
Artículo revisado y modificado el 1 de diciembre de 2019.
No hay temporada del año que amen más los puertorriqueños que la de Navidad. Entre la música que escuchamos, hay muchas que se inspiran en lo más hermosos aspectos nuestro trasfondo cultural cristiano: El villancico yaucano, Caminan las nubes, Mi burrito sabanero, El Niño Jesús de Tony Croatto, De mi voz nació la luz de Danny Rivera y los Cantores de San Juan, entre otros clásicos de nuestro pueblo y Latinoamérica.
Además de eso, entre los adornos de esta preciosa expresión cultural, encontramos los pesebres. Están José, María y el Niñito Jesús en una especie de “casita de madera y paja” o cueva, que están siendo calentados por la mula y el buey, con una estrella en el cielo, anunciando el nacimiento del Salvador, que está siendo adorado por los pastores y los Reyes Magos. En Occidente, se acostumbra presentar esta conmovedora escena desde 1223, cuando Francisco de Asís montó esta viva representación visual, con la que quería llevar a Cristo los corazones de los devotos.
Sin embargo, ¿de dónde realmente procede esta historia? La manera que ilustramos el nacimiento de Jesús no concuerda con lo que afirman los evangelios, como veremos en esta serie. Al contrario, intenta reunir distintos elementos que encontramos de distintos escritos, dentro y fuera de los evangelios canónicos y del Nuevo Testamento, para dicha representación.
¿Qué es lo que realmente sabemos de la Navidad históricamente? Es decir, ¿qué podemos saber de lo que realmente ocurrió en aquel acontecimiento que ayudó a formarnos culturalmente en diversas partes del mundo? Si adoptamos los recursos historiográficos, ¿cómo se vería el resultado en torno al tema? El propósito de esta serie es desarrollar con un mínimo de formalidad una exposición sencilla de lo que los historiadores y biblistas han podido saber de ese evento significativo culturalmente para nosotros.
Quisiera aclarar que el ánimo de esta serie no es el de “arruinarle” a nadie su celebración navideña. Al contrario, es el de enriquecerla con conocimiento histórico. Toda manifestación cultural, como cualquier pieza de literatura, se puede mirar desde varios puntos de vista. El histórico es uno.
Nuestras fuentes
Como siempre, tenemos que considerar primero nuestras fuentes de información. Las primordiales se encuentran en el Nuevo Testamento, es decir, en los escritos aceptados como canónicos por el catolicismo, el protestantismo y otras denominaciones cristianas desde tiempos de Ambrosio de Milán (367 e.c.).
Nota: Entiendo que ya es tiempo de utilizar las siglas “a.e.c.” (antes de la era común) y “e,c.” (era común) como sustitutos razonables de “antes de Cristo” y “después de Cristo” por dos razones: la primera, es que ayuda a mantener la neutralidad de la labor histórica y, la segunda, que ya se está convirtiendo lentamente en un estándar en el mundo hispánico. La Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española las aceptan oficialmente.
Del Nuevo Testamento, solamente utilizaremos aquellos textos que son pertinentes para nuestra discusión, específicamente tres tipos de escritos:
- Los evangelios: Aunque los relatos del nacimiento de Jesús son notables solamente en los evangelios de Mateo y Lucas, es evidente que Marcos y Juan nos proveen pizcas de información para matizar los relatos de la natividad. Además, tampoco debemos olvidar el escrito que los eruditos conocen como “Q”, el material compartido por Mateo y Lucas que no encontramos en Marcos.
- Las cartas auténticas de Pablo: Las cartas auténticas de Pablo (c. 50-62 e.c.), son los textos cristianos más tempranos que tenemos disponible y que proveen información en torno a Jesús. Las epístolas cuya autenticidad no se disputa son siete: 1 Tesalonicenses, Filipenses, 1 y 2 Corintios, Gálatas, Filemón y Romanos. Las demás que encontramos en el Nuevo Testamento, o se atribuyen erradamente a Pablo (Hebreos), o son disputadas (2 Tesalonicenses, Colosenses) o no se consideran auténticas ya por la inmensa mayoría de los historiadores (Efesios, 1 y 2 Timoteo, Tito).
- Otros textos: Aunque su aportación es poca, es importante la información que ofrece el segundo volumen del autor que escribió el Evangelio de Lucas y que conocemos como Hechos de los Apóstoles. También contaremos con otra importante de historiadores como Flavio Josefo y otros, que nos dan un panorama de los sucesos que ocurrieron en la época del nacimiento de Jesús.
Nota: De aquí en adelante, las citas del Nuevo Testamento serán de la traducción de Senén Vidal y las de la Biblia Hebrea o de la Septuaginta serán de la Biblia de Jerusalén. Mis modificaciones se harán entre corchetes y proveeré una nota para justificarlas.
La información más temprana
Las cartas paulinas

Nuestra información más temprana en torno a Jesús procede, irónicamente, del que menos habló de su vida, Pablo de Tarso. Esto se debe a que, durante sus cartas, él nos dejó saber alguna información que circulaba en sus congregaciones gentiles y las de las palestinenses.
El primer pasaje que exploraremos es el de Gálatas 4:4, escrito ca. 52-54 e.c.:
Dios envió a su Hijo,
nacido de mujer,
nacido bajo la ley
Este pasaje es parte de una confesión bautismal del cristianismo judeohelenista y gentil, en el que se afirma que Jesús se encarnó y se sometió a la Ley Mosaica (la Torá) como manera de liberar a los sometidos a ella y hacerse hijos de Dios, lo que llevaría a los creyentes a exclamar “Padre”, en arameo, Abbá. (Gál. 4:4-7) La parte de esta confesión que nos interesa es la frase “nacido de mujer / nacido bajo la ley”. Lo que sorprende para muchos de nosotros que nos criamos inmersos culturalmente en el relato del nacimiento virginal de Jesús es lo ordinaria que resulta este texto. Con “nacido de mujer”, Pablo solo deseaba resaltar el hecho de que Jesús (como ente divino) se hizo un vulnerable ser humano, como cualquiera de nosotros. “Nacido de mujer” era una expresión muy común para indicar la humanidad de alguien. (Brown et al. 52-53)
Nota aparte: En el sector cristiano fundamentalista y en el mitista, se ha leído con demasiada literalidad el que fuera “nacido de mujer”, pero que no se mencionara a un padre, algo que indicaría que Pablo afirmaba que Jesús era un semidiós o que conocía alguna información sobre el nacimiento milagroso de Jesús. Esta aserción no tiene en cuenta metodológicamente el contexto de la expresión. Decir que alguien era “nacido de mujer” lo que hace es resaltar su humanidad. Lo pueden ver cuando, en Q, Jesús hablaba de Juan el Bautista: “… entre los nacidos de mujer, no hay ninguno mayor que Juan” (Lucas/Q 7:28; Mateo 11:11). Véase otras instancias en Job 14:1; 15:14; 25:4, y en los Rollos del Mar Muerto (1QS XI:21; 4QSi 8; 1QHa V:20; 1QHa XXIII:12; 4QLamento 5). (García Martínez 65, 79, 358, 395, 415) Nada más con este pasaje, Pablo nos dice explícitamente que Jesús fue un ser humano. Esto refuta ciertas hipótesis mitistas, de que originalmente Jesús se concibió docéticamente, es decir, como alguien que nunca fue un ser humano.
También, Pablo enfatiza que “nació bajo la Ley” de Moisés, es decir, era judío y cumplidor cabal de los mandatos de lo consignado en su normativa. (Véase Flp. 2:6-11) Pablo intentaba justificar esta parte de la vida de Jesús desde su teología: el Mesías, un ente divino que se encarnó, se sometió por completo a la Ley, para librar a los cristianos (específicamente aquellos gentiles) de ella, de tal manera que sus acciones fueran puramente por impulso del Espíritu de Dios, no por someterse a una norma. (Brown et al. 50-53; Piñero, Guía Pablo 214-216; Vidal, Las cartas 506-507)
Pablo parece desconocer por completo el nacimiento virginal de Jesús. Esto es significativo a la hora de llegar a nuestras conclusiones preliminares más abajo en este artículo. Extraña esto porque Pablo estaba “mercadeando” (en el buen sentido del término) su evangelio sobre Jesús, estableciéndolo como una alternativa a los cultos mistéricos y otros paganos. (Piñero, Guía Pablo 304-313) Virtualmente, muchos de ellos incluyen relatos de nacimientos en los que intervienen deidades, así como sus actos sexuales con seres humanos. De ser conocido por Pablo, el nacimiento milagroso de Jesús hubiera sido una información muy valiosa para solidificar la fe de sus seguidores gentiles. ¿Por qué nunca lo enfatizó? La explicación más sencilla parece sugerir que o no existía tal información en esos momentos, o estaba circulando entre cristianos con los que Pablo no tenía contacto. Esta última alternativa parece altamente improbable, ya que Pablo comenzó a predicar desde los mismos comienzos del movimiento de Jesús (ca. 33 e.c.) y conoció personalmente a Jacobo, el hermano de Jesús, y al discípulo más cercano, Pedro. (Gál. 1:18-19; 2:1-14) Seguramente, hubiera incorporado un dato tan útil en el contexto de su misión, pero no fue así. Además, el cristianismo era un movimiento muy pequeño en sus inicios, es improbable que Pablo desconociera lo que proclamaban otros. (Brown, El nacimiento 543)
Todo esto nos indica que el dato de los relatos de la virginidad de la madre de Jesús se comenzaron diseminar tardíamente o después de la muerte de Pablo.
El segundo pasaje al que exploramos es el que describe a Jesús de la siguiente manera:
descendiente de David
según la carne
constituido Hijo de Dios con poder
según el Espíritu de santidad
por la resurrección de los muertos. (Rom. 1:3-4)
Esta es una confesión de origen semita, prepaulina, que fue traducida del arameo al griego (tal vez con la excepción de la frase “con poder”) y que confiesa que Jesús se convirtió en Hijo de Dios en el momento de su resurrección. Probablemente, Pablo añadió la frase “con poder” para armonizarla a su cristología. (Ehrman, How Jesus cap. 6)
Lo que nos importa de este pasaje es el dato de que Jesús era “hijo de David, según la carne”, es decir, descendiente de David. Debemos acercarnos a esta información cautelosamente, ya que muchas personas suelen decir que, basándose en las genealogías de Jesús que encontramos en los evangelios, alguien de esa época tuvo acceso a algún listado de la ascendencia de Jesús. En una futura entrada, pondremos esa convicción en duda. Sin embargo, de lo que no hay interrogante es del hecho de que, por lo menos, la familia de Jesús debió haberse considerado miembro de la tribu de Judá. De otra manera, no hubiera sido plausible para muchos judíos que Jesús fuera descendiente de David. Finalmente, puede ser que la familia de Jesús, por parte de padre, se viera descendiente de ese monarca, aun cuando no conservara su genealogía. (Brown et al. 44-49)
Además, una vez más, este credo es silente ante el asunto de la concepción milagrosa de Jesús sin intervención de varón. En ninguna parte, tampoco se infiere que él fuera considerado descendiente de David por adopción por parte de José.
Ciertos mitistas, especialmente Richard Carrier y otros más, aseguran que este pasaje no se refiere a una existencia de Jesús en la Tierra, sino más bien en las esferas celestes. Para Carrier, la expresión que se traduce por “descendiente de David” literalmente significa “de la semilla” o “semen de David”. Esto lo asocia con Gál. 4:4 donde Pablo utiliza el término “genoménou” que proviene de la palabra griega “gínomai” (γίνομαι), la misma que emplea para referirse a la formación de Adán a partir del polvo por parte de Dios (e.g. 1 Cor. 15:45). Nos dice Carrier que Pablo no usa el término griego para nacimiento “gennáo” (γεννάω), por ende, Gál. 4:4 no nos dice que Jesús fuera “nacido de mujer” sino que “fue formado” de mujer. Para él, Pablo nos dice que Jesús se volvió hombre cuando se formó del semen de David en los cielos (o lo que Carrier llama “espacio exterior”), y luego fue crucificado por las potencias de las esferas celestes inferiores. Sin embargo, esta perspectiva comete errores metodológicos. Por ejemplo, ignora por completo el carácter polisémico de “gínomai“. Recordemos que Pablo utiliza como referente la versión griega de la Biblia Hebrea, es decir, la Septuaginta. (McLay cap. 5) Si gran parte del vocabulario del Apóstol y de los judeohelenistas (e.g. los evangelistas) se adopta de ese escrito, la cosa no es tan sencilla como la pinta Carrier. Nada más en ese texto, “gínomai” puede tomar varios significados, no solo el de “ser formado” o “ser construido”, sino también “ser originado”, “llegado a pasar”, “llegado a suceder”, “ser traído a la existencia”, entre otros. El contexto es el que determina el significado del término. Dado que no existe tradición alguna de que Jesús fuera formado del “semen de David en las esferas celestes”, esta hipótesis no es económica (en el sentido de la navaja de Ockam), porque requiere formular otras hipótesis que expliquen por qué nadie transmitió o se refirió nunca a tal creencia, aunque fuera para refutarla. Como vimos, la frase paulina en Gál. 4:4 se asocia fuertemente al ser “nacido de mujer” en otros pasajes del Nuevo Testamento, por proceder la expresión de textos judíos. Por ende, la solución más económica es que “gínomai” significa “ser originado” o “ser traído a la existencia”, es decir, nacido de una mujer como semilla o descendencia, de David. En fin, la palabra “sperma” (σπέρμα) en griego, se utilizaba ampliamente para referirse a ser descendiente de alguien, interpretación que es atestiguada por las mismas cartas de Pablo y otras fuentes neotestamentarias (e.g. Mateo 22:24; Marcos 12:19-22; Juan 7:42; Juan 8:33; Hechos 3:25; 7:5-6; Romanos 4:3; Romanos 9:7; Gálatas 3:19).
Finalmente, hay un dato más que tenemos que tener en consideración: Pablo está perfectamente consciente de que Jesús tenía más de un hermano, aunque solo nombra a uno de ellos, Jacobo (“יעקב” en hebreo, “Ἰάκωβος” en griego). Contrario a lo que dicen ciertos autores mitistas, el término “hermano”, en el sentido usado por Pablo, muy probablemente designa en este caso a unas personas distintas a los apóstoles o los creyentes en el Mesías. Se refiere a sus hermanos cosanguíneos. (Gál. 1:19; 1 Cor. 9:5; Gerd y Theissen 148) Como veremos más adelante, la existencia de estos hermanos está atestiguada por otras fuentes neotestamentarias (Marcos) y una externa (Josefo).
Es evidente, pues, que, para Pablo, Jesús fue un personaje histórico y real, que tuvo hermanos. A pesar de eso, a Pablo no le interesaba en lo absoluto el nacimiento de Jesús. (Borg y Crossan 29-30)
El Evangelio de Marcos

Después de las cartas de Pablo, el siguiente material que nos ofrece los datos más tempranos sobre Jesús es el Evangelio de Marcos. Este libro, se presenta como “el evangelio [buena noticia] de Jesucristo, Hijo de Dios”. (Mc. 1:1) Se publicó anónimamente, pero la tradición cristiana posterior ha llevado a algunos a atribuirlo a Marcos. Se piensa que se compuso a raíz de la Guerra Judía sucedida entre el 66 y el 75 e.c. Además, la posible alusión del texto a la destrucción del Templo de Jerusalén, colocaría la redacción final del Evangelio (como lo conocemos) durante el periodo 70-75 e.c. (Mc. 12:9; 13:1-2; 15:38; Gnilka, I: 38-42).
Es bueno indicar que el contenido del Evangelio no se escribió “de una sentada”. Fue un proceso en que el autor reunió muchas tradiciones diversas que, antes de él, estaban circulando en congregaciones cristianas; muchas de ellas se remiten a relatos jerosolimitanos y palestinenses. Esto se sabe, porque, en el texto, el evangelista intentaba “embellecer” un poco o explicar algunos pasajes, como si estuviera reproduciendo otro texto, el cual modificaba o explicaba en el camino. Hay algunos eruditos, tales como Josep Rius-Camps, que, a partir del Códice Beza, dicen identificar diversas ediciones, que pueden indicar una edición primordial muy cercana a la época del ministerio de Jesús.
El primer dato que nos brinda Marcos no es el nacimiento de Jesús. Es más, lo ignora. La natividad no juega rol alguno en el Evangelio de Marcos. La primera ocasión en que se refiere a él, nos habla de su proveniencia de Nazaret de Galilea. (Mc. 1:9) En ningún momento, se hace referencia a Belén ni le interesa el tema. (Borg y Crossan 30)
Más adelante, el evangelio nos describe la actitud de la familia de Jesús en relación con él:
Y viene a casa, y se reúne de nuevo la gente, de modo que no pueden ni comer el pan. Y al oírlo sus allegados [familiares], salieron a apoderarse de él, pues decían:
—Está fuera de sí. (Mc. 3:20-21)
Y viene su madre y sus hermanos, y, estando ellos fuera, enviaron a llamarlo. Y estaba sentada en torno a él gente, y le dicen:
—Mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas te buscan fuera.
Y respondiéndoles, dice:
—¿Quién es mi madre y mis hermanos?
Y, mirando en derredor a los que estaban sentados en círculo en torno a él, dice:
—He aquí mi madre y mis hermanos. Pues quien haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre. (Mc. 3:31-35)
Estos pasajes indican que la actitud de los familiares hacia Jesús era casi de tratarle como alguien demente, que se creía inspirado por Dios para predicar un mensaje apocalíptico. El texto no deja lugar a dudas que Jesús rechazaba a sus familiares y los sustituía por sus seguidores (“los que hacen la voluntad de Dios”). Esto lo debemos matizar mencionando que la narrativa típica marcana era que Jesús era incomprendido por la gente más cercana a él.
Sin embargo, el hecho de que sus hermanos no le siguieran en vida parece confirmado en las cartas de Pablo, debido a que Jacobo no fue discípulo de Jesús. Al contrario, este solo se volvió parte de su movimiento tras él haber proclamado la aparición de su hermano resucitado, dato que nos lo da Pablo, citando una vieja confesión tradicional. (1 Cor. 15:7)

Lo anterior significa que para Marcos, durante la etapa de predicación de Jesús, sus familiares no formaban parte de su movimiento. Esto es pertinente para nuestro tema, porque si hubieran ocurrido los sucesos milagrosos del nacimiento de Jesús que nos narran los evangelios de Mateo y Lucas, se esperaría la credulidad de su familia, especialmente de su madre. Sin embargo, esto no es lo que ocurre.
Llama la atención que el padre de Jesús se halle ausente de este incidente y en los relatos posteriores, algo que fuertemente sugiere que ya había muerto antes de que Jesús comenzara a predicar su buena noticia.
Más adelante, cuando proclamaba su evangelio en Nazaret, recibió un gran rechazo. Lo interesante es que esta repulsa por su mensaje se hizo por parte del público, cuestionando su conocimiento del contenido y sabiendo de qué familia provenía. En el proceso, mencionan la profesión de Jesús, el nombre de su madre y sus hermanos e hicieron referencia a sus hermanas.
Y salió de allí y va a su patria, y lo siguen sus discípulos. Y, al llegar el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y muchos que lo escuchaban estaban asombrados diciendo:
—¿De dónde le vienen a este esas cosas, y cuál es la sabiduría que se le ha dado y tales obras poderosas efectuadas por sus manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de María y el hermano de Jacobo, de Josés, de Judas y de Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí, con nosotros? Y se escandalizaban de él. (Mc. 6:1-3)
Los eruditos en general piensan que esta contraposición entre sabiduría y milagros, por un lado, y la incredulidad de sus oyentes, por el otro, es parte de la manera que tiene el evangelista de presentar el tema recurrente de la incomprensión de Jesús por parte de personas cercanas a él o por parte del público. Sin embargo, ahí se muestra un núcleo histórico del acontecimiento en el que Jesús se frustró ante la incredulidad de sus compatriotas de Nazaret. (Gnilka I: 262-273)
En cuanto al tema que nos concierne, Jesús tenía varios hermanos, interpretados en el texto como hijos de la pareja de su padre y María: Jacobo, Josés, Judas, Simón y las hermanas, no nombradas en la perícopa.
Algunas objeciones del sector católico romano

A pesar de lo ya discutido, pueden surgir algunas objeciones por parte de católicos que siguen la línea doctrinal de la iglesia en torno a la perpetua virginidad de María, la convicción de que ella permaneció virgen antes, durante y después del parto de Jesús. Esta idea fue defendida desde el siglo II, en el Protoevangelio de Jacobo (150 e.c.) y el Evangelio de Pseudo Mateo (600-625 e.c.), que presentaban a José como viudo de un matrimonio anterior y padre de los hermanos y hermanas de Jesús mencionados por los evangelios. En algunas denominaciones cristianas en el mundo, todavía se defiende que el padre de Jesús había estado casado y que era anciano, como manera de defender la idea de que María nunca tuvo hijos después de dar a luz al Mesías.
El problema con esta explicación para sostener la idea de que María no tenía hermanos inmediatos, es que uno de los evangelios nos brinda el dato de que Jesús era el primogénito de José. (Lc. 2:7) Por ende, los hermanos de Jesús no pudieron haber sido hijos de un primer matrimonio, en cuyo caso, Jacobo hubiera sido el primogénito.
La segunda idea para defender, de alguna manera, la virginidad perpetua de María, es que los hermanos de Jesús eran, en realidad, primos de él. Esta convicción fue compartida por Jerónimo y muchos otros teólogos. De buenas a primeras, esta explicación suena plausible en el contexto del catolicismo. Tenemos varios casos en la Biblia Hebrea en que los llamados “hermanos” en ese texto, en realidad, eran de relación tío-sobrino o primos. Un caso del primero, es la relación de Lot con su tío, Abraham. (Gén. 11:26-32; 13:8) Un ejemplo del último podemos encontrarlo en una genealogía en 1 Crónicas, en la que se dicen “hermanos” personas que son claramente primas. (1 Cro. 23:21-23) Lo mismo vale para el arameo, idioma que hablaba Jesús en su tiempo.
Todo esto suena muy bien, pero los evangelios y las cartas paulinas no fueron escritas en hebreo o arameo, sino en griego, idioma en el que no solo existe la palabra griega adelfós (ἀδελφός) para “hermano”, sino anepsiós (ανεψιός) para “primo”. Se podría argumentar que los evangelistas o personas en los que dependían su información, tradujeron directamente la palabra “hermanos” en arameo a griego, creando la confusión.
Esta explicación se derrumba cuando nos percatamos que, cuando Pablo hablaba de Jacobo, “el hermano del Señor”, no estaba reproduciendo ningún otro texto, sino que estaba componiendo cuando hablaba de cómo le conoció e interactuó con él en Jerusalén. (Gál. 1:19-2:14) Evidencia de que, en aquel momento, se conocía bien quién era “primo” de quién es una carta atribuida a Pablo, la Epístola a los Colosenses, donde el autor se refiere a un tal Marcos como primo (anepsiós) de Bernabé. (Col. 4:10) Peor todavía, existe otra fuente externa al Nuevo Testamento que habla de Jacobo como “el hermano [no primo] de Jesús, el llamado `Cristo'”, Flavio Josefo, cuando hablaba de su ejecución (II: 1234; XX: 9,1).
Para darle un respiro final a la suposición de que los “hermanos” de Jesús eran, en realidad, primos, usualmente se apela al hecho de que los nombres “Jacobo” y “Josés” (especialmente este último) están asociados a otra María, que no era la madre de Jesús, es decir, la María que estaba a los pies de la cruz. (Mc. 15:40) Para muchos, la terminación “Josés” debería establecer dicho vínculo con esa María. El problema con esta explicación es que se le da un apodo de ese Jacobo, “el pequeño” (el menor), algo no aparece en toda la literatura referente al hermano de Jesús durante el primer siglo. Algunos apologetas católicos piensan que Jacobo se trataba del hijo de Alfeo (¿o Cleofás?) y que formó parte de los Doce. (Mc. 3:18; Jn. 19:25) Sin embargo, la tradición primitiva es clara de que el Jacobo que es hermano de Jesús es distinto a los dos Jacobos de los Doce (e.g. la tradición que afirma que Jesús se le apareció resucitado a los “Doce” y después a Jacobo, su hermano, 1 Cor. 15:5,7).
El sacerdote y experto en el Jesús histórico, John P. Meier, en su laboriosa obra exegética sobre el histórico Jesús, llega a la conclusión de que las diversas explicaciones para defender la virginidad perpetua de María se hunden ante los criterios estrictamente historiográficos. Por ende, adoptando estos en cuenta, no queda de otra que concluir que los llamados “hermanos” de Jesús, se refieren efectivamente a los hermanos cosanguíneos provenientes del mismo vientre de la madre de él. Este representa, por ahora, el consenso de los eruditos del Nuevo Testamento. Todos los esfuerzos para otra cosa, son de naturaleza puramente religiosa y apologética (Bornkamm 56; Casey 143-145; Ehrman, Jesus 99; Gnilka I: 271-273; Meier I: 325-342; Piñero, Guía Nuevo Testamento 174-176)
Otros asuntos interesantes

Muy a pesar de los evangelios de Mateo y Lucas, las demás fuentes parecen sostener que Jesús provenía de Nazaret, Galilea. La primera ocasión que aparece mencionado el lugar de origen Jesús en cualquiera de los evangelios, es en Marcos, cuando nos dice que él provenía de ese lugar. (Mc. 1:9) En el caso del Evangelio de Juan, el más tardío de todos, no solo se desconoce también el nacimiento de Jesús en Belén, sino resalta el hecho de que, para muchos judíos, era inconcebible que el Mesías hubiera salido de una aldea tan insignificante como Nazaret. (Jn. 1:46)
El apodo “Nazareno”, que adquirió un sentido despectivo entre los judíos para designar a Jesús, está vinculado a que, precisamente, provenía de este humilde poblado rural. Este título no se explica por alguna posible consagración suya al nazireato. El documento “Q”, redactado en su forma final ca. 60-70 CE, nos reporta que Jesús tenía fama de “comilón y bebedor de vino”. (Lucas/Q 7:34) Sin embargo, la entrega de un judío al nazireato, precisamente prohíbe el consumo de vino. (Núm. 6:3) Además, durante los primeros dos siglos, a los cristianos se les denominaba “nazarenos”. La primera que nos reporta esto es Hechos de los Apóstoles, que relata cómo a Pablo se le juzgó como si fuera un “nazareno” (Ναζωραίος). La segunda, es la terminología judía de los primeros siglos, notzri (נוֹצְרִי), para referirse a esta secta de Jesús.
En otras palabras, todas las fuentes pertinentes dentro y fuera del Nuevo Testamento, parecen indicar que la explicación del término “nazareno” para Jesús y los cristianos, durante los primeros siglos, se debe a que su maestro provenía de Nazaret, no de Belén. Por ende, históricamente hablando, lo más probable es que naciera y se criara en Nazaret. (Ehrman, Jesus 97-99; Bornkamm 55-56; Meier I: 222-263; Pagola 49; Sanders 101-119)
Conclusiones para la futura discusión
De lo anterior, podemos ya establecer, con criterios históricos, lo siguiente:
- De los primeros escritos cristianos se desprende un total desconocimiento del nacimiento de Jesús en Belén. Todo parece indicar que los primeros cristianos pensaban que Jesús procedía de Nazaret, que su familia procedía y vivía en ese lugar desde hacía mucho tiempo y que eran bien conocidos.
. - Parece haber un total desconocimiento por parte de las fuentes más tempranas de alguna concepción virginal de Jesús o algún evento milagroso asociado a su nacimiento o infancia.
. - La tensión entre Jesús y su familia (incluyendo a su madre) es probablemente histórica, algo que resulta extraño si se tomaran como hechos los relatos de la natividad que encontramos en los Evangelios de Mateo y Lucas. Al menos, María debió haber sabido que la misión de su hijo no era una demencia, sino un mandato sobrenatural.
. - Todo lo anterior significa que tanto el nacimiento de Jesús como su infancia y su adolescencia, transcurrieron normalmente, sin nada que indicara que Jesús fuera sobrenaturalmente alguien especial.
. - Todo parece indicar que las tradiciones de la concepción milagrosa de Jesús, su nacimiento en Belén y lo demás, surgieron después de la muerte de Pablo (58 o 64 e.c.) y, tal vez de la de Pedro (64 e.c.) y Jacobo, el hermano de Jesús (62 e.c.). Es más, puede ser que tales relatos de la natividad se elaboraran después de la redacción final del Evangelio de Marcos (ca. 70 e.c.), ya que su narrador los desconoce por completo. Esto hace a los sucesos milagrosos del nacimiento de Jesús como productos significativamente tardíos del imaginario cristiano, más que información proveniente de sus familiares o discípulos.
Como veremos, el alegato de que Jesús había nacido en Belén, se debe a razones apologéticas de los evangelistas de los textos de Mateo y Lucas. Lo que agrava el asunto es que los relatos de ambos textos neotestamentarios son totalmente incompatibles entre sí. Continuaremos.
Bibliografía
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Borg, Marcus J. y John Dominic Crossan. La primera Navidad. Lo que los evangelios enseñan realmente acerca del nacimiento de Jesús. Verbo Divino, 2007.
Bornkamm, G. Jesús de Nazaret. Sígueme, 1975.
Bovon, François. El Evangelio de Lucas. Sígueme, 1995, 2 vols.
Brown, Raymond. El Evangelio de Juan. Cristiandad, 1999, 2 vols.
—. El nacimiento del Mesías. Cristiandad, 1982.
Brown, Raymond et al. María en el Nuevo Testamento. Sígueme, 1986.
Casey, Maurice. Jesus of Nazareth. T & T Clark, 2010.
Ehrman, Bart. How Jesus Became God. The Exaltation of a Jewish Preacher from Galilee. Ed. Kindle, HarperOne, 2014.
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Fitzmyer, Joseph. El Evangelio de Lucas. Cristiandad, 2005, 4 vols.
Flavio Josefo. Antigüedades judías. Akal, 1999, 2 vols.
García Martínez, Florentino. Los textos de Qumrán. Trotta, 1992.
Gnilka, Joachim. El Evangelio según San Marcos. Sígueme, 1999, 2 vols.
Luz, Ulrich. El Evangelio según San Mateo. Sígueme, 1993, 4 vols.
Meier, John. Un judío marginal. Verbo Divino, 1998 – 2010, 5 vols.
McLay, R. Timothy. The Use of the Septuagint in New Testament Research. William B. Eerdmans, 2003.
Pagola, José Antonio. Jesús. Aproximación histórica. PPC, 2013.
Piñero, Antonio. Año I. Israel y su mundo cuando nació Jesús. Laberinto, 2008.
—. Guía para entender el Nuevo Testamento. Trotta, 2011.
—. Guía para entender a Pablo de Tarso. Una interpretación del pensamiento paulino. Trotta, 2015.
Puente Ojea, Gonzalo. El Evangelio de Marcos. Del Cristo de la fe al Jesús de la historia. Siglo XXI, 1998.
Rius-Camps, Josep. El evangelio de Marcos: etapas de su redacción. Redacción jerosolimitana, refundición a partir de Chipre, redacción final en Roma o Alejandría. Verbo Divino, 2008.
Robinson, James, Paul Hoffman y John S. Kloppenborg. El documento Q. Sígueme, 2002.
Sanders, E. P. La figura histórica de Jesús. Verbo Divino, 2000.
Theissen, Gerd y Annette Metz. El Jesús histórico. Sígueme, 1999.
Vidal, Senén. Las cartas auténticas de Pablo. Mensajero, 2012.
—. Jesús el Galileo. Sal Terrae, 2006.
—. Nuevo Testamento. Sal Terrae, 2015.
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