Espíritu Santo. Según él, así como el divino Logos se encarnó en Jesucristo, el Espíritu Santo se pneumatizó en la Virgen María. Hay una diferencia cualitativa entre ambos casos. En el primero, el Logos es Jesucristo, pero el Espíritu Santo no es la Virgen María, hay una distinción ontológica entre Creador y criatura en el último caso. Sin embargo, el Espíritu Santo, al invadir a María, asumió su feminidad humana, corporal, sicológica y espiritual para sí, así como la Palabra encarnada adoptó la humanidad de los varones. Así, el Yahveh que se expresaba en la Biblia Hebrea con rasgos de madre, puede expresar su maternidad con todo su esplendor en la Virgen María, la madre de Cristo. Esta nueva pneumatología mariana, producto de una hermenéutica muy interesante, puede ser muy liberador para las mujeres, especialmente en el catolicismo romano. Hoy día, aun con la presente crisis eclesiástica, las autoridades se han negado a permitirle a las mujeres a ser sacerdotes o diaconisas. Esta candidatura al clero es algo que Boff y los teólogos de la liberación en general, siempre han favorecido. (Eclesiogénesis 106-136)
Otros teólogos y teólogas han trabajado también extensamente en torno al mensaje liberador, tanto en la identificación de la humanidad y situación de pobreza que pasó María de Nazaret, su alto contenido militante del Magníficat y su afirmación de hacer la voluntad divina para la liberación de los oprimidos de ciertos aspectos culturales androcentristas y misóginas. (Gebara y Bingemer) En otros casos, esta reflexión ha llevado a algunos teólogos a ofrecer una visión mucho más naturalista y menos teológicamente dogmática de María y Jesús (e.g. Balasuriya), lo que les ha llevado a la desautorización de enseñar teología y a la excomunión por parte de las autoridades vaticanas.
No obstante estos giros teológicos y nuestro favor a un ícono liberador de María, siempre tenemos que distinguir entre la hermenéutica de las Escrituras dirigida a adaptar su significado espiritual para los seres humanos del siglo XXI y, por otro lado, lo que “Lucas” tenía en mente cuando relataba sobre la concepción milagrosa de Jesús. Esto es algo que, sin duda, los teólogos sensatos tienen en cuenta. Aun si queremos pensar que María fue fiel discípula de su hijo y cumplidora de la voluntad de Dios, no olvidemos que tal convicción es inconsistente con la mejor evidencia histórica que tenemos.
Continuaremos con el relato del nacimiento de Jesús en nuestra próxima entrada …
Referencias
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